Mi amiga Hortensia dice que no
puede estar más tiempo callada ante tantos buenos sentimientos de los que está
siendo testigo últimamente.
Creo que ya he comentado en
alguna que otra ocasión mi experiencia laboral con un cliente hace unos cuantos
años. Esta señora, jefa mía para mi desgracia, atesoraba dentro de ella un
variado abanico de patologías del DSM-IV, lo cual hacía difícil la convivencia
personal y, lo que es más importante, la laboral. A resultas de todo ello, y
como el cliente siempre tiene razón (para la empresa privada), cargaba a sus
espaldas una larga lista de colaboradores reprobados de distintas empresas, por
motivos variopintos e incluso sorprendentes, como el mío, ya que mi gran error
fue no pensar como ella, es decir desquiciadamente. A lo que iba, mi jefe (el
de mi empresa), aprovechando una baja médica que me tuvo varias semanas
hospitalizada, decidió mandarme a las oficinas centrales, sin explicaciones,
con una amonestación verbal y con una advertencia: “la próxima vez, a la
calle”. Acto seguido escribí una carta a los Reyes Magos y pedí mi regalo de
Navidad con muchos meses de anticipación, léase, no volver a trabajar con
personas a las que les faltase un tornillo o, en su caso, que no estuviesen
tratadas convenientemente. A cambio me concedieron otro deseo, estrategias para
hacerlas frente en lo sucesivo.
Sin embargo, no me hubiese venido
mal en ese momento un poquito de esa “lealtad sin fisuras” que están
demostrando algunos dirigentes de muchos partidos políticos con ciertos
miembros o trabajadores de su organización. Ya les puede caer la sombra de la
sospecha más negra, social o judicial, sobre ellos, que ellos confían, les
apoyan y les dan facilidades, ¡qué conmovedor, ni la canción de Los Manolos
(lailolailo lailola) representa mejor la esencia del compromiso de ser Uno de
los Nuestros!.
Muchos años más tarde mi empresa,
no encontrando ninguna razón para un despido objetivo, sin afligirse un poquito,
rescindió mi contrato improcedentemente con la consiguiente indemnización. En
aquel momento me hubiese gustado que los directivos de la organización,
desasosegados por dejarme en la calle después de mi implicación en ella, o
imbuidos por una rectitud sin tacha, no hubiesen procedido al despido al no
encontrar fallo alguno en mi actuación (fallo contemplado en la legislación
vigente). Porque un empresario o encuentra motivo objetivo de cese o se come
con patatas al trabajador, eso es sabido por todos, si no que se lo cuenten a
los seis millones de desempleados. ¡Vuelve a recorrerme un escalofrío por el
cuerpo y una lágrima resbala por mi mejilla!.
Y el Honor, y esa pregunta que
flota en el ambiente ¿Cómo habéis podido pensar eso de mi?, pregunta que unos
se hacen en silencio, porque dan la callada por respuesta, otros con indignación,
alguno con el rostro descompuesto y sin aceptar preguntas y los más osados con
arrogancia, sonrisa en la boca e insulto fácil. Y no puedo estar más de
acuerdo, con la pregunta, no con las formas, porque es la misma que me llevo
haciendo yo desde hace más de un año.
¡¡¿Cómo habéis podido pensar eso
de mi?!!
¿Cómo habéis podido pensar que
estaba llevando un tren de vida inadecuado a mis ingresos?
¿Cómo habéis podido pensar que he
utilizado mis prestaciones por desempleo para viajar a paraísos tropicales o
acomodar mi casa con electrodomésticos de última generación?
¿Cómo habéis podido pensar que me
he servido del sistema de salud público para hincharme a medicamentos o hacerme toda clase de pruebas e intervenciones innecesarias?
¿Cómo habéis podido pensar que
era tan manipulable, dócil y obediente que o bien me tenía que aguantar en
silencio para no “dañar” la imagen de mi País, o si no, estaba gobernada por
fuerzas extremistas y desestabilizadoras?.
Y el caso es que no solo lo
habéis pensado, me habéis juzgado, encontrado culpable y aplicado un castigo.
Quizá, sólo quizá porque yo no
soy Uno de los Vuestros.