Mi amiga Hortensia dice que el
otro día le pasaron un vídeo de un economista que empezaba su disertación
diciendo que éramos un país de chorizos.
No puedo estar menos de acuerdo
con una aseveración tan tajante y generalista, perdóneme usted, señor
economista del que no recuerdo su nombre, pero yo como otros muchos que conozco
no soy una choriza. No sé si la
densidad de chorizos de nuestra
población es mayor que la de otros países, la impresión generalizada es que sí,
aunque las impresiones no siempre se corresponden con un análisis más minucioso
y exhaustivo de la realidad, pero una cosa no quita la otra, y no se puede
negar que parece que se ha abierto la veda al “destape” de este particular clan
que hasta ahora parecía actuar bajo cuerda, en una especie de secreto a voces.
Es posible que, sin yo saberlo,
me haya topado con algún que otro chorizo
de poca monta (no me muevo en ambientes selectos). Hasta ahora, ya que, en este momento, sí puedo afirmar que conozco si no un chorizo, una subespecie, el estadio inmediatamente anterior, el
marrullero tramposo, ése que, sin llevarse nada (aparentemente), hace enjuagues
con el dinero que no es suyo, tapando agujeros generados de líos anteriores,
liquidándolos con maniobras cuando menos dudosas.
Este personaje, presidente de
nuestro club de futbol, podríamos haberle puesto el sobre-nombre de “El Hombre
Invisible”, porque nunca ha ido a ver jugar a nuestros hijos, ni ha aparecido
nunca para hablar con nosotros (incluso en los peores momentos del club), y
muchos padres no saben ni ponerle cara. Yo le he visto dos veces, a lo lejos
(¡¡Mira ese es el presi!!), y otra vez cuando me pagó la lotería de Navidad,
pero sé de sus andanzas, y de sus teje-manejes, y una vez presencié cómo un
individuo le llamaba de todo, menos bonito, porque debía dinero en todas
partes. A este señor sólo le interesa el equipo profesional, al que paga, no
religiosamente, ya que también les deja a deber de vez en cuando, pero la
Escuela de Fútbol, es decir, nosotros, ésta es para él una mosca cojonera, que
no le aporta nada y últimamente sólo le da problemas, porque le ha salido
respondona.
Casi nos quedamos sin equipación
(que ya teníamos apalabrada y el dinero recaudado), porque él tenía trampas en
el almacén y como somos una única entidad, primero debía liquidar las deudas.
Y llega la Navidad y con ella la
lotería. El año pasado nos dieron papeletas para vender, y tocó (¡qué mala
pata!), ya que alguno de nosotros cobramos la última este mes de septiembre.
Así que como mi memoria está intacta, y, aunque se dice que el hombre es el
único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, esta mujer que os
escribe, no, por eso sólo quiero décimos que puedo cobrar en cualquier
administración, no vaya a ser que toque.
Cuando Mª José nos pasó el
mensaje de que el “presi” ya tenía preparadas no sé cuántos tacos de papeletas,
yo en una alarde de grosería y empleando un lenguaje soez, indigno de la
educación que he recibido, le dije que me hiciese el grandísimo favor de
enviarle mi contestación, a saber, que se podía meter los tacos o las papeletas
una a una (a elegir) por donde amargan los pepinos. O bien que se dignase a
venir a vernos, que yo gustosa se lo decía en persona. Vista nuestra reacción,
la suya no se hizo esperar, sorprendido, indignado (por nuestra buena memoria),
arrogante y prepotente, lanzó su chantaje: sin papeletas, no hay décimos, así
que no hay lotería para nadie.
¿¡Qué me esperaba acaso, un acto
de sincera contrición!?, arrepentido de su sinvergonzonería reiterada, de no
parar de escamotearnos las subvenciones que nos da el Ayuntamiento (para la
Escuela), de no reintegrarnos el dinero de lo que se recaudó el año pasado con
las aportaciones loteras, de desviar las devoluciones de las cantidades que
pagamos a los árbitros y que luego nos devuelve la Federación, y de tantas y
tantas cosas más que habrá debajo de la alfombra y que desconocemos.
Lejos de esto, los chorizos y las subespecies asociadas, se
creen por encima del Bien y del Mal, se sienten con el derecho de hacer lo que
seguro piensan harían todos si tuviesen la oportunidad y por eso, lejos de
pedir disculpas o avergonzarse, se envalentonan.
¡Qué ganas tengo de echármelo a
la cara!, aunque creo que no sucederá, será una característica del chorizo (o de la subespecie) o de este
individuo en concreto, pero no dan la cara, se escamotean todo lo que pueden,
en definitiva tienen un tufillo cobarde.