lunes, 12 de marzo de 2012

¡Feliz Vueling!. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que hace unas semanas hizo un viaje y nunca pensó que la compañía aérea fuera determinante para que tuviese una experiencia sorprendente.

Hacía tiempo que no montaba en un avión a través de las escalerillas de siempre, estaba ya acostumbrada a los pasillos, fingers creo que se llaman, que parecen una brecha espacio-temporal, porque te trasladan de tierra firme al pájaro volador. Como en esta compañía se paga por todo, por facturar, por respirar más de la cuenta y por elegir asiento, mi amiga y yo nos tuvimos que conformar con ir separadas. A mi me tocó en suerte a un compañero que ni se inmutó para dejarme pasar, lo cual hizo que tuviese que desplegar mis dotes de gimnasta de élite, y a otro que estaba ocupadísimo con el teléfono móvil. 
Se respiraba “colegueo”  nada más subir al avión, y supuse que eso nos incluía también a los pasajeros, por lo que intenté pegar la hebra con el de la derecha (el otro ya estaba dormido o disimulando para no ser molestado), sobre lo “cómodos” que estábamos allí, tan espaciosos, con asiento y todo, con lo fácil que hubiera sido habernos puesto unos palitroques para ir subidos como en un gallinero, a lo que el otro me respondió: “todo se andará” y fin de la conversación.

Sin embargo la incomodidad se combate con optimismo y buen rollo, eso que no falte, siempre que sea natural y no por mandato corporativo, y además, ¡es gratis!.

La tripulación se presentó, nombre de pila, posición en cabina, pero estaba despistada y los nombres no son mi fuerte. Antes de salir hacia la pista, el comandante de la aeronave y piloto del avión, Francisco Nosecuantitos, volvió a presentarse, a él mismo y a todos los que le acompañaban (alguien le debió soplar que se me habían olvidado los nombres), se disculpó por el retraso que llevábamos y se vio en la obligación de darnos una explicación, una explicación extensa, rica en detalles: la escalerilla (por eso ya no se utiliza tanto, trae muchos problemas) tiene unos mecanismos muy delicados a los que afectan, y mucho, las bajas temperaturas que estaba haciendo estas últimas noches en Madrid, los engranajes de acoplamiento a las puertas no funcionaban correctamente por lo que llamaron al técnico que tuvo que….ahí ya desconecté, me parecía excesivo.
Tengo que reconocer que el ser humano es un inconformista, si le dan pocas explicaciones, malo, y si se las dan en exceso, también.

Pero el piloto seguía con su verborrea, no sólo ya habían solucionado el intrincado problema técnico escaleril, sino que, debido a unas condiciones meteorológicas en altura muy favorables, y un viento que se las pelaba, íbamos a propulsarnos, ganando velocidad y recuperando el tiempo perdido. Le agradecí que no entrase en detalle sobre fórmulas y coeficientes de rozamiento.

Despegamos, por fin, tras las consabidas instrucciones por si nos pegábamos un cebollazo en pleno vuelo. Parecía que todo iba a transcurrir plácidamente, por eso me dispuse a dejarme mecer por el sopor y dormitar un poco, dado por otra parte, que el de delante había echado hacía atrás el respaldo y estaba yo como una calcomanía en el mío. Vana esperanza la mía, cuando la voz de nuestro comandante y piloto del avión, Francisco Nosecuantitos, nos despierta, para indicarnos, los maravillosos paisajes aéreos que estábamos sobrevolando. Estuve en un tris de despertar a la “marmota” de mi izquierda para decirle a la azafata “MariPuri” (soy incorregible para los nombres) que me dejase ir a la cabina para solazarme con tan incomparable vista, ya que en la caja de zapatos en la que me encontraba no podía ver ni Calatayud, ni el Moncayo nevado, ni nada de nada, o que fueran tan amables de pasarme las diapositivas para poder recuperar esos momentos inolvidables. Lo dejé pasar, no fuera a ser que me tacharan de pasajera “non grata”.
Pero nuestro comandante y piloto del avión, Francisco Nosecuantitos, era pertinaz, y diez minutos más tarde, volvía otra vez a ponerse en contacto con nosotros para obsequiarnos con otra de sus prolijas explicaciones, esta vez, sobre el mar (¡qué bonito!), la maniobra de aproximación al aeropuerto (¡qué técnico y qué gratuito!) y las nubes (muchas, pero no tantas???). Aquí, ya grité en silencio: “Por favor, Francisco (ya teníamos una confianza), concentración, céntrate en dejar este pájaro en el suelo, entero y déjate de hablar con el pasaje, te prometo que luego quedamos, nos tomamos un café, hablamos de nuestras cosas y sacamos el álbum de fotos”.
No sé si me oiría, pero me hizo caso.

Cuando nos disponíamos a abandonar el avión, ahí estaba él, radiante, sonriente, tan efusivo en su despedida que me hizo pensar que me plantaría dos besos en las mejillas, pero no, solo nos deseo que hubiésemos tenido un Feliz Vueling…. 

4 comentarios:

  1. Jajajajajaja!!!! ¡Cómo me he reído con la verborrea incontrolable de Francisco y tu sopor tan injustamente interrumpido! Eso sí, no sé cómo aguantaste las ganas de llevártelo a cenar y reclamarle que te estampara dos besos de íntimo... ¡tan amigo que quería hacerse de ti!

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  2. Parece ser que era amigo por mandato corporativo, ¡qué desilusión!

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  3. Anda... tú lo que querías era recuperar por adelantado el sueño que ibas a perder después con tanta marcha... jiji y el piloto preocupado por darte ese valor añadido de guía turístico...

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  4. Pues sí, ¡cómo me conoces!. El pobre, encima que se preocupa por dar un plus al pasaje, así se lo pagamos...

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