lunes, 28 de marzo de 2011

Mis siete errores capitales. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que cuando a uno le salen mal las cosas es de recibo que, tras unos momentos de autocompasión, de sentirte desgraciada, diminuta, de querer tirar la toalla y de estar enfadada con el mundo, hay que hacer un ejercicio, a veces doloroso, de análisis de qué, cómo, cuándo, dónde y por qué se hizo lo que se hizo; y tras responder a estas preguntas, viene, sin duda, la más importante ¿era lo adecuado teniendo en cuenta las circunstancias y el momento?

Dudo mucho que después de contestar con sinceridad estas preguntas, no encontremos algo que podamos mejorar en ocasiones venideras.

Desde luego no fue una actuación impecable la de Hortensia en el último proceso de selección en el que se vio envuelta como candidata.

Te llama un amigo y te dice que en su empresa puede que haya un puesto vacante (con salvedades), de categoría y sueldo menor a tu último trabajo, y con un hándicap final, la que sería tu jefa puede sentirse un poco incómoda teniendo a alguien con más experiencia que ella como subordinada. Y después de soltarte la perlita, va y te dice: “Bueno, ¡qué!, ¿te presento o no?”.

Primer error, no tomarte tiempo para decidir si quieres embarcarte en un proceso que, en principio no pinta muy bien.

Segundo error, no saber decir NO en el momento adecuado, porque si aceptas, TIENES que ir a muerte y a por todas, como si fuera el mejor puesto de trabajo del mundo.

Así que, en esta tesitura se vio Hortensia metida, sin todavía decidir si quería o no, por lo que empezó a buscarse salidas alternativas, excusas varias y “argumentos aplaca conciencias”, esperando el momento de la entrevista en la que se despejarían todas sus dudas.

Cayendo en el tercer error, no prepararse la entrevista, en definitiva, una consecuencia del primero y del segundo, porque todavía estás en el limbo de la indecisión.

La entrevista se convirtió en un mero trámite, además de en un completo desastre, con todos los elementos que nunca debe tener una entrevista de trabajo. La entrevistadora y “futurible” jefa la recibió entre un mar de sonrisas, agradecimientos y calidez, falsos e impostados, en un estado de agitación propio de una ingesta masiva de Red Bull, y dejándole claro que la “simplicidad”  del puesto no requería nada de lo que Hortensia pudiera ofrecer en su curriculum, adornado por una guinda que jamás se hubiese esperado, una prueba práctica. Hortensia, que a veces es pardilla hasta más no poder, lejos de sobreponerse con prestancia a tan descarado intento de neutralización de un candidato, se encogió cual bicho bola y simplemente desapareció.
Cometió el cuarto error, dejarse arrumbar por el entrevistador.

Quinto error, si tienes una segunda oportunidad, APROVÉCHALA.
Todo se ponía en su contra, si, en un primer momento, el puesto no era muy glamoroso, lo que estaba viviendo no hacía más que poner puntos negativos. Tras salir del despacho y creyendo que había acabado el suplicio, se encontró con otra sorpresa, en quince minutos, tendría una segunda entrevista con el jefe de RRHH. Por supuesto que esta oportunidad no la aprovechó y cometió el sexto error y, quizá, el más imperdonable de todos, no calibrar con objetividad tu situación y tus circunstancias y ser ARROGANTE.

Dejándose llevar por el mosqueo mayúsculo, Hortensia, se cegó de tal manera, que se dedicó en la segunda entrevista (diametralmente opuesta a la anterior), a sacar su orgullo herido y a vanagloriarse de sus muchos logros profesionales y a dejar claro que, escogerla o no, dependía en gran medida de la capacidad de otros para sobreponerse a sus propias inseguridades (¡¡Toma ya!!).
A ver, Hortensia, guapina, no es cuestión de hacer leña del árbol caído, pero tienes 46 años, ya casi no te llaman para hacerte entrevistas y llevas 2 años desempleada, el orgullo está muy bien, pero no da de comer.

Séptimo error, si tienes una tercera oportunidad, ¡¡¡¡¡NO TIRES LA TOALLA, POR FAVOR!!!!!. Para esta tercera entrevista, Hortensia ya había decidido que no quería trabajar allí, ya no era una cuestión de orgullo, sino de sonrojo. Pero se encontró con un “Súper” encantador y le gustó tanto que se arrepintió de no haber ido, desde el principio, con otra mentalidad (sin inseguridades y sin dudas). No consiguió mostrarse entusiasta, ni motivada, ya tenía mentalidad de perdedora.

Cuando eres joven e inexperta, es connatural cometer errores y es bueno para tu formación, después se tiende a pensar que es imperdonable cometer un error, no lo es, lo que sería IMPERDONABLE es no reconocerlo.

viernes, 25 de marzo de 2011

Incompatibilidad de caracteres. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que esta es la frase más manida en los divorcios televisivos norteamericanos, pero al margen de las relaciones de pareja, en la que influyen otros muchos factores, la incompatibilidad de caracteres se da en cualquier tipo de relación interpersonal, y no es más que la falta de “mezcla” entre los niveles de tolerancia de unos y los defectos de otros.

Algo así le pasa a Hortensia con un “conocimiento” que tiene (podríamos llamarla amiga, si ampliásemos el concepto de amistad a cualquier persona con la que te relaciones asiduamente).

Por razones que no vienen al caso, tiene que ver a esta persona dos o tres veces en semana, y pasar un rato en el que sólo se puede tomar un café, charlar y poco más. A Hortensia le resulta irritante, porque muchas de sus facetas más destacables, para Hortensia son defectos, quizá no sean muy dañinos, pero sí muy cargantes y difíciles de digerir. Y digo para Hortensia, porque aquí está el quid de la cuestión, su nivel de tolerancia para éstos es bajo y por lo tanto no pasa ni una.

Lo primero que no soporta es su afán de protagonismo (dice el refrán, le gusta ser la novia en la boda y el muerto en el entierro), incluso pensó que podría ser la consecuencia de un serio complejo o de un problema más grave, y se puso manos a la obra, tratando de averiguar qué se podría esconder detrás de tan recalcitrante actitud, pero rápidamente cejó en su empeño dada su experiencia en meterse en “fregaos ajenos” y “abogacías de pleitos pobres” y salir escaldada. La susodicha, siempre tiene una experiencia similar o superior a la que estás contando, y, no sólo eso, sino que dispone del perfecto tutorial para que salgas airosa de la situación, gracias a su inestimable conocimiento.

Como consecuencia de lo anterior, es una incansable monologuista, lo que no la exime de, en ocasiones, ser una grosera, impertinente y metepatas, y es que “tanto va el cántaro a la fuente…”. ¡¿Cómo no va a ser todo eso si no para de hablar?!, a cualquiera le ocurriría lo mismo.

Y para remate, anda por el mundo con unos aires de suficiencia, que te deja pasmada. No sólo sabe de todo y te lo dice hasta extenuarte, sino que, además, sienta cátedra. Vamos que está, como quien dice “encantada de conocerse”.

Es tanta la fatiga que la provoca, que incluso, cuando ella deja algún resquicio, ya no tiene ni ganas de conversar.

Hortensia trata de ser objetiva, analizar la situación con racionalidad y no dejarse llevar por el runrún que la bulle dentro, y por eso, entiende que todas estas particularidades de carácter, no son en sí mismas, ni perversas, ni malvadas, ni retorcidas, ni tramposas, son más bien molestas, fastidiosas, enojosas y cabreantes. Y es por ese motivo, por lo que semana tras semana sigue soportándola, unas veces con más acierto que otras.

De esta manera, Hortensia se debate entre dejarse llevar por sus instintos más primarios, o “pasar” de ella dada su tendencia natural a evitar las confrontaciones, y en esa actitud, aparentemente pasiva, se ha dedicado a observar el cotarro y a escuchar o desconectar, si el índice de tonterías por minuto supera el límite que puede soportar.

No es una postura ni inteligente ni madura, sólo quizá práctica, y tiene algunas ventajas, se ha dado cuenta que cuanto menos se empeña Hortensia en rivalizar por tener un hueco en la conversación, más descolocada deja a esta persona, y hasta le da paso (¡qué sorpresa!), cuanto más la mira a los ojos, más se calla (¡sorpresa de nuevo!), cuanto menos interés tiene en polemizar, contraargumentar o comentar, más le pregunta por su opinión y parece tener un interés verdadero (de esto último no se fía ni un pelo).

Todo esto me hace recordar el tema de la psicología inversa, a veces funciona, ¿quizá sea este el caso?.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Conciliar o no conciliar, that´s the question. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que el tema de la conciliación entre vida personal y laboral corre el peligro de quedar en una bonita utopía a la que nadie hace caso por inalcanzable, o lo que es peor, en una burda utilización propagandística y de tintes electorales.

La conciliación no es exclusiva de las mujeres, ni de las parejas con hijos, la conciliación es para todos y a todos les afecta positivamente, casados, solteros, viudos, divorciados, con pareja, sin pareja, con hijos, sin hijos con idea de tenerlos o para los que ni siquiera se les pasa por la cabeza.

Conciliar supone tener vida después del trabajo, y tiempo para hacer lo que necesites, lo que quieras o, simplemente, no hacer nada.

Conciliar supone cuidar tus relaciones familiares y sociales y no esperar al fin de semana a meterte en una bacanal de actividad frenética, con una agenda más apretada que la de Carmen Lomana.

Conciliar supone tener tiempo para educar a tus hijos, para que cuando llegues a casa no les des todo lo que quieren, porque lo que menos te apetece es una pelea por una niñería. Para que seas capaz de imponer disciplina, o castigar ( o incluso dar un cachete), o decir “NO”, sin sentirte culpable, porque también tienes tiempo para reirte con ellos.

Conciliar supone tener una vida de pareja que no sea un ring, en el que cualquier tontería desencadena una pelea, o una apatía cortés en la que poco hay que decirse.

Conciliar es beneficioso para el Sistema Público de Salud, evitaría algunas bajas laborales por estrés, depresión, ansiedad, disminuiría el consumo de medicamentos para combatir el dolor de cabeza o el de estómago. ¡Temblad señores del Pharmatón y del Viagra!, porque habría menos disfunciones sexuales y no nos harían falta los complejos vitamínicos.

Pero si a algo beneficia la conciliación entre vida personal y laboral, es precisamente a esta última. Nuestra vida laboral se vería claramente favorecida por nuestra mejor disposición física y mental, mayor motivación, y un nivel más alto de aprovechamiento de nuestra jornada laboral.

Y es que no hay excusas, porque España, tiene las jornadas laborales más dilatadas pero la productividad más baja, por lo que sólo podemos ir a mejor.

Para que exista una verdadera conciliación entre ambas vidas (¡nos acecha la bipolaridad!), debe de darse una racionalización de la jornada laboral, suprimiéndose pérdidas de tiempo como las reuniones infinitas e inútiles. Debe desecharse, definitivamente, comportamientos absurdos como el presentismo, todavía criterio de valor en muchas organizaciones. Debe focalizarse la energía y el tiempo en hacer el trabajo lo mejor posible, en colaborar y en conseguir los objetivos del equipo, no en hacer la guerra por tu parte, medrar a toda costa, rivalizar, competir, fomentando modelos de mando y comportamiento tóxicos.

Hay que empezar a ser conscientes de que facilitar, promover y activar la conciliación supone, no un acto de buena voluntad, sino un beneficio empresarial.

Pero debe ser que estoy equivocada y todas las ventajas que yo encuentro, no son tales, y es preferible seguir haciendo jornadas maratonianas, que están mejor vistas, aunque sean poco provechosas para todos….
O quizá es que conciliar sea una UTOPÍA.

jueves, 10 de marzo de 2011

Aniversario de un Jueves. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice: “No soy un número, ni el sacrificio de ninguna causa”

Aquella mañana Basi se entretuvo en recoger la ropa del tendedero, sabía que llegaría tarde si no se daba prisa, pero llegar a casa después del trabajo y encontrarse todo por hacer no la apetecía en absoluto. Corrió hacia la estación y cuando metió el billete, el tren ya cerraba sus puertas, ¡qué fastidio, lo había perdido, llegaría tarde definitivamente!.
Era Jueves 11 de Marzo,
Lugar: Alcalá de Henares.
Hora: 7:15 de la mañana.

Mónica había cogido el tren muy temprano, tenía que llegar pronto a la facultad, el vagón estaba atestado de gente, como siempre a esas horas, y ella hablando por el móvil, como siempre también, qué sería de su vida sin él. Miró el reloj una vez más, estaban parados en el andén 2.
Era Jueves 11 de Marzo,
Lugar: Atocha.
Hora: 7:37 de la mañana.

Juan Carlos se levantó como todas las mañanas, la misma rutina de siempre, estaba en el andén esperando que llegara el tren, y aprovechando la espera para pensar en sus cosas, cómo se presentaba el día, y lo más importante, quedaba poco para el fin de semana.
Era Jueves 11 de Marzo,
Lugar: Santa Eugenia.
Hora: 7:38 de la mañana.

Diego tenía problemas para hacerse el nudo de la corbata, ya se había retrasado en el cuarto de baño y ahora, esto. Así que se lo puso de cualquier manera, se calzó el abrigo y voló por las escaleras. Una carrerita para recuperar el tiempo perdido. Lo había conseguido, el tren llegaba a la estación y abría sus puertas, embocó el túnel que daba paso al andén.
Era Jueves 11 de Marzo,
Lugar: Santa Eugenia.
Hora: 7:38 de la mañana.

Olga ya llevaba cinco minutos en el tren, uno de dos pisos (¡menos mal, porque con la cantidad de gente que había!), estaba acomodada en un rincón, dispuesta a echarse un sueñecito.
Era Jueves 11 de Marzo,
Lugar: El Pozo.
Hora: 7:38 de la mañana.

Sara estaba en casa, vistiéndose, tenía una entrevista y saldría en media hora, cogería el tren, esperaba a la canguro pero tardaba demasiado. No oyó nada.
Era Jueves 11 de Marzo,
Lugar: Santa Eugenia.
Hora: 7:38 de la mañana.

Basi perdió su tren y no pudo coger el siguiente, porque ya no pasaron más. Llegó dos horas después al trabajo, porque no sabía qué hacer, o quizá, porque no quería estar sola, se abrazó a su jefa, lloró e intuyó lo afortunada que había sido.

Mónica tuvo quemaduras en cara y brazos, y metralla en el cuello, tras unos días en el Hospital de Getafe, en la Unidad de Quemados, se recuperó de sus heridas físicas, de las otras, todavía lo intenta.

Juan Carlos quedó en ese andén para siempre.

Y Diego quiere olvidar cada día, lo que vio al salir del túnel.

Olga no se acuerda de cómo salió del vagón, pero estuvo muchas horas vagando sin rumbo por las calles, perdida y desorientada, hasta que su familia consiguió localizarla.

Sara tuvo la entrevista de trabajo cuatro días después, pero ya tenía una decisión tomada y, hasta ahora, jamás se ha arrepentido.

viernes, 4 de marzo de 2011

Quiero que me escuches. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que hay veces que le gustaría gritar a los cuatro vientos esta frase, sobre todo cuando se encuentra con algunas personas que son como un muro en el que rebota todo lo que cuentas.

Nos enseñan a hablar, a leer, a escribir, pero a escuchar ¿Quién nos enseña a escuchar?.

Podríamos escuchar, si, en una conversación, no tuviésemos nada que aportar, jaja, pero ¡quién es el guapo que reconoce tal cosa! Antes de quedar al margen, preferimos soltar cualquier cosa, aunque sea una incongruencia, algo sin sentido o que no venga al caso, ya se sabe que la ignorancia es osada y atrevida.

Pero perdemos una oportunidad de oro, abrir bien nuestros pabellones auditivos que están para algo más que para llevar pendientes, aguantar las patillas de las gafas o crear cerumen, y dejarnos extasiar por las incongruencias, los sinsentidos y los “novienenalcaso” de los demás o…quizá ,para nuestra sorpresa, con cosas ingeniosas, divertidas, que nos hacen reflexionar o que nos entretienen.

Pero antes preferimos tener conversaciones del tipo “ping-pong” o “congreso de los diputados”, yo hablo, tú también, tú no me escuchas y yo a ti menos. Si transcurre pacíficamente, te vas a casa con la garganta seca, la cabeza que te estalla y sin saber nada de la otra persona, y si se discute cada participante lee su discurso, incluso tiene preparadas las réplicas, y no se saca nada en claro.

Escuchar tiene muchas ventajas, y escuchar bien, activamente, es una herramienta muy poderosa dentro del ámbito profesional.

Claro que también nos encontramos con la típica charla “tormenta de ideas”, es como esta técnica tan efectiva, pero sin orden ni concierto, todo el mundo habla, a la vez, si es posible, para que nadie se entienda.

Escuchar nos permite tomarnos nuestro tiempo para poder observar, importantísimo, si tenemos en cuenta que el 90% de la información que transmitimos es no verbal. Escuchar, en una conversación informal, nos da información sobre cómo reciben los demás nuestro mensaje, cómo nos ven, cómo reaccionan ante ciertos comentarios o circunstancias, sus opiniones, y, en definitiva, a conocer mejor a los que tenemos enfrente y por lo tanto, quizá egoístamente, a calibrar la profundidad de nuestra relación con ellos.

Pero toda esta información se pierde si nos empeñamos en el  “habla chucho que no te escucho”, que denota el desinterés más absoluto de una o de ambas partes. De hecho cuando una de ellas habla, la otra está, mentalmente, a miles de kilómetros.

O la muy típica conversación unidireccional o monólogo, también llamada “imposible meter baza”, ya que de tu garganta sólo salen extraños gorjeos y medias palabras como: clar.., es que.. pues yo.. pss…,mmm. Lo que da lugar, en muchos casos a las conversaciones a dos o más bandas o conversaciones paralelas, como me dejan con la palabra en la boca, hago un apartadillo y me dedico a hablar con el que tengo al lado, que seguramente tiene que hacer un ejercicio de escucha en estéreo y termina por mezclar lo que escucha de unas y le cuentan de otras.

Sin embargo, con un simple gesto, quedarnos calladitos alguna vez, y poner un mínimo de interés, sacaríamos muchas cosas en claro, disfrutaríamos más de la compañía de los otros y estaríamos mucho más satisfechos.

lunes, 28 de febrero de 2011

Una Leyenda Rosa. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que hoy tiene un día como si estuviese subida en una montaña rusa, pasa del enfado más supino por una chorrada, a la desidia más absoluta para enfrentarse a lo que se la viene encima. Está en esa fase en la que sus hormonas la están jugando una mala pasada, van por libre, cual jóvenes en fiesta ibicenca, desaforadas, suben y bajan sin control.
Como me decía hace unos días, ser “mujer” es un fastidio, pero dejar de serlo parece que es más fastidioso aún, y no porque se te acabe el ciclo reproductivo y, a efectos de especie, esa esencia de “hembra apetecible”, sino porque hay a mujeres que la regla las amarga cuando viene, cuando se queda y cuando se va, y una de ellas es Hortensia.

A Hortensia nunca se ha sentido especialmente discriminada, sólo por ser mujer, ni ninguneada, sólo por ser mujer, ni maltratada, sólo por ser mujer, ha pasado por todo eso, pero por otros motivos; ha tenido suerte, porque otras no son tan afortunadas. Pero ello no quita que no mire con cierto recelo ciertos estereotipos, uno de ellos es que el embarazo es una época del todo placentera y feliz, y que la maternidad te llena de gozo todos y cada uno de los días de tu vida y ya eres una mujer completa y redonda (bueno, algunas sí, porque no conseguimos quitarnos el sobrepeso del embarazo ni con agua caliente).

Esto y la leyenda urbana de que a algunas mujeres el parto no las duele (yo conozco a una, pero no creo que haya muchas, al margen de la epidural), tiñen de leyenda rosa una época de nuestra vida, y así nos damos el batacazo que nos damos, cuando nos enfrentamos a la dura realidad. Cada embarazo es único, pero el de Hortensia no lo definiría yo de idílico.

Cuando se enteró que estaba embarazada, se pasó los primeros días mirándose las bragas, por si manchaba, no fuera a malograrse aquello, obsesión común en muchas de nosotras. No te dura mucho semejante tontada, cuando tienes otras urgencias, como la de echar los higadillos por la boca nada más poner el pie en el suelo cada mañana, o decirle a tu queridísimo que cambie de aftershave porque no soportas el olor (¡qué paciencia!, con mucho cariño trata de hacerte entender que es el mismo que utiliza desde hace cuatro años). El caso es que tienes la pituitaria preparadísima para buscar trufas en el campo.

La siguiente etapa es más tranquila, todavía te ves los pies (luego desaparecen hasta el parto y sabes que los tienes porque se te hinchan y duelen), y tu estómago deja de funcionar como el ascensor del Empire State. Cierto es que la vestimenta ya es un poco rara, sobre todo si no tienes un tipazo, si te decides por las prendas sueltas, puedes parecer una mesa camilla, si, por el contrario, te enorgulleces de tus curvas, el muñeco de michelín. El caso es encontrar aquello que te siente, sin gastarte una pasta, por si acaso ya no vuelves a probar experiencia.

Y queda el tramo final, en el que todo tu cuerpo está invadido por el muchach@ (prolegómeno de lo que será después tu vida), y encima se mueve como un poses@ (y tú tan contenta, cayéndosete la baba). Todo en ti es pesado, la postura, la cadencia, el paso, el humor, la digestión, el sueño y…el sexo. Y tu queridísimo, ejerciendo el mejor papel secundario de su vida te lo hace más fácil, o debería, porque esto es cosa de dos, o ¿no?.  Es la época en la que empiezas a comerte la cabeza con el parto, el miedo a que algo salga mal, la impaciencia para ver la carita de pitiminí del intrus@, el “me va a doler”, “por favor, que me pongan la epidural cuanto antes”, ¿me enteraré que estoy de parto?.

Cuando llega el momento, aquí sí que hay experiencias miles, desde las que se les cae por el camino y no les da tiempo a llegar al hospital, a las que, como Hortensia, se tiran siete horas de parto, y sin quejarse, y sin epidural, y con un calor de muerte, y sin su queridísimo porque hay overbooking en el paritorio, y tras tres empujones bien dados (con la boquita cerrada, no como en las pelis), sale su campeona, roja como un tomate, llena de pelo y el bebé más precioso de toda la humanidad.

No termina aquí la cosa, hay más experiencias y más falsas leyendas rosas, pero eso será cuestión de otro post.

Y es que, paradojas de la vida, no es todo ni de color de rosa, ni tan terrible cuando algunas de nosotras, entre ellas Hortensia, repiten experiencia.

miércoles, 23 de febrero de 2011

La entrevista. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que ha realizado muchas entrevistas profesionales, en uno o en otro lado de la mesa, como entrevistadora y como entrevistada, y cada una es distinta, pero lo que nunca cambia es que en cada lado de esa mesa las cosas se ven de diferente manera.

Desgraciadamente para los que tenemos profesiones, con mucha menos demanda y demasiada oferta, cuando llegas a una entrevista de trabajo, pones todo de tu parte, tus expectativas, tus ilusiones y tus esperanzas, y si ya es duro no ser “escogido”, lo es más pasar un mal rato, porque te ha tocado un mequetrefe, que se cree que trabaja para la CIA y te pone en una situación incómoda, o un petulante engreído, que ni te escucha y que deja muy claro que pierde el tiempo contigo.
La mala praxis se da en todas las profesiones, no por ello deberíamos juzgar a todos por unos cuantos, ni mezclar dos conceptos diferentes: que no nos guste el resultado de un proceso de selección, porque no hayan contado con nosotros, no quiere decir que, ese proceso esté mal realizado.

Pero no siempre es el candidato el eslabón más débil de la cadena, en ciertos ámbitos laborales, por la escasez de profesionales, son los seleccionadores los que andan a la caza de un curriculum que encaje mínimamente con lo que se les está pidiendo. Aquí, es éste último el que está cual salchicha entre dos panes, el cliente que exige todo lo que se le ocurre, aunque no lo necesite (porque todavía está por ver que contrate a alguien) y el candidato al que sólo le falta pedirte que le pongas un chófer para llevarle al trabajo. Y te puedes encontrar estas situaciones:

-          Entrevistas inexistentes: después de fijar una hora, algo tardía (tú también tienes vida familiar que no concilias ni a tiros), el candidato se retrasa, ves pasar los minutos y algo te da en la nariz, no se va a presentar. Quizá ha habido un Armagedon mundial en el que los satélites han quedado inoperativos y por lo tanto no ha podido avisarte, le llamas y efectivamente su teléfono está apagado o fuera de cobertura. Te vas a casa y al día siguiente le mandas mensajes, nada, se le ha tragado la tierra.
-          Entrevistas a la carta: el candidato viene, pasa de formalidades que no vienen al caso como saludar o dejarte hablar y se centra en sus peticiones, ya que tiene mucha prisa, muchas ofertas sustanciosas y lo único que le interesa es tener una lista de qué me ofrece quién y por cuánto. Es el típico candidato mercenario que puede dejarte colgado a la mínima, ya que va de flor en flor, al que sólo le interesa progresar a base de talonario, no aprende mucho porque no le da tiempo, y no le gusta lo que hace, sólo que se lo paguen cuanto más mejor y si puede ser, cercita de su casa.
-          Entrevistas “Túnotienesniidea”: esto más que una entrevista es una conferencia en la que el candidato te lanza todos los términos técnicos que se sabe para demostrarte toda su sapiencia y, de paso, lo poquísimo que sabes tú, que para algo eres de Recursos Humanos. En cuanto le dices que has pasado, seis años en el área técnica, demuda la cara y pliega velas. Ahora ya puedes seguir con normalidad.
-          Entrevistas “No sé lo que quiero”: hay personas que están tan a gusto donde están, y no tienen pensado cambiar de trabajo, pero como tú las llamas, pues vienen a ver qué les cuentas.
-          Entrevistas de compromiso: se da en situaciones en las que el cliente ya ha pactado un cambio de proveedor, quiere conservar el mismo equipo y, propicia, con subterfugios, que las personas cambien de empresa y se queden desempeñando las mismas funciones y en el mismo sitio.

Las más frecuentes son las que transcurren dentro de los cauces normales, pero las situaciones arriba descritas ocurren. Los más son los candidatos que acuden puntuales, que son educados, que nos conceden su tiempo y el esfuerzo de venir, con naturalidad, como parte de un intercambio profesional en el que ambas partes podemos salir ganando.

Quizá hablar de los trapos sucios de nuestro trabajo no sea muy políticamente correcto, pero es la realidad para muchos profesionales de ciertos sectores laborales, y tienen que hacer malabarismos, para solventar la incomprensión de los que no entienden su trabajo, de los que no lo valoran, de los que lo consideran un paso fastidioso e innecesario, y de los que se permiten el lujo de criticarlo sin conocerlo.