Mi amiga Hortensia dice que
existe riesgo de contagio.
Ante todo he decir que no ha sido
a mí a quien se le ocurrió el término, fue a una amiga mía, y aunque parezca
que no es muy ortodoxo, describe a la perfección esta enfermedad, este virus
antiguo como la Humanidad, pero que hoy en día (como las plagas de piojos), se
ha acrecentado y multiplicado, porque aunque estamos rodeados de gente, muchas
veces nos sentimos tremendamente solos y desamparados.
No hay que decir, o sí, que esta
amiga mía y yo, tenemos otra amiga común yoísta
hasta la médula, pero ella, como la mayoría de afectados, no lo sabe. A veces,
a esta amiga y a mí, se nos hace insufrible soportar los síntomas.
El yoísta es un paciente duro de pelar, primero porque no se considera
aquejado por el virus, segundo, porque en el caso de que alguien le ponga en
antecedentes y le haga ver lo que hace, tiene una imagen tan distorsionada de
sí mismo que considera que aquel insensato sólo pretende ofenderle y le tiene especial animadversión y tercero,
porque necesita desesperadamente la atención del respetable.
¿Cómo reconocer a un yoísta? Sea cual sea el tema que se
sugiera en una conversación, el yoísta
tomará enseguida la iniciativa empezando su frase con un “yo hago, a mi me
pasa, yo conozco…” para hilvanar acto seguido con cualquier elemento discursivo
que tenga que ver o no con lo planteado.
El yoísta charla sin parar, interrumpe sin remordimientos, termina tus
frases si tardas más de la cuenta (estás invadiendo su preciado tiempo), te
interroga si necesita información, te examina para asegurarse de tu atención y
en casos muy graves llega a recriminarte si te coge en un renuncio.
El yoísta es un agujero negro que absorbe todas las conversaciones y
las transforma en yoa-logos (no hay
diálogos).
El yoísta resulta tan cargante que aleja de sí a toda aquella persona
que no tenga una voluntad de hierro y que no decida, por amor o amistad,
mantenerse cerca a pesar de los pesares, lo cual provoca aislamiento, no
convoca la cantidad de auditorio que les gustaría y eso acrecienta más los
síntomas.
No hay espectáculo más espléndido
que una batalla de yoístas, el resto
de los allí presentes sólo deben sentarse con una buena bolsa de pipas y ver
cómo luchan denodadamente, cómo te utilizan, cómo hacen prisioneros, cómo se
alían primero con unos y luego con otros y por último, cómo se rinde uno, y el
otro sale triunfante…amargo triunfo, ya que los allí convocados hartos ya del
duelo sólo desean no volver a verlos en su vida.
Hace ya unas semanas que propuse
a unas amigas un curso de relajación, quizá fue un mal planteamiento, ya que la
idea no es llevar la colchoneta, los bombachos y hacer tres respiraciones
profundas, sino empezar la casa por los cimientos, ahondar en el hecho de que
la relajación es quizá la última estación de un largo camino que hay que
recorrer, y que pasa por la conciencia de uno mismo, la buena gestión de
nuestras emociones, aprender a escuchar y observar las señales de dentro y de
fuera, saber lo que nos limita y lo que nos potencia y contar con ello para
llevar a cabo todo lo que nos propongamos. No tuvo mucho éxito y me temo que no
me vendo muy bien.
Sinceramente creo que sería
beneficioso para todas esas personas yoístas,
pero para otras también, incluida Yo.