Mi amiga Hortensia dice que cuando
empezó la carrera tenía unas expectativas sobre su profesión que fueron
cambiando a lo largo de los años de formación. Como la gran mayoría de los que
empiezan a estudiar Psicología, la Clínica es la rama que focaliza el mayor
interés y con el aprendizaje, los años y después la experiencia modificas o no
tus gustos y diriges tus pasos hacia otros derroteros o persistes en ellos. Yo
cambié los míos alejándome del tratamiento de patologías más o menos leves,
para centrarme en las organizaciones empresariales.
Pensé yo que, al margen de que
las empresas son personas, que en este ambiente no me toparía con patología
alguna salvo la que se da en la gestión de las relaciones, de los equipos, de
las habilidades comunicativas, pero no a nivel individual, pero como si fuera
un imán a lo largo de estos años me he encontrado con algunas personas o
personajes que han contradicho esta suposición.
Dependiendo de la posición de
esta persona en la organización y de su nivel de desequilibrio mental, el
impacto en tu vida laboral (e incluso personal) puede ser leve, anecdótico o
causarte grandes quebraderos de cabeza.
Hace años tuve una jefa que tenía
tantos problemas (mentales) que no había por dónde cogerla. Además de una gran
claustrofobia, lo cual no suponía ningún impedimento para el devenir de nuestra
relación laboral, era caótica e imprevisible, tenía una manera pintoresca, a
modo de ver de algunos, de tratarse con la gente, si eras hombre y con buena
posición después de un breve coqueteo, pasaba a un trato provocativo y
sugerente y lo más gracioso es que también lo hacía por teléfono por lo que
infinidad de veces parecía más bien una línea erótica que un teléfono de
incidencias. Y acto seguido, cambiaba a modo ogro paranoico gritando como la mejor de las sopranos y buscando
enemigos, confabulaciones, complots secretos; todo el mundo, en especial
cualquier mujer que pasase por allí, quería quitarle el puesto (¿en la línea
caliente?). En medio de este desatino el trabajo se resentía, salía a
trompicones, sin organización y cuando esto sucede los damnificados siempre son
los mismos. De ahí salí a otro proyecto espantada, pero mentalmente entera.
Crees que una vez que te
tropiezas con un ser semejante ya has cumplido tu cuota.
Después de unos años, casi
olvidado el incidente recalé en una de las mejores empresas que he conocido y
de la que guardo grandes recuerdos y enseñanzas…y dos patologías más, una leve
y la otra que en algún momento nos tuvo hasta algo atemorizados al resto del
equipo.
Aquella muchacha parecía del todo
natural, quizá algo seria y taciturna, pero era una auténtica Caja de Pandora,
cuando la destapas….Pasaba meses de normalidad aparente, pero otros en los que
discutía con todos (jefe, clientes, usuarios, candidatos, compañeros), saltaba
la espoleta por cualquier nimiedad y se desataba la tormenta, ya no había
control, el escándalo estaba servido allá donde estuviese y estuviese quien
estuviese delante, acobardaba de veras, porque te gritaba enrojecida de furia
“me las vas a pagar” (a veces pensamos que un día, enloquecida de verdad,
hiciese cualquier locura y sucediese una auténtica desgracia). Al día siguiente
venía como un corderito, melosa como un gato ronroneante. Cuántos en esa
oficina que no presenciaron sus desvaríos creyeron su paranoia delirante y
pensaron que era una pobre víctima y nosotros, el departamento entero, los más
crueles verdugos.
Cuando se fue, todos respiramos aliviados. Todos, supuse yo,
y pensé que el estado de ánimo de alguna había estado condicionado por la
experiencia extrema, pero fueron pasando los meses y la más joven de todas,
seguía en un estado letárgico de tristeza. Hasta que descubrimos que era su
estado normal, chupaba la energía de
los demás como si se tratase de un gran agujero negro, con lo que superada la
primera fase de compasión y complacencia, seguía la segunda, de huída y
alejamiento para no dejarte arrastrar hacia la melancolía laboral y preservar
tu salud mental. Gracias a que el equipo estaba compensado, frente a la atonía
de este miembro, otro, era el huracán que nos daba la vida, el empuje, la
alegría (ya sabéis que suelo tener buena conexión con los huracanes).
Y estaba por venir la patología
en estado puro, el más extremo, aquel sujeto del que ya hablé en su día y sobre
el que no volveré a insistir.
Concluyendo, lo mío no puede ser
casualidad, tantos desórdenes en un medio tan poco habitual, por algo me pasa,
aunque todavía no he descubierto qué lección quiere el orden cósmico que aprenda.