Mi amiga Hortensia dice que mucho
se habla de la zona de confort, de nuestra
zona de confort, en pocas palabras, de ese espacio vital en el que estamos
tan a gusto, tan protegidos, tan seguros, controlando casi todos los detalles,
nuestra vida transcurre con cierta previsibilidad, pero con pocos cambios, por
el mismo surco ya trillado, aquel que algunas o muchas veces ya no funciona,
ese mismo que algunas o muchas veces ya nos deja insatisfechos, hastiados y
frustrados.
Pero salir de la zona de confort
no es fácil, da mucho vértigo, produce incomodidad y pereza, porque lo malo
conocido es mejor que lo bueno por conocer, o quizá no?.
Y en esto estaba yo, tan cómoda y
calentita con mis cosas, cuando por azar o porque era el momento, decidí
apuntarme a un grupo de trabajo de antiguos colegas.
Y sin saber ni cómo ni por qué he
salido de mi zona de confort o, por lo menos de estar “confortablemente”
desocupada, a estar más enfaenada que cuando estaba profesionalmente en activo.
Se me acumulan las reuniones, las tareas, las conferencias y empiezo a estar
pendiente de los plazos, de los correos electrónicos, de instrucciones que van
y vienen, de malentendidos, y de más reuniones….y del diccionario porque
después de tantos años alejada del academicismo de mis colegas, concentrada en
otros menesteres más pragmáticos, no entiendo nada, parece que hablan en arameo
y trato de rescatar del baúl de mi memoria, escuelas, autores, teorías,
términos que dejé enterrados hace años cuando acabé la carrera allá por el
Pleistoceno.
En las 2 primeras reuniones no
abrí la boca ¿para qué?, mejor observar el panorama, embeberme del conocimiento
que fluía por doquier y buscar por mi cuenta la lista interminable de palabros
y conceptos que no entendía. Un día me decidí a hablar y no estuvo mal, me vine
arriba como siempre y pensé que eso del arameo estaba “chupao”, pero en la
siguiente, el debate se puso profundo de verdad, más bien oscuro, aquello debía
ser un dialecto antiguo, porque volvía a estar fuera de onda, puse cara de
total entendimiento, incluso fruncí el ceño un par de veces para mezclarme con el
calado de las intervenciones y me puse las gafas, que me dan un aspecto mucho
más intelectual.
Quedaba otra vuelta de tuerca. Me
encontraba unos días arriba y otros abajo, haciéndome poco a poco con la
lingüística, cuando me pidieron que me encargase de una tarea sencilla, la hice
y en recompensa (¿?) pasé a jugar con los mayores, en división de honor. ¡Qué
honor!, un honor que no he pedido y que sinceramente no creo merecer y no lo
digo por falsa modestia, simplemente a las pruebas me remito. Ahora soy
responsable de una comisión de trabajo, unipersonal (de momento), lo que
supone, proyectos, objetivos, plazos, compromisos, más tareas y por supuesto,
más reuniones….reuniones en las que ya no se habla arameo, se habla griego
clásico (¡maldita sea mi suerte, para un aprobado general en todo mi expediente
y ahora lo necesito como el comer!).
En el primer comité de
responsables dije obviedades, repitiendo con distintas palabras aquello que mis
colegas decían, en el segundo hice voto de silencio, esto te hace resultar más
interesante, pero empiezas a focalizar la atención sobre ti, porque mientras
los demás se desgañitan hablando todos al mismo tiempo, tú, que quieres pasar
desapercibida (¡por favor que nadie me pregunte!), relumbras como un faro, eres
rara.
¡Qué lío tengo!, de momento estoy
haciendo un curso acelerado para ponerme al día, con lo que si tenía ya alguna
sobre carga, ahora más.
O sea que salí de mi zona de confort para meterme en una montaña rusa
que no se qué me deparará, soy positiva y creo que cambios enriquecedores, pero
el hecho es que estaba tan cómoda y calentita con mis cosas, y ahora tengo
frío, mucho frío.