Mi amiga Hortensia dice que la
semana que viene tiene que llevar el coche a pasar la ITV.
Como siempre, todos los años, me
pasa lo mismo, igual que lo de ir al taller, me sale sarpullido. Entonces me
busco una excusa, una excusa que por supuesto nadie se cree, y termino por
reconocer delante del Queridísimo que odio todo lo relacionado con el “4
ruedas” y no me queda más remedio que hacerle una petición formal, porque mi
excusa no tiene excusa.
Ayer sorprendida me quedé,
aliviada al ver que no soy la única que tira
de excusas, cuando una amiga mía puso el pretexto menos contundente, más
quebradizo, menos solvente que he visto para no llevar a cabo el plan del fin
de semana propuesto, y conste que la entiendo, porque me sé los detalles y, en
su lugar, es posible que yo también me encontrase en esa tesitura.
Sin embargo yo estaba allí
contemplando el panorama, como todos (excepto yo) desmontaban la coartada de
mi amiga, creyendo que le hacían un favor, mientras ella sonreía por fuera y
retorcía pescuezos por dentro. Yo intentaba por todos los medios pensar con
rapidez para darle una salida airosa, pero éste nunca ha sido mi fuerte, ya que
todo lo que se me ocurría era tan retrógrado y casposo que iba a sonar muy poco
creíble. El mal ya estaba hecho.
¿Qué hay detrás de una excusa?,
pues un enorme “No me atrevo” a decir
“No quiero o No me apetece”. Porque
ese atrevimiento puede resultar muy caro, bajo nuestra perspectiva de las
cosas, puede desencadenar consecuencias de magnitudes desproporcionadas, o al
menos eso es lo que creemos, y antes de meternos en esos jardines, probamos la
disculpa. Si nos sale bien solventamos la situación, pero no resolvemos el
problema, ése siempre sigue ahí, irresoluble.
En este caso, como en otros
muchos los consejos de poco sirven, los “yo
le diría” o “tienes que hacer”
son papel mojado:
Primero porque sueles desconocer
datos cruciales y fundamentales de la ecuación.
Segundo porque se produce un
hecho biológicamente insólito, los canales auditivos se despejan de cerumen,
las conexiones neuronales desaparecen y el sonido de tus palabras entra por la
oreja del receptor de tus consejos y sale por la otra y se pierde en la
inmensidad del espacio.
Y tercero, pero no por ello menos
importante, te puedes encontrar con la tortilla dada la vuelta, es decir,
recibiendo consejos, los mismos que tú diste anteayer (jaja, ¡qué desmemoriada!).
Sin embargo no todo está perdido,
la solución debe encontrarla el que tiene el problema, plateándose primero qué
quiere conseguir y qué es lo que le impide conseguirlo. Como primer paso no
está mal, a partir de ahí, hay que seguir avanzando. Los resultados suelen ser
espectaculares y uno se pregunta por qué no lo habría hecho mucho antes,
seguramente porque no estaba preparado y no era el momento, todo tiene su
tiempo de cocción.
Si a mi amiga le sale mal, por lo
menos en la siguiente ocasión pensará una buena evasiva, o si decide que está
preparada, que ha llegado el momento, planteará la cuestión desde otro punto de
vista, abordando el “No quiero” directamente, ella decidirá a su tiempo.
Yo, por mi parte, sigo intentando zafarme de llevar el coche a la ITV,
ahora ya sin excusas, ¿Qué es lo peor que me puede pasar?....que me diga que
no.
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