Mi amiga Hortensia dice que ha realizado muchas entrevistas profesionales, en uno o en otro lado de la mesa, como entrevistadora y como entrevistada, y cada una es distinta, pero lo que nunca cambia es que en cada lado de esa mesa las cosas se ven de diferente manera.
Desgraciadamente para los que tenemos profesiones, con mucha menos demanda y demasiada oferta, cuando llegas a una entrevista de trabajo, pones todo de tu parte, tus expectativas, tus ilusiones y tus esperanzas, y si ya es duro no ser “escogido”, lo es más pasar un mal rato, porque te ha tocado un mequetrefe, que se cree que trabaja para la CIA y te pone en una situación incómoda, o un petulante engreído, que ni te escucha y que deja muy claro que pierde el tiempo contigo.
La mala praxis se da en todas las profesiones, no por ello deberíamos juzgar a todos por unos cuantos, ni mezclar dos conceptos diferentes: que no nos guste el resultado de un proceso de selección, porque no hayan contado con nosotros, no quiere decir que, ese proceso esté mal realizado.
Pero no siempre es el candidato el eslabón más débil de la cadena, en ciertos ámbitos laborales, por la escasez de profesionales, son los seleccionadores los que andan a la caza de un curriculum que encaje mínimamente con lo que se les está pidiendo. Aquí, es éste último el que está cual salchicha entre dos panes, el cliente que exige todo lo que se le ocurre, aunque no lo necesite (porque todavía está por ver que contrate a alguien) y el candidato al que sólo le falta pedirte que le pongas un chófer para llevarle al trabajo. Y te puedes encontrar estas situaciones:
- Entrevistas inexistentes: después de fijar una hora, algo tardía (tú también tienes vida familiar que no concilias ni a tiros), el candidato se retrasa, ves pasar los minutos y algo te da en la nariz, no se va a presentar. Quizá ha habido un Armagedon mundial en el que los satélites han quedado inoperativos y por lo tanto no ha podido avisarte, le llamas y efectivamente su teléfono está apagado o fuera de cobertura. Te vas a casa y al día siguiente le mandas mensajes, nada, se le ha tragado la tierra.
- Entrevistas a la carta: el candidato viene, pasa de formalidades que no vienen al caso como saludar o dejarte hablar y se centra en sus peticiones, ya que tiene mucha prisa, muchas ofertas sustanciosas y lo único que le interesa es tener una lista de qué me ofrece quién y por cuánto. Es el típico candidato mercenario que puede dejarte colgado a la mínima, ya que va de flor en flor, al que sólo le interesa progresar a base de talonario, no aprende mucho porque no le da tiempo, y no le gusta lo que hace, sólo que se lo paguen cuanto más mejor y si puede ser, cercita de su casa.
- Entrevistas “Túnotienesniidea”: esto más que una entrevista es una conferencia en la que el candidato te lanza todos los términos técnicos que se sabe para demostrarte toda su sapiencia y, de paso, lo poquísimo que sabes tú, que para algo eres de Recursos Humanos. En cuanto le dices que has pasado, seis años en el área técnica, demuda la cara y pliega velas. Ahora ya puedes seguir con normalidad.
- Entrevistas “No sé lo que quiero”: hay personas que están tan a gusto donde están, y no tienen pensado cambiar de trabajo, pero como tú las llamas, pues vienen a ver qué les cuentas.
- Entrevistas de compromiso: se da en situaciones en las que el cliente ya ha pactado un cambio de proveedor, quiere conservar el mismo equipo y, propicia, con subterfugios, que las personas cambien de empresa y se queden desempeñando las mismas funciones y en el mismo sitio.
Las más frecuentes son las que transcurren dentro de los cauces normales, pero las situaciones arriba descritas ocurren. Los más son los candidatos que acuden puntuales, que son educados, que nos conceden su tiempo y el esfuerzo de venir, con naturalidad, como parte de un intercambio profesional en el que ambas partes podemos salir ganando.
Quizá hablar de los trapos sucios de nuestro trabajo no sea muy políticamente correcto, pero es la realidad para muchos profesionales de ciertos sectores laborales, y tienen que hacer malabarismos, para solventar la incomprensión de los que no entienden su trabajo, de los que no lo valoran, de los que lo consideran un paso fastidioso e innecesario, y de los que se permiten el lujo de criticarlo sin conocerlo.
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