Mi amiga Hortensia dice que hoy tiene un día como si estuviese subida en una montaña rusa, pasa del enfado más supino por una chorrada, a la desidia más absoluta para enfrentarse a lo que se la viene encima. Está en esa fase en la que sus hormonas la están jugando una mala pasada, van por libre, cual jóvenes en fiesta ibicenca, desaforadas, suben y bajan sin control.
Como me decía hace unos días, ser “mujer” es un fastidio, pero dejar de serlo parece que es más fastidioso aún, y no porque se te acabe el ciclo reproductivo y, a efectos de especie, esa esencia de “hembra apetecible”, sino porque hay a mujeres que la regla las amarga cuando viene, cuando se queda y cuando se va, y una de ellas es Hortensia.
A Hortensia nunca se ha sentido especialmente discriminada, sólo por ser mujer, ni ninguneada, sólo por ser mujer, ni maltratada, sólo por ser mujer, ha pasado por todo eso, pero por otros motivos; ha tenido suerte, porque otras no son tan afortunadas. Pero ello no quita que no mire con cierto recelo ciertos estereotipos, uno de ellos es que el embarazo es una época del todo placentera y feliz, y que la maternidad te llena de gozo todos y cada uno de los días de tu vida y ya eres una mujer completa y redonda (bueno, algunas sí, porque no conseguimos quitarnos el sobrepeso del embarazo ni con agua caliente).
Esto y la leyenda urbana de que a algunas mujeres el parto no las duele (yo conozco a una, pero no creo que haya muchas, al margen de la epidural), tiñen de leyenda rosa una época de nuestra vida, y así nos damos el batacazo que nos damos, cuando nos enfrentamos a la dura realidad. Cada embarazo es único, pero el de Hortensia no lo definiría yo de idílico.
Cuando se enteró que estaba embarazada, se pasó los primeros días mirándose las bragas, por si manchaba, no fuera a malograrse aquello, obsesión común en muchas de nosotras. No te dura mucho semejante tontada, cuando tienes otras urgencias, como la de echar los higadillos por la boca nada más poner el pie en el suelo cada mañana, o decirle a tu queridísimo que cambie de aftershave porque no soportas el olor (¡qué paciencia!, con mucho cariño trata de hacerte entender que es el mismo que utiliza desde hace cuatro años). El caso es que tienes la pituitaria preparadísima para buscar trufas en el campo.
La siguiente etapa es más tranquila, todavía te ves los pies (luego desaparecen hasta el parto y sabes que los tienes porque se te hinchan y duelen), y tu estómago deja de funcionar como el ascensor del Empire State. Cierto es que la vestimenta ya es un poco rara, sobre todo si no tienes un tipazo, si te decides por las prendas sueltas, puedes parecer una mesa camilla, si, por el contrario, te enorgulleces de tus curvas, el muñeco de michelín. El caso es encontrar aquello que te siente, sin gastarte una pasta, por si acaso ya no vuelves a probar experiencia.
Y queda el tramo final, en el que todo tu cuerpo está invadido por el muchach@ (prolegómeno de lo que será después tu vida), y encima se mueve como un poses@ (y tú tan contenta, cayéndosete la baba). Todo en ti es pesado, la postura, la cadencia, el paso, el humor, la digestión, el sueño y…el sexo. Y tu queridísimo, ejerciendo el mejor papel secundario de su vida te lo hace más fácil, o debería, porque esto es cosa de dos, o ¿no?. Es la época en la que empiezas a comerte la cabeza con el parto, el miedo a que algo salga mal, la impaciencia para ver la carita de pitiminí del intrus@, el “me va a doler”, “por favor, que me pongan la epidural cuanto antes”, ¿me enteraré que estoy de parto?.
Cuando llega el momento, aquí sí que hay experiencias miles, desde las que se les cae por el camino y no les da tiempo a llegar al hospital, a las que, como Hortensia, se tiran siete horas de parto, y sin quejarse, y sin epidural, y con un calor de muerte, y sin su queridísimo porque hay overbooking en el paritorio, y tras tres empujones bien dados (con la boquita cerrada, no como en las pelis), sale su campeona, roja como un tomate, llena de pelo y el bebé más precioso de toda la humanidad.
No termina aquí la cosa, hay más experiencias y más falsas leyendas rosas, pero eso será cuestión de otro post.
Y es que, paradojas de la vida, no es todo ni de color de rosa, ni tan terrible cuando algunas de nosotras, entre ellas Hortensia, repiten experiencia.
¡Estoy deseando saber más sobre las etapas siguientes al embarazo! Contadas a través de las experiencias vividas por Hortensia resultan más sencillas de lo que pudieran parecer.
ResponderEliminarSilvia.