Mi amiga Hortensia dice que el
término inmersión siempre le recuerda a los submarinos, y a las películas, en
las que el oficial al mando, en medio del caos ante la llegada de un barco
enemigo gritaba desaforado: “Inmersión, inmersión”, y todos aguantábamos el
aliento expectantes, ¿les daría tiempo o no?, ¿conseguirían sumergirse antes
del lanzamiento de los proyectiles?.
Sin embargo estos días la
inmersión flota en el ambiente lejos del mar y del océano.
Y esta mañana en los
descafeinados Desayunos de TVE (que se han vuelto tan oficialistas como el
resto de su programación), alguien ha vuelto a hablar de inmersión, pero esta
vez haciendo oídos a un prestigioso economista que revelaba la fórmula contra
el fracaso escolar de nuestros pequeños, a saber, la inmersión en Matemáticas e
Inglés.
No quiero ser mordaz, pero como
su negociado anda un poco despistado y no se ponen de acuerdo en lo
fundamental, es decir si crecemos o nos seguimos desecando, pues debe
considerar que es mejor ponerse a opinar de otros. Lo cual no me parece
inoportuno (yo también opino de Economía, sin despeinarme), si se toma como lo
que es, una opinión, no la sentencia del Oráculo de Delfos.
Que nuestra educación está
fallando hace tiempo que lo sé, pero no por una cuestión de promedios, ni de las calificaciones de nuestros estudiantes en los exámenes comunitarios o
internacionales. Nuestra educación falla por una variedad de circunstancias a
las que no nos hemos sabido adaptar (a nivel mundial, por eso no me sirven los
sistemas de medida), ni la sociedad, ni los programas, ni los profesionales, ni
los alumnos y los que menos de todos los gestores que deberían haber
promocionado un cambio de paradigma.
Hemos ido enfocando y por lo
tanto, lo que más nos ha importado, es la medición, ahí es dónde depositamos el
valor de nuestros estudiantes, del 5 para abajo no vales, y el único objetivo
del curso, de la clase, del profesional y del alumno es superar la prueba, el
resto (si aprendes, si asimilas, si comprendes la materia, si la haces tuya) si
sucede bien y si no, no importa. Lo que produce a la larga, a la corta y a la
media, tanta frustración en cualquiera de las partes que es casi un milagro que
el sistema todavía funcione y se siga soportando.
Hemos hecho de la medición un fin
en sí mismo y no un medio, lo que siempre fue, uno de tantos, importante, pero
no el único.
La inteligencia, y esto no lo
digo yo que soy como quien dice una inexperta en la materia, es tan variopinta,
tan diversa y, en casi en todos los casos, tan poco medible, que no se
circunscribe a una disciplina concreta (ni a dos), aunque muchas básicas y
necesarias para el desarrollo del ser humano.
A algunos economistas les hubiese
venido de perlas una inmersión en Historia, por aquello de no cometer los
mismos errores cíclicamente. En esta época convulsa y oscura, donde vuelven a
hacerse preguntas que antes se habían olvidado, no vendría mal una inmersión en
Filosofía, madre de todas las ciencias modernas, una reflexión sobre el fin,
los medios, los valores, y todas esas “chorradas” para algunos pragmáticos.
O de qué me sirve ser multilingüe
si no pongo ni la voluntad, ni el interés en escuchar al otro, hable el idioma
que hable.
Las Matemáticas, o la certeza en
un mundo incierto, no el instrumento de la usura.
Como en el submarino del
principio, no quiero hacer una inmersión de urgencia, por la vía rápida, para
que en los test de capacitación “mis chicos” den la talla.
Quiero a estos míos empapados
hasta la médula de toda la sabiduría posible, que sepan hacer despertar la
creatividad que todos llevamos y, que nos ha hecho unos investigadores
estupendos en cualquier campo, quiero que exploren el mundo, no por necesidad
perentoria, si no por afán aventurero (no como ahora), quiero que aprendan
primero y luego sepan hacer exámenes porque lo necesitarán para abrir algunas
puertas.
Mucho me temo que estoy haciendo
una inmersión en Utopía, con el agua al cuello y el periscopio bajado me hundo
lentamente….