miércoles, 27 de julio de 2011

Amy Winehouse o El caso de las niñas perdidas. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que mira las imágenes de Amy y, aunque ya no lo era, siempre ve reflejado en su rostro su cara de niña perdida.

Para la historia quedará siempre su final trágico, casi poético, pero no creo que ella lo viviera así, seguramente sería una vivencia dolorosa, tortuosa, un no encontrarse, un no querer lo que encontraba.
Imagino que,  a veces, el dolor indefinido por no saber es tan insoportable que buscas anestesiarlo de cualquier forma posible, buscando los peores refugios, los que además te autodestruyen.

Pero ella no es la única niña perdida, existen otras que se precipitan hacia su propio final trágico pero no poético, ya que no tienen una voz prodigiosa, ni millones de admiradores anónimos, para ellas, su única esperanza es ser rescatadas.

Niñas perdidas que no se quieren, o que necesitan castigarse por ser como son, usan como coartada la búsqueda de un cuerpo perfecto, y se pierden en el vómito y en la ausencia de alimento, para encontrar finalmente la piel pegada al hueso.

Niñas perdidas en la ausencia de objetivo vital, de metas personales, porque antes todo era fácil de conseguir y ahora todo está muy complicado. Piensan que no merece la pena, que todo da igual y queman el momento, sin vivirlo, embotando los sentidos, nadando en un cubilete de plástico, en una mezcla de garrafón y refresco, o probando la pastilla mágica, o en una fila de polvos blancos.

Niñas perdidas en la furia, en la ira contra sus circunstancias, contra sus “culpables”, sus mayores, sus iguales, cualquiera. Niñas tiranas, provocadoras, agresivas, que traspasan cualquier límite.

¿Qué hemos hecho para perderlas?
¿Qué podemos hacer para encontrarlas?

Quiero pensar que hay esperanza, porque hay otras muchas niñas que no están perdidas, que viven y nadan en ese mar unas veces tranquilo y otras, revuelto y embravecido.

Yo tengo una niña.
Le dejo señales, piedrecitas en el camino, por si se pierde, para que vuelva a encontrarse.

viernes, 22 de julio de 2011

Segunda Vida. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que existen familias endogámicas, y que ella conoció una.

Quizá por las circunstancias, siempre de un lado para otro, por toda la geografía española y, en muchos casos, teniendo que proteger su propia seguridad, la madre se propuso hacer de su propia familia, su propio sustento afectivo, no es que no tuviesen otras relaciones, las tenían, y muchas, pero todas ellas eran consideradas temporales, y sobre todo prescindibles, por eso crió a sus tres hijas para que fuesen más que hermanas, fuesen amigas, amigas íntimas y buscasen la ayuda, el consuelo, el apoyo y la confianza más que en ninguna otra persona, entre ellas. Lo hizo como lo hacen las madres, con la mejor de las intenciones, pensando que así las protegía más ante un entorno, a veces, muy hostil, encerrándolas en una bonita, confortable, preciosa y llena de amor jaula de oro, bajo un control estricto, aquel que sólo pueden detentar las personas carismáticas.
Pero, de oro o no, jaula al fin y al cabo, y una jaula no te deja volar libremente, ni desarrollarte como persona, ni hacer locuras cuando es el momento, ni madurar. Todo esto lo haces constreñido entre los barrotes, inacabado, incompleto.

Todas se casaron y tuvieron hijos, y todas, creo, notaron la ausencia de algo más, algo les faltaba y algo buscaban.
La mayor de las hermanas era una versión debilitada de la madre, controladora al máximo, bajo una apariencia extrovertida, vivaz y alegre, se escondía una persona asustada y depresiva, las jaulas no permiten desarrollar los músculos al máximo.

La mediana, siempre quiso decir no, pero confundió asertividad con traición, y buscó una alternativa, dijo no a su manera, evadiéndose en su mundo, siendo fantasiosa, perdiéndose en él cuando la convenía. Hizo suyo el lema “Vive y deja vivir” en su más amplia versión, incluso más allá de los límites razonables, por lo que nunca puso límites a nadie, ni a sus hijos que crecían torcidos y a los que no enderezó porque contravenía su lema.

Y la pequeña, simplemente, no creció, pasó a ser prisionera de otra jaula, menos confortable o con menos amor, en la que su carcelero le repetía cada día, cada minuto lo poco que valía, lo poco que era sin él.

Pero el pegamento que las unía era demasiado fuerte, su madre, ahora enferma, necesitaba más que nunca que fuesen una piña.

Yo la vi irse, y vi el pánico, no de desaparecer, sino de dejarles, ahora sin ella estarían perdidos y desorientados, y efectivamente así fue. Todos pensamos que tras la elaboración del duelo y de asimilar la pérdida, volverían, no sin mucha fuerza de voluntad, a tomar el control de sus vidas, lo que no sabíamos es que no tenían control de sus vidas y no sabían lo que querían ser.

Ya antes de la pérdida, las hermanas sí habían encontrado otra Segunda Vida, una virtual, un juego en el que puedes ser lo que quieras, creas tu propia vida, vas a fiestas, tienes amistades, aventuras, peleas, tienes una profesión, ganas dinero. Cada una en su ordenador, vivían su segunda vida, a veces juntas y otras separadas, libres, por fin, siendo lo que nunca se atrevieron, dando rienda suelta a todas sus fantasías, y además no violaban ninguna regla de la jaula de oro.

Y cuando la brújula se perdió y el pegamento se cuarteó y se secó, aquella familia empezó a desmoronarse por los cuatro costados.

El viudo que, conscientemente, había renunciado a ser él mismo para entregarse a ella, a disfrutar de lo poco que le quedaba, ya no sabía encontrarse, sí encontró a la peor compañera de viaje que puedes buscar, la copa, y ahí sigue, haciendo eses, zigzagueante, siempre.

La pequeña se liberó definitivamente de sus ataduras, pero como lo hacen las personas que no han crecido, huyendo hacia adelante, sin asumir los problemas, sin plantarles cara, sin tomar el control de su vida, escondiendo la cabeza, y resolviendo la situación de manera chapucera para acallar la conciencia y poder irse a kilómetros de su casa, de sus hijos, de su padre y…de sus hermanas.

Pero, vuelvo a repetir, el pegamento era demasiado fuerte, lo que has mamado desde la tierna infancia no puedes dejarlo a un lado sin más, y las tres se buscaban, y rompieron todos los lazos con esas amigas reales, con las relaciones que siempre fueron para ellas temporales y prescindibles, porque querían volver a ser ellas tres de nuevo, aún en la distancia. Entonces qué mejor que en la Segunda Vida.

En su mundo virtual no tengo cabida, en el real he dejado de buscarlas, simplemente, porque ellas no quieren que yo las encuentre.

viernes, 15 de julio de 2011

Terapia Vacacional. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que cualquier mujer sabe que antes de maquillarse, aunque sea mínimamente hay que prepararse la piel, limpiarla y acondicionarla, de tal manera que cualquier maquillaje, por ligero que sea quede impecable. Si tienes una piel llena de impurezas y sucia, por muchas capas que te pongas el resultado es nefasto. Pues lo mismo pasa con nuestra mente, pretendemos divertirnos, repararnos, desestresarnos, renovarnos y prepararnos para lo que nos queda de año en las vacaciones, sin antes limpiarnos de nuestras impurezas, de la suciedad que vamos acumulando, igual que las capas de maquillaje, ponemos una sobre otra, y el resultado es descorazonador.

Jacobo era un hombre racional, metódico, algo maniático y muy poco dado a creerse cualquier cosa que antes no hubiese comprobado. Tenía un trabajo estresante como muchos y planteaba sus vacaciones, casi con el único objetivo de descansar, dedicarse a leer, disfrutar de la familia, tirarse a la bartola a ratitos y poco más, vamos como tantos otros. Y como tantos otros, volvía una y otra vez de las vacaciones con un regusto amargo, por volver a trabajar, se decía él, pero, en el fondo no se atrevía a confesarse a sí mismo que después de 335 días de arduo trabajo, los días de tan merecido descanso habían resultado un tanto decepcionantes (por nada en particular y por todo en general).

Un día de los que Jacobo salía a correr a orillas del mar, sin saber muy bien porqué, en vez de empezar, se sentó en la orilla a contemplar el vaivén de las olas, cómo se agitaban, cómo llegaban a la orilla y se llevaban cuanto encontraban a su paso para llevárselo mar adentro, y volvían y dejaban algo y volvían a llevárselo, una y otra vez, sin prisas, sin pausa, con cadencia infinita. No pensaba en nada, sólo en las olas, una y otra vez las olas entraban y salían incluso dentro de él llevándose algo y dejando a su paso calma. Despertó del sopor, miró el reloj, sólo habían pasado 15 minutos que le habían parecido eternos y comprobó con sorpresa que se encontraba más vigoroso que con su carrera diaria. Pero ya os he dicho que Jacobo era un hombre racional e impropio de él hubiese sido entusiasmarse con la sensación de sosiego, alivio y frescura que le recorría, así que lejos de alegrarse, se propuso comprobar otras sensaciones.

Llegó a su casa y se planteó hacer sólo una cosa a la vez, sin pensar en nada más. Se preparó el desayuno, concentrado al cien por cien en lo que estaba haciendo, cómo llenaba la cafetera, cómo calentaba la leche, cogía una tostada y cómo untaba la mantequilla, despacio, todo por igual, para que quedara uniforme, dando tantas pasadas como fuera necesario, cuando quedó satisfecho del resultado, le dio un mordisco y paladeó cada bocado, un sorbito de café. En definitiva, un desayuno nada sibarita, pero el más delicioso que recordaba.

Ya estaba muy picado, aquello le divertía y le intrigaba a partes iguales, pero no se lo terminaba de creer del todo, la próxima tarea sería más difícil, ocuparse de su enano, seguro que aquí habría otras sensaciones. Crema protectora, gorra anti-insolación, cubito, pala…El pequeño estaba encantado, su papá era bien distinto, no hacía el cuestionario de rigor de preguntas cortas, respuestas rápidas y breves, le dejaba explicarse, seguir sus argumentos, su propio discurso errático, caótico, infantil, que pasa sin más ni más de un tema a otro, y le miraba a los ojos, y deliberaban sobre la cantidad de agua que necesitaba la arena para compactar mejor y que el castillo no se desmoronase. Porque Jacobo no tenía prisa por terminar, no pensaba en acabar cuanto antes para irse a leer el periódico, estaba de nuevo concentrado totalmente en ese instante.
Probó y siguió probando con muchas, muchas cosas.
Un día miró a su mujer a los ojos como hacía tiempo que no la miraba, no con deseo (eso ya lo hacía muchas veces), sino con atención, absorto en lo que hablaba y en lo que decía sin hablar.

Para Jacobo fue todo un descubrimiento, personal y quizá, intransferible, porque cuando las cosas están maduras caen por su propio peso y salen con total naturalidad, casi sin esfuerzo, salen porque quieres que salgan.

Después de la limpieza marina y de estar en cada momento como si fuese único, saborearlo, vivirlo con intensidad, Jacobo, por primera vez en mucho tiempo, se sintió satisfecho.

viernes, 8 de julio de 2011

La Becaria. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que hace unos años entró en una empresa pequeña junto con otra compañera, Carmen. Desde el primer momento hubo sintonía entre ellas, y eso que no tenían mucho en común, las separaba un abismo generacional, una trayectoria y experiencia profesional diferente, y un recalaje opuesto, Hortensia venía del paro y había tenido que rebajar sus expectativas salariales, mientras que Carmen había dado un salto sustancial en su carrera.
Pero, como es bien sabido, la diferencia no la marcan las circunstancias que te rodean, no siempre y no tantas veces como nos empeñamos en justificar, sino las personas, decidiendo nuestra actuación, nuestro comportamiento y nuestras reglas.

Mientras todos esperaban que saltasen chispas, surgiesen conflictos, celos profesionales y la más antigua, Hortensia, quisiese tomar el mando sin autorización, por aquello de la edad y experiencia, se encontraron con una situación completamente distinta a la esperada, para tranquilidad de unos y beneficio de todos.
Se complementaban bien, lo que a Carmen le faltaba, lo suplía Hortensia y estaba ávida de aprender, y Hortensia aprendió tanto o más como enseñó en entornos desconocidos hasta entonces.

Había tanto trabajo, que las Altas Instancias decidieron contratar a un becario para que echara una mano en ciertas tareas más administrativas al mismo tiempo que iba aprendiendo técnicas de selección. Y llegó el día en el que pudieron dar la bienvenida a una tímida y calladita argentina que había sido, finalmente, seleccionada.
Le traspasaron aquellas tareas que, previamente les indicaron, iban a ser de su competencia, y se las explicaron, y compartieron con ella otras (selección de currícula, preparación de entrevistas, etc).
Todos aprendemos cometiendo errores, y siempre ha habido quien, con infinita paciencia, nos ha explicado una y mil veces cómo hacerlo bien, y no es una pérdida de tiempo, es una inversión, porque el tiempo que ahora empleas, se ganará más adelante, pero ¡¡¡¿¿tantos??!!!.
Carmen y Hortensia descartaron desde el primer momento que no tuviera capacidad, era simplemente un problema de actitud, de desidia o de falta de interés por hacerlo bien.

La empresa se presentaba a un concurso y necesitaba recabar, consolidar y poner en bonito un montón de información, y, como venía siendo habitual, el reparto de tareas vino dado. Hortensia y Carmen consolidarían y formatearían, mientras que la tímida y calladita becaria sería la encargada de conseguir la información. ¡¿Cuántas veces le preguntaron cómo iba, si tenía problemas y cuánto llevaba y Cuántas veces dijo que todo iba bien y que sólo faltaban unos pocos?!. Hasta que la misma mañana en la que se acababa el plazo, soltó la bomba, ni había llamado a nadie, ni había recogido nada…y ni se había enterado de lo que tenía que hacer.
Tras unos cuantos litros de tila y unas valerianas, dejando el “¿En qué estabas pensando?”, el “¿Cómo se te ocurre?”, el “¿A qué te has dedicado?” y el más importante el  “¿POR QUÉ NO HAS DICHO NADA HASTA AHORAAAA?”, para más adelante, Carmen y Hortensia se pusieron a la ingrata tarea de deshacer el entuerto y la tímida y calladita becaria decidió que, como ya había metido la pata suficientemente, sería más útil yéndose al cine que quedándose a compartir el marronazo.

Unos días más tarde, nuestra tímida y calladita becaria, cayó en la cuenta de que debía una disculpa a sus compañeras, no por el error cometido, sino por su comportamiento tan poco solidario, y con lágrimas de cocodrilo y golpecitos de pecho, se sinceró. Esperaba mucho más de ese trabajo, las tareas encomendadas eran de muy bajo nivel y no le aportaban nada, es más, quería ir haciendo el mismo trabajo que sus dos compañeras, y aún así no estaba del todo segura de que le gustase, quizá se había precipitado al cogerlo y quería explorar otros horizontes. Como meta no está mal, pero todo a su tiempo, Hortensia le dijo que tuviese paciencia y sobre todo que era joven y podía probar con otras actividades si no lo tenía claro.

Días después habló con el jefe y le comunicó su decisión de irse, volvió al departamento y dijo que pasaría a despedirse más tarde. Nunca más volvió. Minutos después Hortensia fue llamada al despacho y para su sorpresa, la tímida y calladita becaria había rajado de lo lindo, se iba, forzada por las palabras de Hortensia que le había dicho que no servía para este trabajo después de los errores cometidos, y harta de la mala actitud de sus compañeras ante su falta de experiencia. A Hortensia casi le cuesta un disgusto muy gordo y una sospecha de la que no se deshizo nunca.

Da igual si somos becarios o directores generales, si tenemos más o menos experiencia, algunas circunstancias excusan a veces nuestro proceder, pero casi siempre nosotros podemos elegir  cómo queremos recorrer el camino, con valentía, asumiendo nuestros errores, sin avergonzarnos por cambiar de opinión, con ganas de aprender hasta lo más simple o…..de otra forma.

viernes, 1 de julio de 2011

Yo soy así. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que con la excusa de “Yo soy así”, hay muchas personas que aprovechan para comportarse de manera muy poco adecuada. El “yo soy así” quiere decir “digo lo que pienso, tal y como lo pienso, en cualquier momento, a cualquier persona y si no le gusta no es mi problema”, para estas personas es sinónimo de sinceridad, de no tener pelos en la lengua y sobre todo de ser fieles a sí mismas.

Lo respeto, pero no lo comparto en absoluto. Se puede ser sincero sin hacer daño a otros de manera gratuita, podemos esperar a que nos pidan opinión, y no soltarla sin más ni más, porque, aunque nos parezca mentira no todo el mundo quiere escucharnos, ni le interesan “nuestras verdades”. Se pueden decir las cosas de maneras muy diferentes. Ser fiel a uno mismo no es pasar como un bulldozer por encima de los sentimientos de los demás.

Ser insolentes, frescos, groseros, inapropiados, maleducados e inoportunos está al alcance de todos y la convivencia sería insoportable si nos dejásemos llevar por lo primero que se nos cruza por nuestra cabeza.

El otro día, en la fiesta de fin de temporada futbolística, el equilibrio era delicado, no todos los que estábamos habíamos tenido unas relaciones muy cordiales, ni amistosas, pero por el bien de nuestros hijos, enterramos el hacha de guerra. Claro que no contábamos con algunos elementos “yo soy así”, que, animados por la ingesta de cubatas, darían rienda suelta a su deseo de decirle “cuatro verdades” al de enfrente. Menos mal que cada uno metaboliza el alcohol de manera diferente, a unos les da por mandar de vacaciones indefinidas a su lóbulo pre-frontal (así hace lo que quiere, cuando quiere, sin preocuparse de las consecuencias), mientras otros se lo toman todo a risa y no le dan importancia a lo que escuchan. Digo menos mal, porque si no se habría liado una buena.
Decirle a una persona que no le saludas porque te parece una pija, no es muy apropiado. Estás en tu derecho de comportarte como una maleducada, siempre y cuando no comprometas  a los demás creando un conflicto o una situación incómoda, convirtiendo un festejo en un enfrentamiento, pero con la excusa de “yo soy así” todo lo arreglan.
Como no llegó la sangre al río, y cosas del alcohol, luego se abrazaron y quedaron amigos para siempre, todos respiramos tranquilos y pasamos página.

 
Aún así, sigo pensando que la franqueza, la sinceridad, la sencillez de carácter, no ser hipócrita y todas esas buenas cualidades que los “yo soy así” toman por bandera, también las tienen otras muchas personas que cuentan además con sensibilidad, empatía, corrección, educación y buenas maneras, tan buenas cualidades como las primeras y muy beneficiosas para nuestra convivencia.