lunes, 27 de febrero de 2012

La próxima vez. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que hacer de cronista es un papel, a veces ingrato, sobre todo cuando lo que se plasma no son hechos puros y duros sino la realidad vista por el que la relata, que puede coincidir o no con la del resto de los protagonistas de la historia.

Si una cita a ciegas de dos, es una apuesta arriesgada, imaginaos una de ocho (tendría que haber sido de nueve, pero no siempre puede uno trastocar su vida para lanzarse a sobrevolar media España). Arriesgadas, insensatas, aunque yo prefiero llamarlas atrevidas y espontáneas, ocho mujeres que no se conocían (miles de correos no sirven a este fin), quedaron una noche barcelonesa para darse la oportunidad de verse las caras, tocarse y definitivamente comprobar fehacientemente si había, o no, algo más detrás.

Cuando llegamos al restaurante con las boas de plumas en el cuello, el resto de los allí presentes pensaron: “Otra despedida de soltera”, por los bocinazos que metíamos, la jarana que llevábamos y los abrazos y besos ruidosos, cierto que estaba un pelín oscuro porque si no, se habrían dado cuenta que no llevábamos las procaces diademas, tan de moda, con pene peludo, y que la novia, si había alguna, ya tenía experiencia anterior en eso de casarse o en cualquier otra cosa, era en sí misma, experimentada.

Teníamos una escandalera montada de ole, conversaciones cruzadas, camareras por todos lados, y una sommelier empeñada en servirnos vino que, cuando se calentaba, se bebía ella y echaba de refresco, y para rematar el lío, regalos, papelotes, aplausos, risas, fotos, fotos y más fotos.

Aquella cena se prolongó tanto que llegado un momento nos apagaron la luz, el restaurante paso de modo “comida” a modo “copa”, y tuvimos que sacar las linternas para atinar con el postre. Teníamos todo empantanado y todo a la vista, fácil hubiese sido birlarnos algo, sobre todo a nuestra sommelier que dejó la bolsa de la cámara abierta, la cartera a la vista y casi una invitación para llevársela, pero ya se sabe que a los ladrones les gusta un cierto riesgo, tanta facilidad les hace sospechar.

Al principio nos pusieron música bailable, de los 40 principales, pero luego debió ser otra cosa, de esas que me son tan ajenas, que para bailar no sirven, sólo para incorporarlo a otras coreografías que algunas parejas de allí ya conocían. Y más fotos, y muchas conversaciones. Poco acostumbrada como estoy a salir de noche y, dada la hora que era, estaba sin estar en mí y de esa parte de la noche recuerdo poco.
¡Cuánto brindamos, por nosotras, por nosotras, por nosotras, y por ti que te quedaste en Madrid!, y ¡Cuántos abrazos para despedirnos!, algunos más cálidos que otros, he de reconocer, y ¡Cuántos planes hicimos!.

No siempre y no con todo el mundo uno puede pretender tener una grandísima amistad, sería iluso por mi parte pretender que en este grupo, como en todos, existe la ecuanimidad más absoluta al respecto, pero es cierto que no todas las relaciones amistosas tienen el mismo ritmo, ni empiezan de la misma manera, y por supuesto tampoco terminan igual. Algunas empiezan con un auténtico flechazo, otras van cogiendo temperatura según va pasando el tiempo y las oportunidades, y otras no empiezan, solo llegarán a un estado de tibia cordialidad. Yo, por mi parte, ya he tenido mis flechazos, y otras que empezaron más lentamente están cogiendo fuerza cada día.

Y hasta aquí mi papel de cronista, pero como soy una reportera muy poco avezada se me han escapado algunas historias y hasta algunos personajes, porque de repente alguien desaparecía solo o en grupo y no volvía hasta mucho después.

Así que os dejo a vosotras para que rellenéis los huecos que faltan y completéis esta narración, una próxima vez.

lunes, 20 de febrero de 2012

¿Qué es un casco azul?. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que un casco azul puede ser una fuerza de pacificación de la ONU, o un objeto que se pone en la cabeza para protegerse del color del cielo, pero no es a lo que ella llama casco azul, para Hortensia un casco azul es aquella persona que, habitualmente o en ocasiones, es el negociador, pacificador, mediador de una disputa, por clamor popular o porque voluntariamente se presta a ello.

Hay tantos tipos de cascos azules como personas, pero el auténtico, el genuino es aquel que entra en todas las situaciones, se apunta a todos los conflictos, con un objetivo en mente, llegar a un acuerdo satisfactorio para las dos partes, nada de cerrar en falso. Una tarea ingrata para el común de los mortales, pero no para él, el casco azul la encuentra tan gratificante que insiste una y otra vez en llevarla a cabo.

Para llegar a ser un casco azul hay que aprender y entrenarse, porque si no, puede ocurrir lo que muchos de nosotros hemos visto en alguna ocasión, el casco azul inexperto llevado por la pasión de su nueva tarea, vocacionalmente entregado, se mete en cualquier refriega a pecho descubierto, sin protección, sin recursos, y termina siendo el objetivo de todas las balas, los contendientes, por un momento, dejan de lanzarse mutuamente ataques furibundos, para ensañarse con el incauto novato. Pero si existe un verdadero interés, esta experiencia no hará que el casco azul abandone, aprenderá de su error y volverá a la carga, ahora sí con todos sus recursos disponibles.

El casco azul es un tipo especial ya que le gusta lo que a otros espanta, cuando se inicia una discusión, un conflicto, un enfrentamiento de pareceres, la mayoría de los que están alrededor de los que se enzarzan, empiezan a tener un comportamiento evasivo, se miran las uñas, recorren la mirada por todo el lugar, hablan con el de al lado, visitan los aseos, se van, o se quedan tan paralizados como los muñecos de cera, en otras ocasiones, algunos toman partido por uno u otro bando. Pero el casco azul, no, está, literalmente, en su salsa, es cuando analiza la situación e interviene en el momento justo, casi siempre cuando ha habido un cierto desahogo por parte de los dos combatientes, pero no se ha producido todavía la tremenda escalada del “y tú más” que ciega totalmente el entendimiento, la razón, la mesura, la compostura y hace salir el animal que llevamos dentro.

Por eso estoy perpleja, porque hace unos días he visto sufrir tanto a un casco azul en un conflicto que algo se ha removido en mi interior. No es lo mismo mediar en un conflicto desde fuera que formar parte de él. En este caso, su vocación misma de casco azul le llevó a ser el otro en el campo de batalla, porque nadie ponía el contrapunto a la argumentación de uno de los reunidos y, en justicia, aquello no era correcto, pero estaba tan fuera de lugar, le era tan ajeno el papel, que su mismo cuerpo lo rechazaba (sudaba, respiraba entrecortadamente, roja como la grana su cara era una máscara…) y él que siempre encontraba las palabras adecuadas, ahora se le escapaban como el agua entre los dedos, el mismo nudo en la garganta no le permitía un discurso coherente. Menos mal que su oponente, un soldado aguerrido, curtido en mil batallas, pero honorable, no hizo sangre, aún así, el casco azul necesitó ayuda para salir del trance, quedó seriamente dañado, y convocado a acudir a una revisión en profundidad.

¿Qué pudo pasar?, ¿Qué hizo que un casco azul tan experimentado se viniera abajo en una situación tan moderada?. Es posible que no haya una única respuesta, o que esta sea compleja, y lo que es seguro es que la respuesta o las respuestas ya las ha empezado a buscar él mismo.

Lo que me lleva a plantearme que no hay cascos azules invencibles, este no lo es, y eso le hace, a mi juicio, más amigable, más cercano. Es humano, no un cyborg diplomático todo mesura y ecuanimidad, tanta perfección resulta cargante. Así me gusta más y creo que su misión, la pacificación y el acuerdo en los conflictos y disputas, se cumple mejor, ya que en vez de estar por encima de las partes, en un pedestal desde el que todo lo mira, le has sentido frágil como tú, perdido en algún momento, y vulnerable...como todos.

martes, 14 de febrero de 2012

Atracción Fatal. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que cuando empezó la carrera tenía unas expectativas sobre su profesión que fueron cambiando a lo largo de los años de formación. Como la gran mayoría de los que empiezan a estudiar Psicología, la Clínica es la rama que focaliza el mayor interés y con el aprendizaje, los años y después la experiencia modificas o no tus gustos y diriges tus pasos hacia otros derroteros o persistes en ellos. Yo cambié los míos alejándome del tratamiento de patologías más o menos leves, para centrarme en las organizaciones empresariales.

Pensé yo que, al margen de que las empresas son personas, que en este ambiente no me toparía con patología alguna salvo la que se da en la gestión de las relaciones, de los equipos, de las habilidades comunicativas, pero no a nivel individual, pero como si fuera un imán a lo largo de estos años me he encontrado con algunas personas o personajes que han contradicho esta suposición.

Dependiendo de la posición de esta persona en la organización y de su nivel de desequilibrio mental, el impacto en tu vida laboral (e incluso personal) puede ser leve, anecdótico o causarte grandes quebraderos de cabeza.

Hace años tuve una jefa que tenía tantos problemas (mentales) que no había por dónde cogerla. Además de una gran claustrofobia, lo cual no suponía ningún impedimento para el devenir de nuestra relación laboral, era caótica e imprevisible, tenía una manera pintoresca, a modo de ver de algunos, de tratarse con la gente, si eras hombre y con buena posición después de un breve coqueteo, pasaba a un trato provocativo y sugerente y lo más gracioso es que también lo hacía por teléfono por lo que infinidad de veces parecía más bien una línea erótica que un teléfono de incidencias. Y acto seguido, cambiaba a modo ogro paranoico gritando como la mejor de las sopranos y buscando enemigos, confabulaciones, complots secretos; todo el mundo, en especial cualquier mujer que pasase por allí, quería quitarle el puesto (¿en la línea caliente?). En medio de este desatino el trabajo se resentía, salía a trompicones, sin organización y cuando esto sucede los damnificados siempre son los mismos. De ahí salí a otro proyecto espantada, pero mentalmente entera.

Crees que una vez que te tropiezas con un ser semejante ya has cumplido tu cuota.

Después de unos años, casi olvidado el incidente recalé en una de las mejores empresas que he conocido y de la que guardo grandes recuerdos y enseñanzas…y dos patologías más, una leve y la otra que en algún momento nos tuvo hasta algo atemorizados al resto del equipo.
Aquella muchacha parecía del todo natural, quizá algo seria y taciturna, pero era una auténtica Caja de Pandora, cuando la destapas….Pasaba meses de normalidad aparente, pero otros en los que discutía con todos (jefe, clientes, usuarios, candidatos, compañeros), saltaba la espoleta por cualquier nimiedad y se desataba la tormenta, ya no había control, el escándalo estaba servido allá donde estuviese y estuviese quien estuviese delante, acobardaba de veras, porque te gritaba enrojecida de furia “me las vas a pagar” (a veces pensamos que un día, enloquecida de verdad, hiciese cualquier locura y sucediese una auténtica desgracia). Al día siguiente venía como un corderito, melosa como un gato ronroneante. Cuántos en esa oficina que no presenciaron sus desvaríos creyeron su paranoia delirante y pensaron que era una pobre víctima y nosotros, el departamento entero, los más crueles verdugos.
Cuando se fue, todos respiramos aliviados. Todos, supuse yo, y pensé que el estado de ánimo de alguna había estado condicionado por la experiencia extrema, pero fueron pasando los meses y la más joven de todas, seguía en un estado letárgico de tristeza. Hasta que descubrimos que era su estado normal, chupaba la energía de los demás como si se tratase de un gran agujero negro, con lo que superada la primera fase de compasión y complacencia, seguía la segunda, de huída y alejamiento para no dejarte arrastrar hacia la melancolía laboral y preservar tu salud mental. Gracias a que el equipo estaba compensado, frente a la atonía de este miembro, otro, era el huracán que nos daba la vida, el empuje, la alegría (ya sabéis que suelo tener buena conexión con los huracanes).

Y estaba por venir la patología en estado puro, el más extremo, aquel sujeto del que ya hablé en su día y sobre el que no volveré a insistir.

Concluyendo, lo mío no puede ser casualidad, tantos desórdenes en un medio tan poco habitual, por algo me pasa, aunque todavía no he descubierto qué lección quiere el orden cósmico que aprenda.

lunes, 6 de febrero de 2012

Diez cosas a la vez. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que hacer varias cosas a la vez nunca ha sido su fuerte, aunque Paz Vega se empeñe en mostrarle las delicias de poseer esta habilidad mientras corretea, eso sí perfecta y guapísima, por la calle. Nada menos que diez cosas a la vez, ni dos ni tres, sino diez, ahí es nada, la quintaesencia de la multitarea, como si fueras la mujer orquesta o un pulpo de mujer.

Pero yo, repito, debo tener  algún fallo en mi estructura neuronal porque a pesar de poner todo mi empeño, sólo he conseguido hacer, a lo sumo, dos tareas, una de ellas mecánica y la otra no muy compleja, aquella que no requiere la intervención de mis más altas capacidades intelectuales. He puesto empeño y algo he conseguido, porque todavía recuerdo aquella vez que intenté bajar las escaleras del Metro mientras sacaba el billete del bolso y me pegué un trompazo tal que estuve quince días escayolada.

No dudo que si quisiera podría hacer diez o quince o veinte cosas a la vez pero con un nivel de eficacia nulo, por eso ni siquiera considero esa posibilidad.

He dicho que he puesto todo mi empeño, quizá no sea del todo cierto, el caso es que tengo serias dudas:

Dudo de la eficacia de hacer varias cosas a la vez, hay tareas que requieren toda mi atención, todo mi empeño y todo mi interés, y me gusta hacerlo así.

Dudo de la conveniencia de difundirlo y de alardear de ello, es un arma de doble filo, el otro, herido en su orgullo, en vez de tomarlo como una oportunidad de aprendizaje, de ahorro de tiempo y de capacitación, te endilga sin más miramientos su tarea (ya que tú puedes hacer varias cosas a la vez) y así ahorra todo el tiempo, el suyo, no el tuyo.

Dudo de la valía de dicha habilidad por encima de otras, en mi caso valoro otras que poseo.

Dudo que sea nuestra mejor cualidad como féminas (si es una cualidad femenina, yo, por ejemplo, no la tengo).

Y dudo de su utilización como arma arrojadiza contra nuestros compañeros de especie varones. (Sí, sí, muy hábil, pero mientras tú haces diez, él una y encima la publicita mejor).

Pero lo de ahorrar tiempo para emplearlo en otros asuntos es algo que empieza a gustarme, y por ello, creo que voy a seguir intentando hacer algunas cosas menudas, las que tengo muy automatizadas, al mismo tiempo (menos bajar las escaleras y buscar algo en el bolso, eso, descartado), para probar, a lo mejor le cojo el gustillo, me aficiono, y con mucha, mucha práctica me hago experta en multitarea (Paz Vega podrá estar orgullosa de mi).

Pero mantendré la boca cerrada, nada de fanfarronear al respecto, primero, para no crear falsas expectativas, segundo, para poder emplear el tiempo libre en lo que yo quiera, tercero, y como consecuencia de lo segundo, para no dar lugar a que otros descarguen sobre mí sus quehaceres, y por último, porque, en fondo, sigo pensando que es más importante el Cómo se hacen las cosas, lo satisfecho que quedas cuando las haces o mientras las estás haciendo que....Cuántas haces a la vez.