lunes, 6 de agosto de 2012

Vendo Oro. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que hace unas semanas atracaron a su madre para quitarle una cadenita de oro.

Ya lo sabía yo que con esto de la crisis, la falta de parné en el ambiente, la subida como la espuma del precio del oro y, por consiguiente, la proliferación de los negocios que compran el valioso metal, los cacos sumarían dos y dos y empezarían a buscar una fuente de financiación alternativa al cobre, al papel moneda, a los narcóticos o a cualquier otro negocio sucio que ya estuviese algo agotado.

Todo se agota, nuestras existencias de cobre deben estar ya por los suelos, o en un círculo vicioso de mercado negro, limpieza y mercado blanco.
El papel moneda ya no es lo que era, cada vez vale menos, casi tanto como los billetes del Monopoly. Por cierto, un inciso, yo tengo uno, voy a probar a bajarme al ultramarinos unos cuantos, por si empiezan a servir como moneda de cambio.
Y los narcóticos, bueno éste es un negocio que ya se está volviendo demasiado legal con la industria farmacéutica a la cabeza.

O sea que lo mires por donde lo mires, volvemos a nuestros orígenes, al oro, al Rey Midas. Y lo mires por donde lo mires, los ladronzuelos siguen en sus trece de emplearse a fondo en barrios deprimidos y abusar de personas mayores, como mi madre, que son facilonas. El delito es delito allá donde suceda, pero digo yo que podían cambiar de estrategia, pero no estamos hablando de robinjudes, sino de pelanas que son el último eslabón de una cadena, de una mafia que está desprovista de moralidad bandidesca.

Después del disgusto, del susto de mi anciana madre, de la corajina que le entró porque además, en la meliflua cadenilla, iban insertadas unas cuantas medallitas (éstas no de oro) que eran recuerditos suyos, con poco valor material y mucho sentimental, me dediqué a otra cosa mariposa, dados los calores veraniegos.
Y hete aquí que empezaron los Juegos Olímpicos, y las apuestas sobre el medallero de España.

Llevamos ya unos cuantos días de competición y qué decepción, las medallas se nos resisten.
Es cierto que en algunas disciplinas ya las llevábamos colgadas al cuello como si no hubiese que entrar en concurso, y por eso, nos dieron la primera en la frente. En otras, como juega en nuestra contra la mala suerte, la que nos persigue en estas grandes citas. En las más, pensar que las cosas se construyen de un día para mañana y en el deporte, hay que invertir mucho, aunque el resultado nunca esté garantizado.
Pero tras los primeros batacazos, nuestra niña de cara cuadradota y mirada limpia, se ha colgado dos de plata, después de quitarse de la cabeza las telarañas en las que se envuelve cuando entra en el certamen (gracias a la ayuda de su psicólogo, para que luego digan que no sirven para nada), y una de bronce de otra mujer en aguas bravas, que a buen seguro, pocos sabían que se competía en eso.

Pero ¿Y el Oro?, pues ni está, ni se le espera, me temo.

Por muchas razones.
Las que esgrimirían los expertos serían las de siempre, cuando se deja de apostar por los deportistas de cualquier disciplina (desde hace ya unos cuantos años), los resultados se resienten y sólo destacarán aquellos con muchas dotes, con un buen patrocinio o con una estrella en salva sea la parte.

Aún así, mi razón no es esa, yo creo que lo están haciendo adrede, en cuanto se ven con la más mínima posibilidad de ganar, se arrugan, se encogen, les entra el miedo, y no el escénico por la presión, no, sino por recibir una medalla de oro, y bien gorda, delante de millones de personas, con tu cara en la tele para que todo el mundo te reconozca.

Porque quien es la guapa o guapo que viene con ella colgada del cuello, ja, ¡para que luego te den un tironcejo y te la manguen, con lo que te ha costado conseguirla!.

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