Mi amiga Hortensia dice que hay veces que le gustaría gritar a los cuatro vientos esta frase, sobre todo cuando se encuentra con algunas personas que son como un muro en el que rebota todo lo que cuentas.
Nos enseñan a hablar, a leer, a escribir, pero a escuchar ¿Quién nos enseña a escuchar?.
Podríamos escuchar, si, en una conversación, no tuviésemos nada que aportar, jaja, pero ¡quién es el guapo que reconoce tal cosa! Antes de quedar al margen, preferimos soltar cualquier cosa, aunque sea una incongruencia, algo sin sentido o que no venga al caso, ya se sabe que la ignorancia es osada y atrevida.
Pero perdemos una oportunidad de oro, abrir bien nuestros pabellones auditivos que están para algo más que para llevar pendientes, aguantar las patillas de las gafas o crear cerumen, y dejarnos extasiar por las incongruencias, los sinsentidos y los “novienenalcaso” de los demás o…quizá ,para nuestra sorpresa, con cosas ingeniosas, divertidas, que nos hacen reflexionar o que nos entretienen.
Pero antes preferimos tener conversaciones del tipo “ping-pong” o “congreso de los diputados”, yo hablo, tú también, tú no me escuchas y yo a ti menos. Si transcurre pacíficamente, te vas a casa con la garganta seca, la cabeza que te estalla y sin saber nada de la otra persona, y si se discute cada participante lee su discurso, incluso tiene preparadas las réplicas, y no se saca nada en claro.
Escuchar tiene muchas ventajas, y escuchar bien, activamente, es una herramienta muy poderosa dentro del ámbito profesional.
Claro que también nos encontramos con la típica charla “tormenta de ideas”, es como esta técnica tan efectiva, pero sin orden ni concierto, todo el mundo habla, a la vez, si es posible, para que nadie se entienda.
Escuchar nos permite tomarnos nuestro tiempo para poder observar, importantísimo, si tenemos en cuenta que el 90% de la información que transmitimos es no verbal. Escuchar, en una conversación informal, nos da información sobre cómo reciben los demás nuestro mensaje, cómo nos ven, cómo reaccionan ante ciertos comentarios o circunstancias, sus opiniones, y, en definitiva, a conocer mejor a los que tenemos enfrente y por lo tanto, quizá egoístamente, a calibrar la profundidad de nuestra relación con ellos.
Pero toda esta información se pierde si nos empeñamos en el “habla chucho que no te escucho”, que denota el desinterés más absoluto de una o de ambas partes. De hecho cuando una de ellas habla, la otra está, mentalmente, a miles de kilómetros.
O la muy típica conversación unidireccional o monólogo, también llamada “imposible meter baza”, ya que de tu garganta sólo salen extraños gorjeos y medias palabras como: clar.., es que.. pues yo.. pss…,mmm. Lo que da lugar, en muchos casos a las conversaciones a dos o más bandas o conversaciones paralelas, como me dejan con la palabra en la boca, hago un apartadillo y me dedico a hablar con el que tengo al lado, que seguramente tiene que hacer un ejercicio de escucha en estéreo y termina por mezclar lo que escucha de unas y le cuentan de otras.
Sin embargo, con un simple gesto, quedarnos calladitos alguna vez, y poner un mínimo de interés, sacaríamos muchas cosas en claro, disfrutaríamos más de la compañía de los otros y estaríamos mucho más satisfechos.
Y la prueba de que es muy importante es que cuando somos pequeños, lo que más rabia nos da es que nos digan "calla chucho que no te escucho".
ResponderEliminarYo, últimamente, estoy sufriendo a algún que otro monologuista y no veas lo que cansa.
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