lunes, 15 de abril de 2013

La Mudanza. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que siempre que entraba a una empresa nueva no sabe ni cómo ni porqué pero terminaba haciendo una mudanza.

Y parece que sigue la racha, porque ahora que estoy en esta empresa, la mía, esta pequeña, incipiente, unipersonal y todavía en mantillas…ya me estoy mudando.
No es una mudanza física, de cajas de cartón, rollos de cinta de embalar y papeles por todos lados, es una mudanza virtual, pero que lleva aparejada también unos cuantos recuerdos de cuando empecé hace ¿un par de años?.

Para esta he necesitado mucho tiempo para pensar y decidirme, manos expertas que me condujeran y me asesoraran, grandes dosis de paciencia porque mi ignorancia en estos temas es tan infinita que los asesores tienen que empezar con el ABC, o el 2+2.

Agradezco la ayuda desinteresada de algunos y las ideas de todos los que han participado.

Agradezco la compañía de todos los que a lo largo de este tiempo habéis leído mis artículos, comentado, promocionado o simplemente disfrutado, espero, que tanto como yo escribiéndolos.

Pero, me mudo, no me despido de vosotros, dejo Blogger, que me dio algún que otro disgustillo y me voy a Wordpress, como ya me recomendaron algunas, (ja,ja, ellas saben), y estreno no solo Blog, sino Web, porque esta mudanza se enmarca en un proyecto un poco más ambicioso, os invito a que entréis, lo visitéis y me contéis qué os parece.

Cierro ya la última caja, y sólo me queda echar un vistazo por si me dejo algo, y preparo el cartel que pondré en la puerta:

“Me traslado, mi nueva dirección es…

 www.autoconscienciayrelajacion.com

Nos vemos pronto…Hortensia.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Uno de los Nuestros. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que no puede estar más tiempo callada ante tantos buenos sentimientos de los que está siendo testigo últimamente.

Creo que ya he comentado en alguna que otra ocasión mi experiencia laboral con un cliente hace unos cuantos años. Esta señora, jefa mía para mi desgracia, atesoraba dentro de ella un variado abanico de patologías del DSM-IV, lo cual hacía difícil la convivencia personal y, lo que es más importante, la laboral. A resultas de todo ello, y como el cliente siempre tiene razón (para la empresa privada), cargaba a sus espaldas una larga lista de colaboradores reprobados de distintas empresas, por motivos variopintos e incluso sorprendentes, como el mío, ya que mi gran error fue no pensar como ella, es decir desquiciadamente. A lo que iba, mi jefe (el de mi empresa), aprovechando una baja médica que me tuvo varias semanas hospitalizada, decidió mandarme a las oficinas centrales, sin explicaciones, con una amonestación verbal y con una advertencia: “la próxima vez, a la calle”. Acto seguido escribí una carta a los Reyes Magos y pedí mi regalo de Navidad con muchos meses de anticipación, léase, no volver a trabajar con personas a las que les faltase un tornillo o, en su caso, que no estuviesen tratadas convenientemente. A cambio me concedieron otro deseo, estrategias para hacerlas frente en lo sucesivo.

Sin embargo, no me hubiese venido mal en ese momento un poquito de esa “lealtad sin fisuras” que están demostrando algunos dirigentes de muchos partidos políticos con ciertos miembros o trabajadores de su organización. Ya les puede caer la sombra de la sospecha más negra, social o judicial, sobre ellos, que ellos confían, les apoyan y les dan facilidades, ¡qué conmovedor, ni la canción de Los Manolos (lailolailo lailola) representa mejor la esencia del compromiso de ser Uno de los Nuestros!.

Muchos años más tarde mi empresa, no encontrando ninguna razón para un despido objetivo, sin afligirse un poquito, rescindió mi contrato improcedentemente con la consiguiente indemnización. En aquel momento me hubiese gustado que los directivos de la organización, desasosegados por dejarme en la calle después de mi implicación en ella, o imbuidos por una rectitud sin tacha, no hubiesen procedido al despido al no encontrar fallo alguno en mi actuación (fallo contemplado en la legislación vigente). Porque un empresario o encuentra motivo objetivo de cese o se come con patatas al trabajador, eso es sabido por todos, si no que se lo cuenten a los seis millones de desempleados. ¡Vuelve a recorrerme un escalofrío por el cuerpo y una lágrima resbala por mi mejilla!.

Y el Honor, y esa pregunta que flota en el ambiente ¿Cómo habéis podido pensar eso de mi?, pregunta que unos se hacen en silencio, porque dan la callada por respuesta, otros con indignación, alguno con el rostro descompuesto y sin aceptar preguntas y los más osados con arrogancia, sonrisa en la boca e insulto fácil. Y no puedo estar más de acuerdo, con la pregunta, no con las formas, porque es la misma que me llevo haciendo yo desde hace más de un año.
¡¡¿Cómo habéis podido pensar eso de mi?!!
¿Cómo habéis podido pensar que estaba llevando un tren de vida inadecuado a mis ingresos?
¿Cómo habéis podido pensar que he utilizado mis prestaciones por desempleo para viajar a paraísos tropicales o acomodar mi casa con electrodomésticos de última generación?
¿Cómo habéis podido pensar que me he servido del sistema de salud público para hincharme a medicamentos o hacerme toda clase de pruebas e intervenciones innecesarias?
¿Cómo habéis podido pensar que era tan manipulable, dócil y obediente que o bien me tenía que aguantar en silencio para no “dañar” la imagen de mi País, o si no, estaba gobernada por fuerzas extremistas y desestabilizadoras?.

Y el caso es que no solo lo habéis pensado, me habéis juzgado, encontrado culpable y aplicado un castigo.

Quizá, sólo quizá porque yo no soy Uno de los Vuestros.

miércoles, 16 de enero de 2013

Movimiento Pendular. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que desconoce si es una característica patria, un rasgo cultural o está en nuestro ADN esto de, después de reconocer el error cometido en un sentido, lanzarnos sin más hacia la tendencia opuesta, para compensar, debe ser, todo el mal que hemos hecho, como si de un péndulo se tratase.

Después de un largo, larguísimo periodo de desidia por el control de la gestión pública, de un clarísimo desinterés por lo que hacían o deshacían esos a los que habíamos votado cada 4 años, nos hemos echado a la calle para pedir explicaciones y para no dejar que mermen (aún más) lo conseguido. Y en un movimiento pendular sin parangón, ahora examinamos con lupa todo lo que hacen, al milímetro, no me extraña que se sientan algo fiscalizados, incómodos e incluso molestos, después de tanto tiempo con “la faja suelta”. A mi juicio, ni tanto, ni tan calvo, la responsabilidad va más allá de la papeleta de la urna, pero no tanto como para mirar el iris de cualquiera y ser suspicaz hasta con el jilguero del vecino.

Algo parecido está pasando en el instituto de mis hijos desde hace un año.

Alertados por una creciente tendencia al motín del alumnado (de algunos, no de todos), de la actitud desafiante, provocadora e incluso beligerante de nuestros benjamines, y de la falta de compromiso, la complacencia o la defensa acérrima de algunos padres de estos comportamientos, han optado, en un perfecto movimiento pendular, por aprobar ciertas medidas y de pertrecharse en algunas posturas incontestables (algunos, no todos).

Parece ser que hemos pasado de El Imperio del Alumno Camorrista a La Venganza de Don Maestro.

Lo primero fue ponernos a todos en el mismo saco, los alumnos alborotadores y los que no, los padres que consentían y los que no.
Lo segundo fue, desposeernos a nosotros (los padres) de criterio, pasamos a ser sujetos poco confiables y “sospechosos”: sospechosos de ser blandengues, sospechosos de hacer la vista gorda con ciertos deslices, sospechosos de encubrir, sospechosos por explicar, ya que todo eran disculpas o excusas. Hasta tal punto, poco fiables que nuestros justificantes de ausencia son papel mojado según para quien.
Lo tercero es utilizar, casi como único elemento disciplinario el “parte” (en sus dos versiones, leve y grave), casi para cualquier cosa que pase en el aula, desde el chirriar de una silla, hasta escupir.
Lo cuarto, ser completa y absolutamente impermeable al diálogo.

Si la imagen de un chicuelo amedrentando a un profesor me desgarra por dentro, esta situación tampoco me parece muy alentadora. La disciplina, la observación de las normas, el cuidado de la convivencia, no lleva aparejada la intransigencia, ni la arbitrariedad, ni el autoritarismo, es más es, como quien dice, contrario a todo ello.

¿Qué le están enseñando a mis hijos? Que da igual la edad que se tenga, que se pueden tener 14 o 40 años, la fuerza es lo que vale. Lo mismo que querían neutralizar de ciertos alumnos (matizado eso sí por los años, la experiencia y por un control de los impulsos) es “remedio” al problema.

Ni todos los alumnos son contestones, retadores, pendencieros y alborotadores.
Ni a todos los padres nos da igual si lo son o no.
Ni todos los profesores se ponen la armadura y salen a combatir al “enemigo”, afortunadamente.

La relación alumno-profesor nunca será (igual que la de padre e hijo) simétrica, lo cual no quiere decir que no contenga elementos tan necesarios, básicos y valiosos como el respeto, la corrección, la confianza, el compromiso y el apoyo.

A ver si se le acaba la pila al reloj y el péndulo se queda quieto en el centro, equidistante entre extremos tan peligrosos.

viernes, 28 de diciembre de 2012

El brindis. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que es tiempo de controles de alcoholemia, normal, si contamos con la cantidad de comidas, cenas y hasta desayunos de empresa y familiares que se dan en esta época.

Nunca me han parado en uno de esos controles, y no he soplado por el tubito en mi vida, aunque a tenor de lo que bebo (alcohólico, porque de agua y refrescos soy una esponja), daría un hermoso, bonito y alardeante 0,0.

Pero voy a hacer un brindis virtual, no creo que me atreva a hacerlo en persona delante de mis comensales de esa noche.

El 2012 ha sido un año con muchos sinsabores, y con algunas cosas dignas de reseñar, de las que ahora no me acuerdo, lo que ha terminado de afearlo definitivamente es que todos los que lo empezaron no han podido terminarlo. Por mi parte, comencé el año perdiendo a una amiga y lo voy a finalizar habiendo perdido a mi padre, cosas de la vida, hay años que visitas varias veces el tanatorio y otras ni te acercas. Por este motivo no voy a caer en la tentación de brindar por el nuevo año, porque sea mejor (que lo espero), aunque sé positivamente que siempre hay mucho margen para empeorar.
El año que viene será como sea y se irá desgranando día a día, lo de hacer balance es un artificio humano, nos gusta hacer resúmenes de todo.

Este brindis es por todos vosotros, por aquellos que esa noche compartiréis conmigo mesa y mantel y por todos los que estaréis compartiéndolo con otros.

Os deseo que viváis cada día de este 2013 que se estrenará, no como si fuera el último (¡qué angustia!), sino como si fuera Único, como de hecho es, no habrá otro día igual en vuestras vidas, para bien o para mal.

Porque hay un momento para ir deprisa, deprisa, atropelladamente sin tiempo para nada, y otro momento para parar, tomarse un respiro y hacer lo que sea que debamos o queramos al ritmo y cadencia que el asunto requiera.

Porque hay un momento para hacer varias cosas a la vez, y otro para realizar solo una, en la que se concentre toda nuestra atención, nuestro interés y nuestra energía, sacándole  todo el jugo a esa experiencia.

Porque hay un momento para el control y la planificación y otro para dejarse llevar por los acontecimientos, quién nos dice que no es ese el camino que nos llevará a cumplir nuestros objetivos.

Porque hay un momento para la angustia, la desesperación, la pena y la tristeza y otro para preguntarse si todo eso nos servirá para seguir.

Porque hay un momento para dejar para mañana lo que podrías haber hecho hoy, y otro para hacerlo, no vaya a ser que el mañana nos pille a contrapié.

Lo difícil es saber cuál es el momento adecuado para cada cosa, lo cual me lleva al último: hay un momento para equivocarse, no somos infalibles.
Os deseo por tanto que piséis fuerte cada día del calendario, que no haya ninguno que se quede en blanco, anodino.

Y un brindis por los que ya no están, que sin querer o queriendo, ya han dejado su huella en nosotros, como los tatuajes, algunos brillantes y llenos de colores, otros cargados de significado, todos indelebles para el recuerdo.

Por 365 días intensos, calmados, alegres, tristes, caóticos, ordenados, sencillos, complejos, desesperantes, esperanzadores, libres….llenos de vida.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Inmersión. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que el término inmersión siempre le recuerda a los submarinos, y a las películas, en las que el oficial al mando, en medio del caos ante la llegada de un barco enemigo gritaba desaforado: “Inmersión, inmersión”, y todos aguantábamos el aliento expectantes, ¿les daría tiempo o no?, ¿conseguirían sumergirse antes del lanzamiento de los proyectiles?.
                                                                                 
Sin embargo estos días la inmersión flota en el ambiente lejos del mar y del océano.

Y esta mañana en los descafeinados Desayunos de TVE (que se han vuelto tan oficialistas como el resto de su programación), alguien ha vuelto a hablar de inmersión, pero esta vez haciendo oídos a un prestigioso economista que revelaba la fórmula contra el fracaso escolar de nuestros pequeños, a saber, la inmersión en Matemáticas e Inglés.
No quiero ser mordaz, pero como su negociado anda un poco despistado y no se ponen de acuerdo en lo fundamental, es decir si crecemos o nos seguimos desecando, pues debe considerar que es mejor ponerse a opinar de otros. Lo cual no me parece inoportuno (yo también opino de Economía, sin despeinarme), si se toma como lo que es, una opinión, no la sentencia del Oráculo de Delfos.

Que nuestra educación está fallando hace tiempo que lo sé, pero no por una cuestión de promedios, ni de las calificaciones de nuestros estudiantes en los exámenes comunitarios o internacionales. Nuestra educación falla por una variedad de circunstancias a las que no nos hemos sabido adaptar (a nivel mundial, por eso no me sirven los sistemas de medida), ni la sociedad, ni los programas, ni los profesionales, ni los alumnos y los que menos de todos los gestores que deberían haber promocionado un cambio de paradigma.

Hemos ido enfocando y por lo tanto, lo que más nos ha importado, es la medición, ahí es dónde depositamos el valor de nuestros estudiantes, del 5 para abajo no vales, y el único objetivo del curso, de la clase, del profesional y del alumno es superar la prueba, el resto (si aprendes, si asimilas, si comprendes la materia, si la haces tuya) si sucede bien y si no, no importa. Lo que produce a la larga, a la corta y a la media, tanta frustración en cualquiera de las partes que es casi un milagro que el sistema todavía funcione y se siga soportando.
Hemos hecho de la medición un fin en sí mismo y no un medio, lo que siempre fue, uno de tantos, importante, pero no el único.

La inteligencia, y esto no lo digo yo que soy como quien dice una inexperta en la materia, es tan variopinta, tan diversa y, en casi en todos los casos, tan poco medible, que no se circunscribe a una disciplina concreta (ni a dos), aunque muchas básicas y necesarias para el desarrollo del ser humano.

A algunos economistas les hubiese venido de perlas una inmersión en Historia, por aquello de no cometer los mismos errores cíclicamente. En esta época convulsa y oscura, donde vuelven a hacerse preguntas que antes se habían olvidado, no vendría mal una inmersión en Filosofía, madre de todas las ciencias modernas, una reflexión sobre el fin, los medios, los valores, y todas esas “chorradas” para algunos pragmáticos.

O de qué me sirve ser multilingüe si no pongo ni la voluntad, ni el interés en escuchar al otro, hable el idioma que hable.
Las Matemáticas, o la certeza en un mundo incierto, no el instrumento de la usura.

Como en el submarino del principio, no quiero hacer una inmersión de urgencia, por la vía rápida, para que en los test de capacitación “mis chicos” den la talla.
Quiero a estos míos empapados hasta la médula de toda la sabiduría posible, que sepan hacer despertar la creatividad que todos llevamos y, que nos ha hecho unos investigadores estupendos en cualquier campo, quiero que exploren el mundo, no por necesidad perentoria, si no por afán aventurero (no como ahora), quiero que aprendan primero y luego sepan hacer exámenes porque lo necesitarán para abrir algunas puertas.

Mucho me temo que estoy haciendo una inmersión en Utopía, con el agua al cuello y el periscopio bajado me hundo lentamente….

viernes, 30 de noviembre de 2012

Chorizos. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que el otro día le pasaron un vídeo de un economista que empezaba su disertación diciendo que éramos un país de chorizos.

No puedo estar menos de acuerdo con una aseveración tan tajante y generalista, perdóneme usted, señor economista del que no recuerdo su nombre, pero yo como otros muchos que conozco no soy una choriza. No sé si la densidad de chorizos de nuestra población es mayor que la de otros países, la impresión generalizada es que sí, aunque las impresiones no siempre se corresponden con un análisis más minucioso y exhaustivo de la realidad, pero una cosa no quita la otra, y no se puede negar que parece que se ha abierto la veda al “destape” de este particular clan que hasta ahora parecía actuar bajo cuerda, en una especie de secreto a voces.

Es posible que, sin yo saberlo, me haya topado con algún que otro chorizo de poca monta (no me muevo en ambientes selectos). Hasta ahora, ya que, en este momento, sí puedo afirmar que conozco si no un chorizo, una subespecie, el estadio inmediatamente anterior, el marrullero tramposo, ése que, sin llevarse nada (aparentemente), hace enjuagues con el dinero que no es suyo, tapando agujeros generados de líos anteriores, liquidándolos con maniobras cuando menos dudosas.

Este personaje, presidente de nuestro club de futbol, podríamos haberle puesto el sobre-nombre de “El Hombre Invisible”, porque nunca ha ido a ver jugar a nuestros hijos, ni ha aparecido nunca para hablar con nosotros (incluso en los peores momentos del club), y muchos padres no saben ni ponerle cara. Yo le he visto dos veces, a lo lejos (¡¡Mira ese es el presi!!), y otra vez cuando me pagó la lotería de Navidad, pero sé de sus andanzas, y de sus teje-manejes, y una vez presencié cómo un individuo le llamaba de todo, menos bonito, porque debía dinero en todas partes. A este señor sólo le interesa el equipo profesional, al que paga, no religiosamente, ya que también les deja a deber de vez en cuando, pero la Escuela de Fútbol, es decir, nosotros, ésta es para él una mosca cojonera, que no le aporta nada y últimamente sólo le da problemas, porque le ha salido respondona.

Casi nos quedamos sin equipación (que ya teníamos apalabrada y el dinero recaudado), porque él tenía trampas en el almacén y como somos una única entidad, primero debía liquidar las deudas.

Y llega la Navidad y con ella la lotería. El año pasado nos dieron papeletas para vender, y tocó (¡qué mala pata!), ya que alguno de nosotros cobramos la última este mes de septiembre. Así que como mi memoria está intacta, y, aunque se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, esta mujer que os escribe, no, por eso sólo quiero décimos que puedo cobrar en cualquier administración, no vaya a ser que toque.

Cuando Mª José nos pasó el mensaje de que el “presi” ya tenía preparadas no sé cuántos tacos de papeletas, yo en una alarde de grosería y empleando un lenguaje soez, indigno de la educación que he recibido, le dije que me hiciese el grandísimo favor de enviarle mi contestación, a saber, que se podía meter los tacos o las papeletas una a una (a elegir) por donde amargan los pepinos. O bien que se dignase a venir a vernos, que yo gustosa se lo decía en persona. Vista nuestra reacción, la suya no se hizo esperar, sorprendido, indignado (por nuestra buena memoria), arrogante y prepotente, lanzó su chantaje: sin papeletas, no hay décimos, así que no hay lotería para nadie.

¿¡Qué me esperaba acaso, un acto de sincera contrición!?, arrepentido de su sinvergonzonería reiterada, de no parar de escamotearnos las subvenciones que nos da el Ayuntamiento (para la Escuela), de no reintegrarnos el dinero de lo que se recaudó el año pasado con las aportaciones loteras, de desviar las devoluciones de las cantidades que pagamos a los árbitros y que luego nos devuelve la Federación, y de tantas y tantas cosas más que habrá debajo de la alfombra y que desconocemos.

Lejos de esto, los chorizos y las subespecies asociadas, se creen por encima del Bien y del Mal, se sienten con el derecho de hacer lo que seguro piensan harían todos si tuviesen la oportunidad y por eso, lejos de pedir disculpas o avergonzarse, se envalentonan.

¡Qué ganas tengo de echármelo a la cara!, aunque creo que no sucederá, será una característica del chorizo (o de la subespecie) o de este individuo en concreto, pero no dan la cara, se escamotean todo lo que pueden, en definitiva tienen un tufillo cobarde.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Una Petición. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que la próxima vez que vaya a la frutería, cosa que pocas veces hace, ya que tiene un Queridísimo encargado de la tarea, va a cambiar la lista de la compra por una estrategia distinta.

Imaginemos por un momento que frente a frente con el frutero, un hombre cordial y simpaticón donde los haya, me planto y en vez de contestarle directamente a su pregunta, “¿Qué te pongo?”, empiezo a lanzarle sutiles mensajes sobre mis problemas digestivos, “que si últimamente tengo cierta tendencia a la acidez de estómago”, “que si no hago bien las digestiones”, “que unas veces ando algo estreñida y unos días más tarde el arroz blanco es mi única comida”, o utilizo los globos sonda sobre la economía doméstica, o una queja en toda regla: “no consigo que los niños coman fruta ni a tiros”. Tras los primeros minutos de confusión, mi frutero, al margen de pensar que me habría desquiciado (¡pobrecilla!), insistiría en la pregunta: “Pero ¿qué te pongo?”. Yo, por mi parte, podría pensar que es más que evidente, después de tantos años que me conoce y de toda la información que le he dado, tendría que haberle quedado claro que lo que quiero es: un par de manzanas, un par de peras, un manojo de acelgas, medio de judías verdes y cuatro plátanos, aunque esta vez voy a pasar de las mandarinas (por aquello de los ácidos) y de todos aquellos productos fuera de temporada que estarán carísimos.

Esta situación resulta chocante, pero no lo es tanto si sustituimos “la cesta de la compra” por peticiones más personales: qué quiero, qué necesito, qué espero de ti, qué esperas de mi, por qué me has dicho o hecho tal o cuál cosa o has omitido, cómo puedo ayudarte o ayudarme, cómo me siento, cómo te sientes. Con todas estas cuestiones pretendemos que los demás estén al tanto de los más mínimos detalles, un gesto, un bufido, una palabra fuera de contexto o un silencio “relevante”. Cuando nos damos cuenta que nada de esto surte el efecto deseado, es decir que el otro (que ciertamente nos conoce demasiado), no reacciona, pasamos a elaborar una historia paralela sobre los motivos, la aderezamos convenientemente con explicaciones, añadimos más y más detalles y nuestro enfado sube enteros por momentos. Incluso podemos llegar a barajar la remota posibilidad de que el otro (haciendo gala de una torpeza sin límites, ya que nuestra información, aunque sutil era clarísima) no se haya enterado de la misa la mitad, pero nunca, nunca emitimos una petición. Todo esto saldrá tarde o temprano, con la excusa de algún enfado como reproche ácido y envenenado.

Yo en esto, aunque quiero fervientemente mejorar, tengo que reconocer que tengo algún que otro pensamiento mágico al respecto. Pienso que con la fuerza de mi mente conseguiré que los demás hagan algo que, por otra parte para mi es obvio, pero me olvido de pedirlo abiertamente.
Me pasa siempre que dejo la ropa tendida. Sé que saldré tarde, volveré cansada y lo que menos me apetece es recoger la ropa del tendedero, entonces, me concentro, pienso, pienso y pienso, transmito la información, a través de canales etéreos, a los que están en casa para que se les encienda la bombilla, abran la ventana de la cocina, vean todas las cuerdas plagaditas de ropa ya seca y la recojan “convenientemente” (faltaría más). Y siempre, siempre me pasa lo mismo, llego esperanzada y “me cojo un rebote del quince” cuando lo que yo “transmití” mentalmente, no ha pasado. Me enfurruño, empiezo a rezongar por las esquinas y no paro de pensar que son todos unos desconsiderados conmigo (¡con todo lo que yo hago por ellos!), y como alguno me pregunte…ja….¡vaya chorreo que se lleva!, y ¡vaya cara de pasmo y de incredulidad que se le queda!.

Con lo fácil que hubiese sido haber pedido claramente que lo hiciesen, sin más, sin malos humos, sin necesidad de enfados, sin crear guiones ni tramas alternativas, ni interpretar lo que no es.

Es injusto, y nada beneficioso para nosotros esperar que los que nos conocen, que los que nos quieren, nos adivinen.

Hacer una petición es un acto valiente, maduro y arriesgado, nos exponemos no sólo a escuchar lo que no queremos, a que se nieguen a nuestra petición, sino que brindamos la oportunidad al otro de que se “retrate”, pero merece la pena si preferimos la claridad y no la confusión, si queremos saber para construir y no elucubrar para sufrir, si queremos confiar u optamos por la suspicacia.

Hoy no he puesto la lavadora, mañana, si voy a llegar tarde, haré mi petición.