Mi amiga Hortensia dice que como
todas las Navidades hay un juguete estrella, y parece ser que el de estas es la
serie de muñecas Monster High.
Hace tiempo que desistí de
intentar comprender porqué a nuestras pequeñas y no tan pequeñas (imagino que a
algún pequeñuelo también, por esto de no marcar tendencias sexistas), les
encanta este tipo de muñeca con cuerpo de fideo y cabeza de coco, por no hablar
del maquillaje “titanlux”, los pelos de colorines y la vestimenta sugerente
(no, ésta no es la palabra, pero la que se me ocurre prefiero no escribirla).
Si estas fuesen reales no se sostendrían de pie ni medio minuto, porque con
semejante perímetro craneal y con los pies de china del siglo XIV, acabarían en
el suelo sí o sí, claro que el moratón no se distinguiría dada la capa de
sombra de ojos tan espectacular que lucen.
Pero como a los padres cuando
hacen de Magos se les suelta un tornillo, y a los tíos, dos, ahí me fui yo en
busca de la susodicha Poligonera
Crepuscular.
¡La primera en la frente!,
Inocente, me voy a la tienda, a una hora prudencial y me encamino dignamente
hacia la estantería donde se encuentra todo lo relacionado con las Cabezonas Monstruosas (no lo digo porque
sean horribles, que también, pero es que son hijas de monstruos), y a la
dependienta casi le da una apoplejía de la risa cuando le pregunto por la
muñeca dichosa, y me dice: “Uy, señora (aggg, ¡qué mal me sienta!) las sacamos
a las 9 y a los 3 minutos se han agotado”.
Me voy cabizbaja y empiezo a
pergeñar un plan alternativo. Se me ocurre preguntar en todas las pequeñas
tiendas, donde seguro que a nadie se le ocurriría buscar. Cierto, porque en
esas tiendas no tienen, ni intención de tener, el dichoso juguete.
Para comprar una muñeca de estas
hay que hacer un máster, empaparse del catálogo en el que vienen todas y cada
una de ellas con sus características personales (¿?¡!), porque entre ellas,
como en la vida misma, están las de primera y las de segunda categoría, o sea,
las que quieren TODAS las niñas, y las que no quiere ninguna, salvo alguna
despistada, y que están para rellenar.
Y como a cabezona (bonito juego
de palabras) no me gana nadie, lo intento al día siguiente, me voy muy
temprano, para estar la primera, pero ya hay gente esperando en la puerta. Lo
que me cuentan me pone los pelos de punta porque no me he traído las
deportivas, ni los nunchacos. Hago un diagnóstico preliminar: una abuela (va,
con esta puedo), una joven de mi edad
(aquí las fuerzas están más compensadas), una joven auténtica (a ésta no la
gano ni queriendo), un muchacho (perdido), y dos señoras que como hacen equipo
nada de nada, pero me mantengo fuerte y no me vengo abajo.
Nos preparamos. Delante tenemos a
un guardia de seguridad que está alucinando y al que intentamos convencer para
que nos deje pasar antes, pero no quiere ingresar en el INEM (con todos los que
somos y lo bien acompañado que iba a estar), mentalmente diseño la estrategia:
pasillo 1, dos viales, izquierda, un vial, derecha y OBJETIVO.
Se da el pistoletazo de salida y
salgo como el mismísimo Usain Bolt, pero la abuela, ¡qué astuta!, viendo que el
camino estaba atascado vira rápidamente, coge un atajo y llega la primera, jaja,
pero yo soy más alta que ella y llego a la estantería, ella no, y alcanzo una
caja, y otra, y otra….y se me caen encima tres que aguanto como puedo.
Satisfecha, miro las muñecas y digo: "¡Pero, esto qué es, si no hay ninguna de
las que quiero!, ¿cuántas Monstruitas
de estas hay?". Intento negociar con el de al lado, pero no hay ninguna de las
que necesito, los listillos del centro comercial sólo han sacado a la venta las
de relleno. Tanto esfuerzo para nada.
Mi querida sobrina se tendrá que
conformar con la Cabezona de segunda
fila.
Se la enseño a mi hija, la mira
arrobada y comenta: “¡qué mona, mamá!.
La miro espantada y le digo: “Ni
lo sueñes, si quieres, coges una de las otras Cabezonas que ya tienes y te la tuneas”.