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lunes, 16 de abril de 2012

¿Qué pasa con mis palabras?. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que tiene una amiga, que no soy yo, que el otro día le envió unos videos de una psicóloga chilena llamada Pilar Sordo que os recomienda encarecidamente.

Según esta psicóloga los hombres tienen diez mil palabras y las mujeres veinticinco mil, las cuales utilizan de distinta manera. Así como los hombres se dedican a emplearlas casi todas fuera de las fronteras de sus relaciones maritales, personales, es decir fuera de su entorno doméstico, las mujeres, en cambio, utilizan la mayoría dentro de él, y de aquí viene, entre otros, unos de los mayores motivos de frustración de unas y de desconcierto de otros.

O sea que los hombres hablan….pero fuera de casa, es bueno saberlo, me quedo más tranquila, pues ya empezaba a pensar que podrían ser presa de alguna extraña involución perniciosa que les privase de la habilidad comunicativa.

Pero siempre voy un paso más allá y me voy a comparar las grandes cifras, los grandes estudios, la generalidad de los valores estadísticos, con la particularidad de mi hogar, con la idiosincrasia de las personas que habitamos estas cuatro paredes que llamo “MI CASA”.

Empiezo por mi queridísimo, y digo: “¡Bingo!, esta mujer ha dado en el clavo”. Gastó sus diez mil palabras en la oficina y no se ha dejado ni una para casa, suerte que yo no soy muy charlatana, aún así tendré que hacerle ver las ventajas de administrarse bien los recursos, sobre todo cuando son escasos. Y luego pienso, algún defecto tendría que tener.

El otro hombre de la casa, ése, es otro cantar, seguro que se hizo con las diez mil de otro muchacho despistado, o de uno que no quería las suyas para nada, y ha atesorado más de las que le corresponden, o eso, o es que no gasta nada en el colegio, ya que te suelta las diez mil que tiene a bocajarro en cuanto llega a casa. No hay manera de meter baza en ningún momento del día…ni de la noche porque habla en sueños.

Y mi hija, atesora sus veinticinco mil como una avara, para ella sólo existe una manera de utilizarlas, por teléfono con sus amigas. En esto sus padres, es decir nosotros, estuvimos finos, por una vez, y tuvimos la precaución de contratar una tarifa plana telefónica para no acabar teniendo que poner un candado.

Y yo ¿qué hago con mis veinticinco mil?, si mi pequeño no me deja insertar ni una frase, mi hija es muda, solo conversa cuando tiene un auricular en la mano y mi queridísimo es un manirroto lingüístico, ¡¡¿qué me queda?!!

Hasta hace unos meses las guardaba en un bote, a buen recaudo para que mi hijo no las encontrase (¡¡¡sólo me faltaba!!!), luego me dedique a salir y cultivar amistades, pero (¡maldita sea mi suerte!) me volví a encontrar con gastadoras compulsivas de palabras, después las puse negro sobre blanco, en papel digital para que todo el que quisiese las “escuchase”, pero no es lo mismo escribirlas que decirlas.

Así que he decidido que se acabó, voy a proponer el PEP (Plan Económico de Palabras), para que cada uno de los miembros de este ilustre hogar tenga una cuota, unos subiendo sus emisiones y otro (el pobre niño) adecuando las suyas para que nos de tiempo a todos a emplear las nuestras, y repartirlas de manera que todos nos sintamos más satisfechos.

Y ahora que lo pienso ¿Qué he hecho yo con el bote de mis palabras?

lunes, 9 de abril de 2012

¿Qué hago con mi queja?. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que si Descartes hubiese vivido hoy en día no escribiría eso de Cogito ergo sum, o lo que es lo mismo, Pienso luego existo, más bien habría escrito algo parecido a esto, Me quejo luego existo (disculpad que no lo ponga en latín ya que lo tengo un poco oxidado).
La queja es el deporte nacional, o el internacional (aunque no sé si es algo que traspasa nuestras fronteras), y cuanto más improductiva mejor.

Hace unas semanas dos señoras en el autobús iban hablando de cuánto tiempo hacían que no salían juntas, a lo que una de ellas respondió: “si es que no puedo moverme de casa, con el dichoso perro….” Acto seguido empezó a bombardearle a su amiga con un repertorio de quejas sobre todo el trabajo, dinero y molestias generadas por el animalico, que era un amor de can, pero que entre las enfermedades, la comida que tragaba, y que no les permitía disponer de su tiempo libre, ni irse de vacaciones donde querían porque no admitían perros de semejante envergadura, su vida, en definitiva, se resumía a una monótona y aburrida rutina. Y para rematar la perorata culminó con un “¡¡quién me mandaría a mí regalarle un perro a mi hijo!!”.

Su amiga…y yo, pero a mí no me preguntaron, lo tuvo claro en ese mismo instante: “Dile a tu hijo (un joven ya hecho y derecho) que se encargue del perro”, a lo cual la quejosa mujer le respondió: “Ya, pero no es tan fácil, porque a mi lo que me gustaría es no tener que pedírselo, sino que saliera de él”.

Entonces me imaginé por un momento cómo podrían haber sucedido las cosas en esa familia. Después de que el niño estuviera dando la paliza durante días, semanas o meses a sus tiernos progenitores lanzándoles mensajes machacones cual tortura china, como “cómprame un perro” o “todos mis amigos tiene perro” o “a Daniel sus padres le han regalado un perro por su cumpleaños” , papá y mamá, a punto de cortarse las venas, le compraron el perro al niño, eso sí sin mirar mucho la raza del susodicho animal, y sin tener en cuenta que algún día crecería y se convertiría en el mastodonte que hoy día era.

Jamás el niño se responsabilizó del cuidado del perro, a las pruebas me remito, ni de hacerse cargo de su custodia cuando creció, el niño, no el perro, porque por lo que seguía contando la madre a la amiga, el muchacho viajaba por todo el mundo y disfrutaba de la vida que era un primor, mientras que los padres se hacían cargo del perrazo como si fuese ya una más de sus infinitas responsabilidades y tareas.

La madre abducida por un pensamiento mágico tan grande como ella (o el perro), piensa en este instante, de camino a su casa en el autobús, que por arte de birli birloque  su hijo, al que no le han enseñado a hacerse responsable de su mascota, sea ahora responsable de ella y, sin saberlo él, se le encienda una luz en su cabeza que le advierta de que debe quedarse con él mientras sus padres disfrutan de unas merecidas vacaciones y todo esto sin que medie ni una sola palabra.

Lástima que no sepa dónde vive esta mujer, porque si consigue esto, puedo asegurar que tiene algún poder paranormal que le permite poner pensamientos en la cabeza de otros con su sola fuerza de voluntad.
La buena señora ni está dispuesta a poner encima de la mesa la situación que provoca su queja, ni a pedir a su hijo que se haga cargo de dicha situación a partir de ahora, por lo que sigue quejándose infructuosamente, sin hacer nada para cambiarlo.

Cada día, nos quejamos por cosas que no estamos dispuestos a cambiar, porque no nos merece la pena, porque tenemos miedo, porque nos compensa de alguna manera ya que ser víctima tiene sus beneficios, porque no sabemos, porque es un mal hábito que hemos aprendido, porque estar satisfechos puede confundirse con ser conformistas. Sin embargo, la queja constante pasa tarde o temprano su factura, nos aleja cada vez un poco más de los demás, de todos, incluso de los que más queremos.

Así que volvamos de nuevo al principio, a Descartes y revisemos de nuevo su frase, porque si hubiese vivido en esta época, probablemente habría escrito algo más parecido a Me quejo luego cambio.

lunes, 2 de abril de 2012

Reality. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que un día llegó a este país algo llamado culebrón, un serial que nosotros teníamos en la radio, pero en formato televisivo con acentos sabrosos, con nombres compuestos y con tramas que eran tan evidentes desde el principio que se adivinaba el final, pero con nudos tan intrincados como los de los buenos marineros…y los españolitos, nos enganchamos a ellos con pasión.

Unos años más tarde nos sorprendió otro formato, el reality, y esto sí que era una auténtica revolución en nuestras vidas, ya que se trataba de fisgar sin pudor a otros en su devenir diario, siguiendo sus pasos minuto a minuto, vidas cotidianas o vidas aisladas en un ambiente de pseudo-laboratorio. Se sustituyó el vaso en la pared, y la creatividad de imaginarse qué es lo que estaba pasando en casa del vecino, por la patente realidad de las miserias humanas, y esto siendo testigo, millones de hogares en todo el país. ¡Vaya, un exitazo de la cadena!. Y se crearon nuevos dioses, tan imperfectos como el resto de los mortales, si cabe, más imperfectos que el más imperfecto de los mortales, ya que cuanto más zafios, groseros, ignorantes, maleducados, grotescos y escandalosos eran, más valían como dioses de este universo tan “real” como la vida misma.

Renovarse o morir, los realities, también han ido cambiando con el tiempo, hemos pasado de una realidad de laboratorio en la que surgen de manera casi natural toda clase de percances, a un amaño, metiendo individuos con consignas muy específicas sobre cómo deben comportarse. O aquellos que se nutren de los famosillos con falta de “cash” para que se saquen los ojos o se envuelvan en escarceos amorosos, así sus parejas, fuera, tienen que ir a las tertulias post-capítulo para ser vilipendiados por tertulianos, que, a su vez, han salido de otros realities. En definitiva, un negocio redondo, porque se nutre así mismo de carnaza ininterrumpidamente.

Y luego están los talent-show, que son realities, pero en los que los participantes tienen que desarrollar una habilidad: cantar, bailar, pero sin despistarse, entre gala y gala, de los momentos de casa, cama, riñas, ducha…

En estos programas, los americanos, quiero decir, los estadounidenses, nos llevan una gran ventaja, ellos tienen mil y una variedad: los que transforman a una persona en otra bien distinta, tras varias operaciones de cirugía, visitas al dentista, maquillaje, peluquería, guardarropa; los que acuden a la llamada de un negocio que está en las últimas para que un experto lo levante.
Hay aquí dos que me “encantan”, el de la peluquera que parece una policía de la antigua Alemania Democrática, eso sí, con un estilazo bárbaro, pero que da miedo sólo verla aparecer. Esta señora, llamada Tábata, llega a la peluquería, mejor dicho, al salón de belleza, a punto de quebrar, y pone a todo el mundo firme, empezando por el dueño y terminando con el último empleado del negocio, y no se anda con medias tintas, al final consigue que el negocio florezca de nuevo, si le hacen caso, si no, se viene abajo como era de esperar.

El otro, que tiene el mismo formato, lo encabeza un cocinero, y transforma el restaurante y al chef de turno, si se deja, claro que durante todo el programa le ha dado su ración de palo y tente tieso, poniéndole verde a cada instante….por su bien, para que reaccione.

Y hay otros encantadores, los de las novias en busca de los trajes de boda de sus sueños, ¡lo que sufren las pobres mías!, porque la mayoría tienen un peso considerable y eligen vestiditos de Barbie.

Pues puestos a cotillear, llamadme antigua, pero prefiero el vaso en la pared y la imaginación, elucubrar e inventar lo que se estaba cociendo al otro lado del tabique, supone utilizar más el cerebro, no expandir el cotilleo hasta límites universales y un esfuerzo considerable.

Sin embargo ahora, meterse en la vida ajena, la de personas a las que no conocemos de nada, y nada nos importan, eso se logra, apretando un botón.

lunes, 26 de marzo de 2012

¡Nos vamos de excursión!. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que nuestros hijos se van haciendo mayores y nosotros nos volvemos más y más tontos cada día. No estamos preparados para muchas de las cosas que nos pasan cuando somos padres, pero para verlos crecer y dejarles hacerlo, para esto, menos que para el resto. Así nuestros cachorros suman años y nosotros estupidez, empezamos a reaccionar y a comportarnos como si no pasase el tiempo por ellos, como si no madurasen poco a poco, como si fuesen unos completos inútiles.

Mi hijo hace meses que llegó con una nota del instituto, era una excursión a Inglaterra. Desde entonces todo han sido planes, fuera y dentro, ya que en su mismo entorno escolar han tenido que guardar un comportamiento ejemplar para ser merecedores de la excursión y se han estado preparando para poder afrontarla. Fuera, nos ocupamos de preparar los documentos necesarios. Por supuesto, como no podía ser de otra manera, llegaron las reuniones, padres y profesores las abordamos, ansiosos unos y colaboradores otros, para que todo sucediera de la manera más fluida posible.

Y aquí llega la prueba palpable de nuestra tremenda idiotez, ¡qué preguntas!, si nos oyeran nuestros hijos se abochornarían de nosotros.

Pasan de tener trece años a cuatro meses, o eso parece, o no, nosotros pasamos de ser adultos con dos dedos de frente a sobre-protectores, “todoloquierosaber”, controladores de todos los “y si..”, dejando patente que a nuestro niño o niña no le gusta esto o lo otro, o tiene estas costumbres, o qué hace si tiene sed, o cuántos calzoncillos hay que meterle en la maleta, o si tendrán tiempo de lavarse los dientes, o si se mareará en el avión, o si, o si, o si…..

La profesora que tiene gran experiencia en estas lides, y es madre también, nos mira con condescendencia, con toda la paciencia del mundo nos hace saber que esto es una excursión de chicos no una guardería.

Seguimos insistiendo, porque hay una madre que, ¡horror!, se ha dado cuenta que tienen que atravesar una carretera, claro nosotros que vivimos en una comunidad Amish, en la que solo hay carromatos, no estamos acostumbrados a los vehículos con motores de explosión y a esos caminos de asfalto infernales.

Luego está la cuestión monetaria, pobrecitos ¿y si se quedan sin dinero?, vaya con lo que cuesta un Ferrari, ¿Podrán ir al banco a cambiar?, porque no será por pasta, además de vivir en un medio rural y de principios de siglo, somos muy, muy ricos. El hotel ¿tiene caja fuerte para guardar todo el dineral que llevarán nuestros pipiolos?. No hay que preocuparse, nos dice una madre: “mi hijo lleva tarjeta de crédito, yo me quedo más tranquila”. ¡Ostras, se me olvidó sacarle al niño la American Express!.

Se fueron por fin, y no quiero imaginarme el humo que deben estar echando algunos teléfonos móviles, dando minuto a minuto el devenir de los acontecimientos diarios, todo lo que no hacemos cuando están aquí con nosotros, que desaparecen durante toda la tarde y no llevan la webcam colgada al cuello.

Lo dicho, se hace necesario una escuela de padres para que aprendamos a ser responsables cuando están aquí, sin agobiar, enseñándoles a tomar el control de sus vidas poco a poco, admitiendo que van a cometer muchos errores, ¿tantos como nosotros, quizá?, acompañándoles sin dejarles, y además permitiéndoles que crezcan a su ritmo.

Sin embargo, solo en la intimidad porque soy su madre, y hasta cuando él me lo permita, cuando venga “mi pequeñín” le voy a comer a besos.

lunes, 19 de marzo de 2012

La báscula, la dieta y otros hombres del saco. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que, a pesar de los graves problemas que aquejan al mundo, existen otros asuntos, menudencias, cosas sin importancia que nos afectan a nosotros, que nos hacen sentirnos incómodos o que revolucionan nuestra apacible, o no tan apacible, existencia. Algunos nos acompañan gran parte de nuestra vida, otros son puntuales, ocasionales, aparecen y desaparecen, pequeños “hombres del saco” que se esconden en el armario, debajo de la cama, que mantenemos a raya, en ocasiones, y en otras nos desbordan.
Son importantes en la medida de que son nuestros.

Uno de estos “hombres del saco” para algunos es su imagen, o la diferencia entre lo que les gustaría y lo que ven frente al espejo. Para ayudarnos a recuperar la armonía se encuentran, cómo no, la báscula y la dieta.

La báscula, ése objeto inanimado al que hacemos un hueco en nuestro humilde hogar. ¿Dije inanimado?, no, rectifico, la báscula tiene vida propia, porque aunque no tenga pila, esté llena de polvo o arrinconada, nos llama, nos susurra, nos reta: “Anda, valiente, súbete, o ¿es que no te atreves y prefieres ignorarme?”. Es pérfida y no tiene compasión, sin más ni más nos espeta a la cara un número desproporcionado, que ni mucho menos tiene que ver con nuestro peso real, porque la mitad de las veces está estropeada, mal calibrada o no funciona ¡qué se yo!, “no es posible que yo pese tanto o ¿es que el espejo me engaña?”. Siempre sale triunfante, por activa, si me subo un “ya te lo dije te sobran unos kilitos” o por pasiva, si no lo hago, “eres una cobarde”, poniéndosele una sonrisa maliciosa.

Y esta misma báscula es un elemento imprescindible cuando abordamos la otra gran estrella que aparece en nuestro firmamento, sobre todo cuando se acerca el momento de ir quitando capas a nuestro cuerpo, la dieta. Existen tantas clases de dietas, casi como personas en el planeta.

Las dietas milagrosas, las que prometen quitar en un santiamén lo que tanto tiempo ha costado almacenar. Las dietas mono-alimenticias, como la de la alcachofa, o la del kiwi, o la del pollo, con su gran aliada, la piña, para acabar convirtiéndote en un pájaro tropical. Las disociadas en las que pierdes peso de la preocupación que te entra analizando qué puede ir con qué, o no lo pierdes, pero te haces una experta en bioquímica. Las asociadas a los períodos pre-vacacionales, también llamadas boomerang porque siempre vuelven en primavera, después del verano…en las que te hartas de grano para jilguero, agua a raudales, batidos nauseabundos y un palillo para dar algo de consistencia. Las personales: “no, si yo con quitarme el pan, el postre, las tapas del fin de semana, la cerveza, y el vaso de cola-cao con galletas que me meto todas las noches antes de irme a dormir para conciliar el sueño, tengo bastante”. Las de las celebrities, (esta dieta no se llama “Photoshop”), avaladas por doctores de postín y que aseguran resultados espectaculares, ahí mismo están las fotos, y las apariciones en la alfombra roja. Las estrictas, esas en las que todos los que están a tu alrededor rezan cada día para que elimines lo que crees que te sobra o para que te aceptes como eres, porque mientras sigas castigándote de esa manera la convivencia contigo es insoportable. Las permisivas: “bueno, hoy me he pasado un poco, pero ya mañana me pongo en serio”. Las que incluyen ejercicio físico, primero te compras todo el equipo, te apuntas al gimnasio, vas dos días, haces tres de dieta y luego ya lo dejas porque te da pereza, no, porque estás muy ocupada, te has resfriado, te han surgido mil imprevistos…Y la báscula, socarrona, esperando la cita semanal.

En la televisión los endocrinos de nuestros hospitales tienen su momento de gloria, alertando del sinsentido o de la insensatez, pero tozudamente todos los años pasa lo mismo.
Aparecen entonces la nostalgia: “con los bocadillos de foiegras que yo me comía y seguía estando como un fideo”, o la envidia: “Fulanita come lo que quiere y mírala, qué tipazo tiene” o “Mi marido parece un barrilete y ni se preocupa, cada año se compra una talla más de bañador y a lucirse como si fuera un vigilante de la playa”.

Cada cual, como siempre me digo, si quiere, que se mire hacia dentro, se interrogue sinceramente y se responda, si la lorza tiene importancia en sí misma o sólo la que queramos darle nosotros.

lunes, 12 de marzo de 2012

¡Feliz Vueling!. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que hace unas semanas hizo un viaje y nunca pensó que la compañía aérea fuera determinante para que tuviese una experiencia sorprendente.

Hacía tiempo que no montaba en un avión a través de las escalerillas de siempre, estaba ya acostumbrada a los pasillos, fingers creo que se llaman, que parecen una brecha espacio-temporal, porque te trasladan de tierra firme al pájaro volador. Como en esta compañía se paga por todo, por facturar, por respirar más de la cuenta y por elegir asiento, mi amiga y yo nos tuvimos que conformar con ir separadas. A mi me tocó en suerte a un compañero que ni se inmutó para dejarme pasar, lo cual hizo que tuviese que desplegar mis dotes de gimnasta de élite, y a otro que estaba ocupadísimo con el teléfono móvil. 
Se respiraba “colegueo”  nada más subir al avión, y supuse que eso nos incluía también a los pasajeros, por lo que intenté pegar la hebra con el de la derecha (el otro ya estaba dormido o disimulando para no ser molestado), sobre lo “cómodos” que estábamos allí, tan espaciosos, con asiento y todo, con lo fácil que hubiera sido habernos puesto unos palitroques para ir subidos como en un gallinero, a lo que el otro me respondió: “todo se andará” y fin de la conversación.

Sin embargo la incomodidad se combate con optimismo y buen rollo, eso que no falte, siempre que sea natural y no por mandato corporativo, y además, ¡es gratis!.

La tripulación se presentó, nombre de pila, posición en cabina, pero estaba despistada y los nombres no son mi fuerte. Antes de salir hacia la pista, el comandante de la aeronave y piloto del avión, Francisco Nosecuantitos, volvió a presentarse, a él mismo y a todos los que le acompañaban (alguien le debió soplar que se me habían olvidado los nombres), se disculpó por el retraso que llevábamos y se vio en la obligación de darnos una explicación, una explicación extensa, rica en detalles: la escalerilla (por eso ya no se utiliza tanto, trae muchos problemas) tiene unos mecanismos muy delicados a los que afectan, y mucho, las bajas temperaturas que estaba haciendo estas últimas noches en Madrid, los engranajes de acoplamiento a las puertas no funcionaban correctamente por lo que llamaron al técnico que tuvo que….ahí ya desconecté, me parecía excesivo.
Tengo que reconocer que el ser humano es un inconformista, si le dan pocas explicaciones, malo, y si se las dan en exceso, también.

Pero el piloto seguía con su verborrea, no sólo ya habían solucionado el intrincado problema técnico escaleril, sino que, debido a unas condiciones meteorológicas en altura muy favorables, y un viento que se las pelaba, íbamos a propulsarnos, ganando velocidad y recuperando el tiempo perdido. Le agradecí que no entrase en detalle sobre fórmulas y coeficientes de rozamiento.

Despegamos, por fin, tras las consabidas instrucciones por si nos pegábamos un cebollazo en pleno vuelo. Parecía que todo iba a transcurrir plácidamente, por eso me dispuse a dejarme mecer por el sopor y dormitar un poco, dado por otra parte, que el de delante había echado hacía atrás el respaldo y estaba yo como una calcomanía en el mío. Vana esperanza la mía, cuando la voz de nuestro comandante y piloto del avión, Francisco Nosecuantitos, nos despierta, para indicarnos, los maravillosos paisajes aéreos que estábamos sobrevolando. Estuve en un tris de despertar a la “marmota” de mi izquierda para decirle a la azafata “MariPuri” (soy incorregible para los nombres) que me dejase ir a la cabina para solazarme con tan incomparable vista, ya que en la caja de zapatos en la que me encontraba no podía ver ni Calatayud, ni el Moncayo nevado, ni nada de nada, o que fueran tan amables de pasarme las diapositivas para poder recuperar esos momentos inolvidables. Lo dejé pasar, no fuera a ser que me tacharan de pasajera “non grata”.
Pero nuestro comandante y piloto del avión, Francisco Nosecuantitos, era pertinaz, y diez minutos más tarde, volvía otra vez a ponerse en contacto con nosotros para obsequiarnos con otra de sus prolijas explicaciones, esta vez, sobre el mar (¡qué bonito!), la maniobra de aproximación al aeropuerto (¡qué técnico y qué gratuito!) y las nubes (muchas, pero no tantas???). Aquí, ya grité en silencio: “Por favor, Francisco (ya teníamos una confianza), concentración, céntrate en dejar este pájaro en el suelo, entero y déjate de hablar con el pasaje, te prometo que luego quedamos, nos tomamos un café, hablamos de nuestras cosas y sacamos el álbum de fotos”.
No sé si me oiría, pero me hizo caso.

Cuando nos disponíamos a abandonar el avión, ahí estaba él, radiante, sonriente, tan efusivo en su despedida que me hizo pensar que me plantaría dos besos en las mejillas, pero no, solo nos deseo que hubiésemos tenido un Feliz Vueling…. 

lunes, 5 de marzo de 2012

Una semana de perros. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que ha tenido una semana de perros, sólo la ha salvado una comida de aniversario deliciosa, y unas horas de complicidad a solas que hace tiempo no tenía.

Sin embargo el resto ha sido espeso, decepcionante, triste y fastidioso, aburrido en muchos momentos. Cuando me sucede esto, tiendo a meterme en una burbuja, me aíslo y me muestro reservada, distraída todo el rato y sin ganas de hacer las miles de cosas que debería.

Me pensé seriamente acudir el sábado al partido de fútbol del benjamín, me habían colgado el cartel de “gafe”, porque cuando yo voy, siempre pierden (no es cierto, alguna vez han ganado o empatado), y el único sábado que me he ausentado ganaron por goleada. Pero fui, y fue espantoso, un espectáculo lamentable, del que salimos todos, menos los rivales y el árbitro, entristecidos, no sólo por el resultado, sino por la actitud de los pequeños que se habían venido abajo de una manera nada habitual, se habían entregado y desesperado. No todo estuvo en esta parte del campo, desde la grada, los nervios se desataron e hicieron perder los papeles a alguna madre que olvidando cualquier norma esencial de urbanidad, cordura, saber estar y complicidad maternal con sus semejantes, descargó su frustración en el portero, abochornando a todos, incluida ella misma.

Parecía que aquello era recuperable cuando el domingo disfruté de mi particular regalo, de la compañía en solitario de mi queridísimo.

Estaba el asunto por no enderezarse, empezó torcido el viernes y el lunes siguió con un silencio en las ondas poco común, nada común, extrañamente inusual. Un silencio que noté o sentí forzado, como que nadie se atrevía a mover un pelo por si acaso. Dada mi tendencia al melodrama, como ya saben muchos de los que me conocen, empecé a montar un guión cinematográfico que no escribí, una lástima, porque si lo hubiese hecho, quizá más adelante, habría intentado vendérselo a alguna cadena de televisión o al mismísimo Almodóvar para que hiciese una película.

Aparentando normalidad, buscaba sin descanso, impacientemente, con ansia, alguna novedad, noticia, un comentario, pero no había nada de nada y así seguí hasta que, alguien acude en tu ayuda, no cualquiera, te recoge cual princesa pusilánime y malherida, se pone el casco (a lo mejor azul), y asume el papel de paladín del “desatasque” y abre camino.

Aunque no terminan de ir las cosas como debieran, es posible que sea ya mi estado de ánimo mohíno y vencido por las desastrosas circunstancias.

Sin embargo, podía pasar más, sin ser grave. Hace aproximadamente más de un año, mi padre, no sé si en un acto de caballerosidad sin límites con mi madre, o por competir con ella (esto último no me cuadra), ha decidido quitarle el sambenito de “besadora oficial de aceras madrileñas”, porque, de siempre, mi madre ha probado en múltiples ocasiones el frío y duro suelo con caídas absurdas y tropezones bobos, algunos de serias consecuencias, pero de un tiempo a esta parte es mi padre el que se está ganando este honor a pulso.  Se cayó por la mañana y se volvió a caer por la tarde ya con otros resultados peores, con asistencia del Samur y visita a urgencias incluida.

No cometeré el error de decir ¡¡¿qué más puede pasar?!!, porque la lista es interminable, ni pienso que se hayan concentrado en esta semana todos los males, simplemente mis ojos, selectivos ellos, a veces con lo bueno, en esta semana, se han concentrado en mirar todo lo nefasto.

Definitivamente, he tenido una semana de perros.

lunes, 27 de febrero de 2012

La próxima vez. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que hacer de cronista es un papel, a veces ingrato, sobre todo cuando lo que se plasma no son hechos puros y duros sino la realidad vista por el que la relata, que puede coincidir o no con la del resto de los protagonistas de la historia.

Si una cita a ciegas de dos, es una apuesta arriesgada, imaginaos una de ocho (tendría que haber sido de nueve, pero no siempre puede uno trastocar su vida para lanzarse a sobrevolar media España). Arriesgadas, insensatas, aunque yo prefiero llamarlas atrevidas y espontáneas, ocho mujeres que no se conocían (miles de correos no sirven a este fin), quedaron una noche barcelonesa para darse la oportunidad de verse las caras, tocarse y definitivamente comprobar fehacientemente si había, o no, algo más detrás.

Cuando llegamos al restaurante con las boas de plumas en el cuello, el resto de los allí presentes pensaron: “Otra despedida de soltera”, por los bocinazos que metíamos, la jarana que llevábamos y los abrazos y besos ruidosos, cierto que estaba un pelín oscuro porque si no, se habrían dado cuenta que no llevábamos las procaces diademas, tan de moda, con pene peludo, y que la novia, si había alguna, ya tenía experiencia anterior en eso de casarse o en cualquier otra cosa, era en sí misma, experimentada.

Teníamos una escandalera montada de ole, conversaciones cruzadas, camareras por todos lados, y una sommelier empeñada en servirnos vino que, cuando se calentaba, se bebía ella y echaba de refresco, y para rematar el lío, regalos, papelotes, aplausos, risas, fotos, fotos y más fotos.

Aquella cena se prolongó tanto que llegado un momento nos apagaron la luz, el restaurante paso de modo “comida” a modo “copa”, y tuvimos que sacar las linternas para atinar con el postre. Teníamos todo empantanado y todo a la vista, fácil hubiese sido birlarnos algo, sobre todo a nuestra sommelier que dejó la bolsa de la cámara abierta, la cartera a la vista y casi una invitación para llevársela, pero ya se sabe que a los ladrones les gusta un cierto riesgo, tanta facilidad les hace sospechar.

Al principio nos pusieron música bailable, de los 40 principales, pero luego debió ser otra cosa, de esas que me son tan ajenas, que para bailar no sirven, sólo para incorporarlo a otras coreografías que algunas parejas de allí ya conocían. Y más fotos, y muchas conversaciones. Poco acostumbrada como estoy a salir de noche y, dada la hora que era, estaba sin estar en mí y de esa parte de la noche recuerdo poco.
¡Cuánto brindamos, por nosotras, por nosotras, por nosotras, y por ti que te quedaste en Madrid!, y ¡Cuántos abrazos para despedirnos!, algunos más cálidos que otros, he de reconocer, y ¡Cuántos planes hicimos!.

No siempre y no con todo el mundo uno puede pretender tener una grandísima amistad, sería iluso por mi parte pretender que en este grupo, como en todos, existe la ecuanimidad más absoluta al respecto, pero es cierto que no todas las relaciones amistosas tienen el mismo ritmo, ni empiezan de la misma manera, y por supuesto tampoco terminan igual. Algunas empiezan con un auténtico flechazo, otras van cogiendo temperatura según va pasando el tiempo y las oportunidades, y otras no empiezan, solo llegarán a un estado de tibia cordialidad. Yo, por mi parte, ya he tenido mis flechazos, y otras que empezaron más lentamente están cogiendo fuerza cada día.

Y hasta aquí mi papel de cronista, pero como soy una reportera muy poco avezada se me han escapado algunas historias y hasta algunos personajes, porque de repente alguien desaparecía solo o en grupo y no volvía hasta mucho después.

Así que os dejo a vosotras para que rellenéis los huecos que faltan y completéis esta narración, una próxima vez.

lunes, 20 de febrero de 2012

¿Qué es un casco azul?. Mi amiga Hortensia dice...

Mi amiga Hortensia dice que un casco azul puede ser una fuerza de pacificación de la ONU, o un objeto que se pone en la cabeza para protegerse del color del cielo, pero no es a lo que ella llama casco azul, para Hortensia un casco azul es aquella persona que, habitualmente o en ocasiones, es el negociador, pacificador, mediador de una disputa, por clamor popular o porque voluntariamente se presta a ello.

Hay tantos tipos de cascos azules como personas, pero el auténtico, el genuino es aquel que entra en todas las situaciones, se apunta a todos los conflictos, con un objetivo en mente, llegar a un acuerdo satisfactorio para las dos partes, nada de cerrar en falso. Una tarea ingrata para el común de los mortales, pero no para él, el casco azul la encuentra tan gratificante que insiste una y otra vez en llevarla a cabo.

Para llegar a ser un casco azul hay que aprender y entrenarse, porque si no, puede ocurrir lo que muchos de nosotros hemos visto en alguna ocasión, el casco azul inexperto llevado por la pasión de su nueva tarea, vocacionalmente entregado, se mete en cualquier refriega a pecho descubierto, sin protección, sin recursos, y termina siendo el objetivo de todas las balas, los contendientes, por un momento, dejan de lanzarse mutuamente ataques furibundos, para ensañarse con el incauto novato. Pero si existe un verdadero interés, esta experiencia no hará que el casco azul abandone, aprenderá de su error y volverá a la carga, ahora sí con todos sus recursos disponibles.

El casco azul es un tipo especial ya que le gusta lo que a otros espanta, cuando se inicia una discusión, un conflicto, un enfrentamiento de pareceres, la mayoría de los que están alrededor de los que se enzarzan, empiezan a tener un comportamiento evasivo, se miran las uñas, recorren la mirada por todo el lugar, hablan con el de al lado, visitan los aseos, se van, o se quedan tan paralizados como los muñecos de cera, en otras ocasiones, algunos toman partido por uno u otro bando. Pero el casco azul, no, está, literalmente, en su salsa, es cuando analiza la situación e interviene en el momento justo, casi siempre cuando ha habido un cierto desahogo por parte de los dos combatientes, pero no se ha producido todavía la tremenda escalada del “y tú más” que ciega totalmente el entendimiento, la razón, la mesura, la compostura y hace salir el animal que llevamos dentro.

Por eso estoy perpleja, porque hace unos días he visto sufrir tanto a un casco azul en un conflicto que algo se ha removido en mi interior. No es lo mismo mediar en un conflicto desde fuera que formar parte de él. En este caso, su vocación misma de casco azul le llevó a ser el otro en el campo de batalla, porque nadie ponía el contrapunto a la argumentación de uno de los reunidos y, en justicia, aquello no era correcto, pero estaba tan fuera de lugar, le era tan ajeno el papel, que su mismo cuerpo lo rechazaba (sudaba, respiraba entrecortadamente, roja como la grana su cara era una máscara…) y él que siempre encontraba las palabras adecuadas, ahora se le escapaban como el agua entre los dedos, el mismo nudo en la garganta no le permitía un discurso coherente. Menos mal que su oponente, un soldado aguerrido, curtido en mil batallas, pero honorable, no hizo sangre, aún así, el casco azul necesitó ayuda para salir del trance, quedó seriamente dañado, y convocado a acudir a una revisión en profundidad.

¿Qué pudo pasar?, ¿Qué hizo que un casco azul tan experimentado se viniera abajo en una situación tan moderada?. Es posible que no haya una única respuesta, o que esta sea compleja, y lo que es seguro es que la respuesta o las respuestas ya las ha empezado a buscar él mismo.

Lo que me lleva a plantearme que no hay cascos azules invencibles, este no lo es, y eso le hace, a mi juicio, más amigable, más cercano. Es humano, no un cyborg diplomático todo mesura y ecuanimidad, tanta perfección resulta cargante. Así me gusta más y creo que su misión, la pacificación y el acuerdo en los conflictos y disputas, se cumple mejor, ya que en vez de estar por encima de las partes, en un pedestal desde el que todo lo mira, le has sentido frágil como tú, perdido en algún momento, y vulnerable...como todos.

martes, 14 de febrero de 2012

Atracción Fatal. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que cuando empezó la carrera tenía unas expectativas sobre su profesión que fueron cambiando a lo largo de los años de formación. Como la gran mayoría de los que empiezan a estudiar Psicología, la Clínica es la rama que focaliza el mayor interés y con el aprendizaje, los años y después la experiencia modificas o no tus gustos y diriges tus pasos hacia otros derroteros o persistes en ellos. Yo cambié los míos alejándome del tratamiento de patologías más o menos leves, para centrarme en las organizaciones empresariales.

Pensé yo que, al margen de que las empresas son personas, que en este ambiente no me toparía con patología alguna salvo la que se da en la gestión de las relaciones, de los equipos, de las habilidades comunicativas, pero no a nivel individual, pero como si fuera un imán a lo largo de estos años me he encontrado con algunas personas o personajes que han contradicho esta suposición.

Dependiendo de la posición de esta persona en la organización y de su nivel de desequilibrio mental, el impacto en tu vida laboral (e incluso personal) puede ser leve, anecdótico o causarte grandes quebraderos de cabeza.

Hace años tuve una jefa que tenía tantos problemas (mentales) que no había por dónde cogerla. Además de una gran claustrofobia, lo cual no suponía ningún impedimento para el devenir de nuestra relación laboral, era caótica e imprevisible, tenía una manera pintoresca, a modo de ver de algunos, de tratarse con la gente, si eras hombre y con buena posición después de un breve coqueteo, pasaba a un trato provocativo y sugerente y lo más gracioso es que también lo hacía por teléfono por lo que infinidad de veces parecía más bien una línea erótica que un teléfono de incidencias. Y acto seguido, cambiaba a modo ogro paranoico gritando como la mejor de las sopranos y buscando enemigos, confabulaciones, complots secretos; todo el mundo, en especial cualquier mujer que pasase por allí, quería quitarle el puesto (¿en la línea caliente?). En medio de este desatino el trabajo se resentía, salía a trompicones, sin organización y cuando esto sucede los damnificados siempre son los mismos. De ahí salí a otro proyecto espantada, pero mentalmente entera.

Crees que una vez que te tropiezas con un ser semejante ya has cumplido tu cuota.

Después de unos años, casi olvidado el incidente recalé en una de las mejores empresas que he conocido y de la que guardo grandes recuerdos y enseñanzas…y dos patologías más, una leve y la otra que en algún momento nos tuvo hasta algo atemorizados al resto del equipo.
Aquella muchacha parecía del todo natural, quizá algo seria y taciturna, pero era una auténtica Caja de Pandora, cuando la destapas….Pasaba meses de normalidad aparente, pero otros en los que discutía con todos (jefe, clientes, usuarios, candidatos, compañeros), saltaba la espoleta por cualquier nimiedad y se desataba la tormenta, ya no había control, el escándalo estaba servido allá donde estuviese y estuviese quien estuviese delante, acobardaba de veras, porque te gritaba enrojecida de furia “me las vas a pagar” (a veces pensamos que un día, enloquecida de verdad, hiciese cualquier locura y sucediese una auténtica desgracia). Al día siguiente venía como un corderito, melosa como un gato ronroneante. Cuántos en esa oficina que no presenciaron sus desvaríos creyeron su paranoia delirante y pensaron que era una pobre víctima y nosotros, el departamento entero, los más crueles verdugos.
Cuando se fue, todos respiramos aliviados. Todos, supuse yo, y pensé que el estado de ánimo de alguna había estado condicionado por la experiencia extrema, pero fueron pasando los meses y la más joven de todas, seguía en un estado letárgico de tristeza. Hasta que descubrimos que era su estado normal, chupaba la energía de los demás como si se tratase de un gran agujero negro, con lo que superada la primera fase de compasión y complacencia, seguía la segunda, de huída y alejamiento para no dejarte arrastrar hacia la melancolía laboral y preservar tu salud mental. Gracias a que el equipo estaba compensado, frente a la atonía de este miembro, otro, era el huracán que nos daba la vida, el empuje, la alegría (ya sabéis que suelo tener buena conexión con los huracanes).

Y estaba por venir la patología en estado puro, el más extremo, aquel sujeto del que ya hablé en su día y sobre el que no volveré a insistir.

Concluyendo, lo mío no puede ser casualidad, tantos desórdenes en un medio tan poco habitual, por algo me pasa, aunque todavía no he descubierto qué lección quiere el orden cósmico que aprenda.

lunes, 6 de febrero de 2012

Diez cosas a la vez. Mi amiga Hortensia dice...


Mi amiga Hortensia dice que hacer varias cosas a la vez nunca ha sido su fuerte, aunque Paz Vega se empeñe en mostrarle las delicias de poseer esta habilidad mientras corretea, eso sí perfecta y guapísima, por la calle. Nada menos que diez cosas a la vez, ni dos ni tres, sino diez, ahí es nada, la quintaesencia de la multitarea, como si fueras la mujer orquesta o un pulpo de mujer.

Pero yo, repito, debo tener  algún fallo en mi estructura neuronal porque a pesar de poner todo mi empeño, sólo he conseguido hacer, a lo sumo, dos tareas, una de ellas mecánica y la otra no muy compleja, aquella que no requiere la intervención de mis más altas capacidades intelectuales. He puesto empeño y algo he conseguido, porque todavía recuerdo aquella vez que intenté bajar las escaleras del Metro mientras sacaba el billete del bolso y me pegué un trompazo tal que estuve quince días escayolada.

No dudo que si quisiera podría hacer diez o quince o veinte cosas a la vez pero con un nivel de eficacia nulo, por eso ni siquiera considero esa posibilidad.

He dicho que he puesto todo mi empeño, quizá no sea del todo cierto, el caso es que tengo serias dudas:

Dudo de la eficacia de hacer varias cosas a la vez, hay tareas que requieren toda mi atención, todo mi empeño y todo mi interés, y me gusta hacerlo así.

Dudo de la conveniencia de difundirlo y de alardear de ello, es un arma de doble filo, el otro, herido en su orgullo, en vez de tomarlo como una oportunidad de aprendizaje, de ahorro de tiempo y de capacitación, te endilga sin más miramientos su tarea (ya que tú puedes hacer varias cosas a la vez) y así ahorra todo el tiempo, el suyo, no el tuyo.

Dudo de la valía de dicha habilidad por encima de otras, en mi caso valoro otras que poseo.

Dudo que sea nuestra mejor cualidad como féminas (si es una cualidad femenina, yo, por ejemplo, no la tengo).

Y dudo de su utilización como arma arrojadiza contra nuestros compañeros de especie varones. (Sí, sí, muy hábil, pero mientras tú haces diez, él una y encima la publicita mejor).

Pero lo de ahorrar tiempo para emplearlo en otros asuntos es algo que empieza a gustarme, y por ello, creo que voy a seguir intentando hacer algunas cosas menudas, las que tengo muy automatizadas, al mismo tiempo (menos bajar las escaleras y buscar algo en el bolso, eso, descartado), para probar, a lo mejor le cojo el gustillo, me aficiono, y con mucha, mucha práctica me hago experta en multitarea (Paz Vega podrá estar orgullosa de mi).

Pero mantendré la boca cerrada, nada de fanfarronear al respecto, primero, para no crear falsas expectativas, segundo, para poder emplear el tiempo libre en lo que yo quiera, tercero, y como consecuencia de lo segundo, para no dar lugar a que otros descarguen sobre mí sus quehaceres, y por último, porque, en fondo, sigo pensando que es más importante el Cómo se hacen las cosas, lo satisfecho que quedas cuando las haces o mientras las estás haciendo que....Cuántas haces a la vez.