lunes, 23 de abril de 2012

2012, El año del fin del mundo. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que por lo que cuentan, éste es el año del fin del mundo, según el calendario maya, azteca o Pirelli, no recuerdo cuál de ellos.

No sé si finalizará el mundo este año, pero lo cierto es que las cosas están algo revueltas.

Mi prima, ésa que saltó a la fama mundial por ser intrépida y arriesgada, está desquiciada del todo, necesita medicación porque está empeñada en dispararse, no en el pie como otros (este niño siempre dando problemas), sino directamente en la cabeza, volándose la poca sesera que le queda. Y es que últimamente, lo de disparar, se está poniendo de moda en este país, que se lo digan al abuelo del niño, que para alejarse de este ambiente deprimente y distraerse de las tremendas preocupaciones que no le dejan dormir (propias y ajenas), se ha ido a disparar a unos animalicos con trompa. A lo mejor, cuando el dinero vuelva a fluir, el INEM empieza a proponer safaris para los desempleados, para aliviar tensiones.
Pero ¡ea!, ya se disculpó, así que asunto zanjado.

Aquí cada uno hace lo que puede, pone su granito de arena, para liar más la madeja o para ser más extravagante. Algunos de los políticos, según les dieron la cartera ministerial, se les aflojó un tornillo, perdieron neuronas o, simplemente, se quitaron la careta y nos dejaron ver su imagen real.

Está aquel que, después de dejar uno de los mayores pufos de la historia en el Ayuntamiento de Madrid, ahora ha tomado por misión la creación del Carnet de Mujer por Puntos. Si eres madre, más puntos, si quieres ser madre, más puntos, si quieres ser madre y “no te dejan”, más puntos y solidaridad, pero amiga, si no eres madre y encima no quieres, entonces, pierdes un montón, y ya si, por circunstancias, has abortado, directa a los cursos de reciclaje de “Cómo ser una buena Mujer”, porque los has perdido todos, todos y todos. Lo que se ha guardado de decir es que por muchos puntos que tengas, ayuda real sigues sin tener.

Y también está su compañero en el Consejo de Ministros que trata de justificar el aumento de alumnos por aula (pública, claro), argumentando que a nuestros niños les vendrá bien como instrumento de socialización. Esta medida ha sido tan valorada por pedagogos y educadores, aunque contravenía las últimas tendencias e investigaciones, que incluso los colegios privados más elitistas, las academias de postín, los centros  dedicados a la enseñanza altamente especializada y todas las escuelas de prestigio están considerando adoptar dicha medida inmediatamente, aumentando el número de alumnos en sus aulas y ofrecerlo como criterio de valor en su oferta formativa. Y yo le propongo al ministro que, puestos a aumentar nuestra socialización (como país debemos ser uno de los “peores” socializados de Europa), por qué no damos clase en los teatros, o mejor en los campos de fútbol, así sólo necesitaríamos un profesor con un megáfono.

Pero nuestros políticos no son los únicos que se crecen ante las adversidades, nada más cruzar el charco, tenemos a La Gran Viudita, que encarna a la mujer que renace de sus cenizas, que después de ser vapuleada por la vida perdiendo al marido y operada de urgencia, se ha echado a la espalda a todo un país para llevarlo de nuevo a las más altas cotas de orgullo patrio. Primero, reclamando Las Malvinas (pero estos británicos son duros de pelar y si no que nos lo digan a nosotros), y luego nacionalizando una empresa de hidrocarburos. Y mientras ensalza la honra de nación, digo yo, que algo desviará la atención sobre los problemas reales que tiene y el desconocimiento sobre la solución a los mismos.
Pero esto de la nacionalización nos ha tocado de lleno a nosotros, que, por otra parte no estamos para tirar cohetes, ni se nos ha puesto a tiro ningún Islote Perejil, así que supongo que el Gobierno va a contraatacar y me temo que con la única arma que tiene a su alcance….Nacionalizar a Messi, a ver cómo se les queda el cuerpo cuando no pueda volver a jugar en la Albi-celeste de nuevo, si acaso en la Roja y con permiso de Del Bosque.

Entre las insensateces de unos, los desmanes de otros y las ineptitudes del resto el mundo no sé si se acabará, pero lo que parece más probable es que acabemos volviéndonos todos locos. 

lunes, 16 de abril de 2012

¿Qué pasa con mis palabras?. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que tiene una amiga, que no soy yo, que el otro día le envió unos videos de una psicóloga chilena llamada Pilar Sordo que os recomienda encarecidamente.

Según esta psicóloga los hombres tienen diez mil palabras y las mujeres veinticinco mil, las cuales utilizan de distinta manera. Así como los hombres se dedican a emplearlas casi todas fuera de las fronteras de sus relaciones maritales, personales, es decir fuera de su entorno doméstico, las mujeres, en cambio, utilizan la mayoría dentro de él, y de aquí viene, entre otros, unos de los mayores motivos de frustración de unas y de desconcierto de otros.

O sea que los hombres hablan….pero fuera de casa, es bueno saberlo, me quedo más tranquila, pues ya empezaba a pensar que podrían ser presa de alguna extraña involución perniciosa que les privase de la habilidad comunicativa.

Pero siempre voy un paso más allá y me voy a comparar las grandes cifras, los grandes estudios, la generalidad de los valores estadísticos, con la particularidad de mi hogar, con la idiosincrasia de las personas que habitamos estas cuatro paredes que llamo “MI CASA”.

Empiezo por mi queridísimo, y digo: “¡Bingo!, esta mujer ha dado en el clavo”. Gastó sus diez mil palabras en la oficina y no se ha dejado ni una para casa, suerte que yo no soy muy charlatana, aún así tendré que hacerle ver las ventajas de administrarse bien los recursos, sobre todo cuando son escasos. Y luego pienso, algún defecto tendría que tener.

El otro hombre de la casa, ése, es otro cantar, seguro que se hizo con las diez mil de otro muchacho despistado, o de uno que no quería las suyas para nada, y ha atesorado más de las que le corresponden, o eso, o es que no gasta nada en el colegio, ya que te suelta las diez mil que tiene a bocajarro en cuanto llega a casa. No hay manera de meter baza en ningún momento del día…ni de la noche porque habla en sueños.

Y mi hija, atesora sus veinticinco mil como una avara, para ella sólo existe una manera de utilizarlas, por teléfono con sus amigas. En esto sus padres, es decir nosotros, estuvimos finos, por una vez, y tuvimos la precaución de contratar una tarifa plana telefónica para no acabar teniendo que poner un candado.

Y yo ¿qué hago con mis veinticinco mil?, si mi pequeño no me deja insertar ni una frase, mi hija es muda, solo conversa cuando tiene un auricular en la mano y mi queridísimo es un manirroto lingüístico, ¡¡¿qué me queda?!!

Hasta hace unos meses las guardaba en un bote, a buen recaudo para que mi hijo no las encontrase (¡¡¡sólo me faltaba!!!), luego me dedique a salir y cultivar amistades, pero (¡maldita sea mi suerte!) me volví a encontrar con gastadoras compulsivas de palabras, después las puse negro sobre blanco, en papel digital para que todo el que quisiese las “escuchase”, pero no es lo mismo escribirlas que decirlas.

Así que he decidido que se acabó, voy a proponer el PEP (Plan Económico de Palabras), para que cada uno de los miembros de este ilustre hogar tenga una cuota, unos subiendo sus emisiones y otro (el pobre niño) adecuando las suyas para que nos de tiempo a todos a emplear las nuestras, y repartirlas de manera que todos nos sintamos más satisfechos.

Y ahora que lo pienso ¿Qué he hecho yo con el bote de mis palabras?

lunes, 9 de abril de 2012

¿Qué hago con mi queja?. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que si Descartes hubiese vivido hoy en día no escribiría eso de Cogito ergo sum, o lo que es lo mismo, Pienso luego existo, más bien habría escrito algo parecido a esto, Me quejo luego existo (disculpad que no lo ponga en latín ya que lo tengo un poco oxidado).
La queja es el deporte nacional, o el internacional (aunque no sé si es algo que traspasa nuestras fronteras), y cuanto más improductiva mejor.

Hace unas semanas dos señoras en el autobús iban hablando de cuánto tiempo hacían que no salían juntas, a lo que una de ellas respondió: “si es que no puedo moverme de casa, con el dichoso perro….” Acto seguido empezó a bombardearle a su amiga con un repertorio de quejas sobre todo el trabajo, dinero y molestias generadas por el animalico, que era un amor de can, pero que entre las enfermedades, la comida que tragaba, y que no les permitía disponer de su tiempo libre, ni irse de vacaciones donde querían porque no admitían perros de semejante envergadura, su vida, en definitiva, se resumía a una monótona y aburrida rutina. Y para rematar la perorata culminó con un “¡¡quién me mandaría a mí regalarle un perro a mi hijo!!”.

Su amiga…y yo, pero a mí no me preguntaron, lo tuvo claro en ese mismo instante: “Dile a tu hijo (un joven ya hecho y derecho) que se encargue del perro”, a lo cual la quejosa mujer le respondió: “Ya, pero no es tan fácil, porque a mi lo que me gustaría es no tener que pedírselo, sino que saliera de él”.

Entonces me imaginé por un momento cómo podrían haber sucedido las cosas en esa familia. Después de que el niño estuviera dando la paliza durante días, semanas o meses a sus tiernos progenitores lanzándoles mensajes machacones cual tortura china, como “cómprame un perro” o “todos mis amigos tiene perro” o “a Daniel sus padres le han regalado un perro por su cumpleaños” , papá y mamá, a punto de cortarse las venas, le compraron el perro al niño, eso sí sin mirar mucho la raza del susodicho animal, y sin tener en cuenta que algún día crecería y se convertiría en el mastodonte que hoy día era.

Jamás el niño se responsabilizó del cuidado del perro, a las pruebas me remito, ni de hacerse cargo de su custodia cuando creció, el niño, no el perro, porque por lo que seguía contando la madre a la amiga, el muchacho viajaba por todo el mundo y disfrutaba de la vida que era un primor, mientras que los padres se hacían cargo del perrazo como si fuese ya una más de sus infinitas responsabilidades y tareas.

La madre abducida por un pensamiento mágico tan grande como ella (o el perro), piensa en este instante, de camino a su casa en el autobús, que por arte de birli birloque  su hijo, al que no le han enseñado a hacerse responsable de su mascota, sea ahora responsable de ella y, sin saberlo él, se le encienda una luz en su cabeza que le advierta de que debe quedarse con él mientras sus padres disfrutan de unas merecidas vacaciones y todo esto sin que medie ni una sola palabra.

Lástima que no sepa dónde vive esta mujer, porque si consigue esto, puedo asegurar que tiene algún poder paranormal que le permite poner pensamientos en la cabeza de otros con su sola fuerza de voluntad.
La buena señora ni está dispuesta a poner encima de la mesa la situación que provoca su queja, ni a pedir a su hijo que se haga cargo de dicha situación a partir de ahora, por lo que sigue quejándose infructuosamente, sin hacer nada para cambiarlo.

Cada día, nos quejamos por cosas que no estamos dispuestos a cambiar, porque no nos merece la pena, porque tenemos miedo, porque nos compensa de alguna manera ya que ser víctima tiene sus beneficios, porque no sabemos, porque es un mal hábito que hemos aprendido, porque estar satisfechos puede confundirse con ser conformistas. Sin embargo, la queja constante pasa tarde o temprano su factura, nos aleja cada vez un poco más de los demás, de todos, incluso de los que más queremos.

Así que volvamos de nuevo al principio, a Descartes y revisemos de nuevo su frase, porque si hubiese vivido en esta época, probablemente habría escrito algo más parecido a Me quejo luego cambio.

lunes, 2 de abril de 2012

Reality. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que un día llegó a este país algo llamado culebrón, un serial que nosotros teníamos en la radio, pero en formato televisivo con acentos sabrosos, con nombres compuestos y con tramas que eran tan evidentes desde el principio que se adivinaba el final, pero con nudos tan intrincados como los de los buenos marineros…y los españolitos, nos enganchamos a ellos con pasión.

Unos años más tarde nos sorprendió otro formato, el reality, y esto sí que era una auténtica revolución en nuestras vidas, ya que se trataba de fisgar sin pudor a otros en su devenir diario, siguiendo sus pasos minuto a minuto, vidas cotidianas o vidas aisladas en un ambiente de pseudo-laboratorio. Se sustituyó el vaso en la pared, y la creatividad de imaginarse qué es lo que estaba pasando en casa del vecino, por la patente realidad de las miserias humanas, y esto siendo testigo, millones de hogares en todo el país. ¡Vaya, un exitazo de la cadena!. Y se crearon nuevos dioses, tan imperfectos como el resto de los mortales, si cabe, más imperfectos que el más imperfecto de los mortales, ya que cuanto más zafios, groseros, ignorantes, maleducados, grotescos y escandalosos eran, más valían como dioses de este universo tan “real” como la vida misma.

Renovarse o morir, los realities, también han ido cambiando con el tiempo, hemos pasado de una realidad de laboratorio en la que surgen de manera casi natural toda clase de percances, a un amaño, metiendo individuos con consignas muy específicas sobre cómo deben comportarse. O aquellos que se nutren de los famosillos con falta de “cash” para que se saquen los ojos o se envuelvan en escarceos amorosos, así sus parejas, fuera, tienen que ir a las tertulias post-capítulo para ser vilipendiados por tertulianos, que, a su vez, han salido de otros realities. En definitiva, un negocio redondo, porque se nutre así mismo de carnaza ininterrumpidamente.

Y luego están los talent-show, que son realities, pero en los que los participantes tienen que desarrollar una habilidad: cantar, bailar, pero sin despistarse, entre gala y gala, de los momentos de casa, cama, riñas, ducha…

En estos programas, los americanos, quiero decir, los estadounidenses, nos llevan una gran ventaja, ellos tienen mil y una variedad: los que transforman a una persona en otra bien distinta, tras varias operaciones de cirugía, visitas al dentista, maquillaje, peluquería, guardarropa; los que acuden a la llamada de un negocio que está en las últimas para que un experto lo levante.
Hay aquí dos que me “encantan”, el de la peluquera que parece una policía de la antigua Alemania Democrática, eso sí, con un estilazo bárbaro, pero que da miedo sólo verla aparecer. Esta señora, llamada Tábata, llega a la peluquería, mejor dicho, al salón de belleza, a punto de quebrar, y pone a todo el mundo firme, empezando por el dueño y terminando con el último empleado del negocio, y no se anda con medias tintas, al final consigue que el negocio florezca de nuevo, si le hacen caso, si no, se viene abajo como era de esperar.

El otro, que tiene el mismo formato, lo encabeza un cocinero, y transforma el restaurante y al chef de turno, si se deja, claro que durante todo el programa le ha dado su ración de palo y tente tieso, poniéndole verde a cada instante….por su bien, para que reaccione.

Y hay otros encantadores, los de las novias en busca de los trajes de boda de sus sueños, ¡lo que sufren las pobres mías!, porque la mayoría tienen un peso considerable y eligen vestiditos de Barbie.

Pues puestos a cotillear, llamadme antigua, pero prefiero el vaso en la pared y la imaginación, elucubrar e inventar lo que se estaba cociendo al otro lado del tabique, supone utilizar más el cerebro, no expandir el cotilleo hasta límites universales y un esfuerzo considerable.

Sin embargo ahora, meterse en la vida ajena, la de personas a las que no conocemos de nada, y nada nos importan, eso se logra, apretando un botón.