Mi amiga Hortensia dice que los
grandes avances en la medicina han depositado en nosotros la creencia de que
ahora, en este momento, es casi todopoderosa, infalible. Pero cada día nos
damos de bruces con la evidencia de que esto, no es así, existen enfermedades
incurables, síntomas que no se sabe a qué responden y, al margen de errores y
negligencias, la certeza absoluta, la vida se acaba a veces por razones que no
entendemos o nos negamos a reconocer.
Como ya saben alguna de mis
amigas, he tenido una semana muy intensa, teniendo que viajar a Oriente a
visitar a los Magos, un viaje que tuvo sus complicaciones. Sería por esto, por
las arenas del desierto, por la sequedad del ambiente, por la falta de agua
ingerida, por el cansancio o por tener que tirar de los perezosos camellos, el
caso es que empecé a sentirme dolorida. Creyendo reconocer los síntomas, ya
antes había tenido un cólico de riñón, como otras veces le puse remedio,
consumiendo cantidades ingentes de agua mineral (creo que subieron las acciones
de la compañía), y un poco de calor local, pero lejos de remitir los síntomas,
fueron a peor.
Los servicios de urgencias en
esta época están abarrotados después de los excesos navideños, además no
consideré que aquello requiriese horas de espera y molestias innecesarias a
profesionales que están para algo más que minucias como las mías, así que
confíe en la Atención Primaria, y decidí hacer una visita a mi doctora (de paso
le felicitaría el año). Esperé dos días a ser atendida, parece ser que aquí
también había atasco, pero lejos de impacientarme lo tomé como un período de
prueba por si pasaba el acceso.
Ayer me planté en el Centro de
Salud, sin dolores aparentes, ya que esto mío que tengo no es constante, unas
veces duele y otras no, lo cual es fastidioso porque en ese momento no sabes
muy bien dónde y cómo relatarle al galeno la fuente de tus males.
Nada más salir a recibirme vi que
no era ella, otra doctora la sustituía, y cuando me senté en la consulta empezó
la función: para empezar, una clase de anatomía (lástima porque no me había
llevado el bloc de notas) ahí empezaron las dudas sobre si el riñón, el
lumbago, el sacro (creo que no era el Imperio Romano)…Yo no discuto con el
profesional que tengo enfrente porque asumo que sabe más que yo, pero lejos de
facilitarle la tarea diagnóstica, empezó a dudar de su propio criterio.
Pasaban
los minutos y nos adentrábamos cada vez más en la incertidumbre. Ella agazapada
detrás del ordenador, esperando inútilmente que el bicho binario le diese la
solución, le aportase algo de luz. A mí, se me ocurrían varias opciones para sacarle de esa encrucijada, un brainstorming, un comité de sabios, una encuesta de
población, ¿quizá una exploración? (me han dicho que en algunos casos funciona).
Por varias veces hizo y deshizo lo mismo, pedir o no una analítica, lo cual, al
final consideró innecesario ya que sólo detectaría pequeñeces como infección o
sangre en la orina.
Seguíamos atascados en el
diagnóstico y, por supuesto, en el tratamiento, y a punto ya de abandonar ese
sinsentido, veo que se levanta lentamente de la silla y me propina dos
puñetazos en sendos riñones. Desconcertada yo, ella, tan fresca, me pregunta
que si me ha dolido…como médico no me estaba dando mucha confianza pero como
púgil habría podido tener una brillante carrera.
Me levanto como puedo, con una
receta de calmantes en la mano (ahora, ya la necesitaba) y me despido
con la esperanza de que no se vuelva a cruzar en mi camino.
Como sigo en el mismo estado no sé qué decisión tomaré más adelante, a
lo mejor me decido a molestar al servicio de urgencias con “mis minucias” o
quizás pruebe de nuevo en el Centro de Salud, asegurándome de que no me
visitarán sustitutos y por supuesto y antes de nada….Cubriéndome muy bien la
retaguardia.