Mi amiga Hortensia dice que su prima y ella estaban ya cansadas de tantos kilómetros, y de los elementos fastidiosos que les habían tocado en suerte, por eso, enfrentaban la segunda parte del viaje sin muchos ánimos, pero…todo puede cambiar.
DÍA 6, 7 y 8: Roma. ¡ Ah, esto es otra cosa, claro, es que se han traído a todos los bellezones a esta ciudad, para tenerlos localizables!. Acabé con esguince cervical y triplicando la producción de babas.
Definitivamente, éste era el momento que estábamos esperando, las catacumbas era el lugar idóneo para “perder” a la Cocochas, luego ya daríamos parte a la policía, y tendrían que repatriarla vía aérea. No nos decidimos finalmente, el marido no estaba muy convencido, tenía cierto reparo, mala conciencia, la guía puso la excusa de que podría perder su trabajo, las Hadas tenían que ser buenas o las quitaban sus poderes, mi prima y yo éramos jóvenes para empezar nuestra carrera como delincuentes.
Quizá el personaje más entrañable, por su patetismo y ternura a partes iguales, era Joseba. Mi padre dice que todos los borrachines llevan dibujado en la nariz el mapa de La Rioja, éste llevaba el de todos los garitos del casco viejo de San Sebastián. Tenía una barriga correspondiente a un embarazo de 40 semanas y era un comprador compulsivo de cuantos souvenirs horteras y estrambóticos se le pusieran por el camino. Era un soltero cincuentón que pretendió, desde el primer momento, encontrar pareja, nosotras quedamos descartadas porque podríamos ser sus hijas y Las Hadas realizaron un conjuro de alejamiento que las mantuvo sanas y salvas.
DÍA 9 y 10: Venecia. Me sorprendió el viaje en góndola, no sabía que el cutre-viaje llevara incluido semejante dispendio.
Aquí sucedieron dos hechos que cambiaron el rumbo de nuestro viaje, bueno, decir que cambiaron el rumbo es mucho, pero nos impactaron, además fueron motivo de chanza durante el resto del camino.
Después de un día agotador en la dulce Venecia, llegábamos tarde para coger el último autobús que nos llevase al hotel (ya estábamos en la parte firme de esta ciudad flotante). Echamos a correr todos a una, pero el marido de la Cocochas, por llevarla agarrada del brazo y tirar de ella para que se diera prisa, tropezó, como llevaba las dos manos ocupadas, cayó al suelo sin apoyo y se dio de bruces, dejándose tatuado el asfalto veneciano en cara, rodillas, brazos y pecho. Mientras unos acudíamos en su ayuda, otros trataron de hacerse entender con el conductor del autobús para que nos esperase. El pobre hombre tenía un aspecto lamentable, sangraba y le costaba levantarse, pero lo peor de todo fue cuando llegó su contraria a la que había dejado medio tirada, a salvo, antes de estamparse contra el suelo. Se plantó delante de él, y entonces lo vio, (a todos los demás se nos había pasado por alto, por el insignificante detalle de que estábamos intentando limpiarle las heridas y levantarle del suelo) ¡¡¡Había destrozado el reloj!!!.
Si me creía que lo había visto todo, me equivocaba totalmente, ¡qué chorro de voz!, ¡qué cantidad de improperios por minuto!. Definitivamente, esta mujer, además del termostato y la vejiga, tenía el sistema de prioridades algo desarreglado y, perdida y olvidada la buena educación. Su marido, humillado y, confuso por el tremendo trompazo, calló y, con la mirada gacha, ayudado por todos, se encaminó hacia el autobús.
Lo de las catacumbas no era tan mala idea.
Joseba, que en eso de meter la pata era un hacha, y para aliviar la tensión, no se le ocurrió otra cosa que preparar un plan para gastar una broma esa noche a las niñas (es decir, a nosotras). Para ello utilizó uno de sus múltiples souvenirs, un cacharro infame que consistía en un pajarillo mecánico dentro de una jaula dorada, que trinaba y hacía gorgoritos. Se levantó a las 5 de la mañana y se dispuso a dejar el aparatejo en la puerta de nuestra habitación, pero como ya había dado unos cuantos tientos a la botella de Amaretto, se equivocó y, en vez de dejarlo a nuestra puerta, lo hizo en la de nuestra amada guía, toda ella dulzura y sentido del humor. Lo conectó, y fue a esconderse. Aquello empezó a trinar a todo gas, montando una escandalera de órdago, cual fue la sorpresa de Joseba cuando se abrió la puerta y, en lugar de ver nuestras caras, vio a la pitbull de la guía, en pijama, dormida y descompuesta.
¡Pobre pajarillo, pobre aparatejo infernal y pobre Joseba!. Ciertamente, esta mujer había confundido su profesión, tenía que haber sido pateadora de un equipo de rugby, el cacharro describió una parábola perfecta hasta estamparse en el suelo y quedar hecho una piltrafa.
Joseba no corrió la misma suerte, porque, de nuevo, nuestra amada guía prefirió conservar su puesto de trabajo.
DÍA 11: Venecia – Siena - Milán.
DÍA 12: Milán. Tras acuerdo tácito de las partes, decidimos guardar 3 días de luto oficial por el pájaro cantor, así que nos dedicamos a admirar el paisaje, las ciudades y a andar un poco ensimismados en nuestros pensamientos.
DÍA 13: Milán - Grenoble. Pero la tranquilidad no era lo nuestro. De la forma más inesperada, y después de un suceso muy poco edificante, ¡por fin!, La Cocochas había enmudecido definitivamente, el marido, ya más recuperado y siendo el centro de una ola de solidaridad, estaba más reconfortado.
Nos encaminamos hacia la frontera con Francia, pero antes de dejar Italia tuvimos la visita de los Carabinieri (¿alertados, quizá, por el asesinato del ave mecánica?, o ¿por la pérdida irremplazable de una joya de la relojería suiza?, o peor ¿alguien se había ido de la lengua respecto a nuestros planes en las catacumbas?, nunca lo sabremos), el caso es que se dirigieron al fondo de la tartana, justo donde se encontraba Joseba.
Empezó a ponerse nervioso, pasó del blanco ceniciento al grana más intenso cuando el policía, dirigiéndose a él en italiano, le señaló la funda de los prismáticos. Como no contestaba, insistió, un compañero que estaba a su lado le dijo “los prismáticos, Joseba, que le enseñes los prismáticos”. Pero Joseba entendió mal (¿el Amaretto de nuevo?), y creyó que el policía quería saber qué eran unos prismáticos, no qué había en la funda de los prismáticos, así que sonrió todo ufano y le espetó “Máquina mía pa ver los Alpes”.
No le pagaban tanto al policía para aguantar al papanatas aquel diciendo tontadas, así salió escopeteado para poder reirse a gusto.
El resto, liberamos tensión, con una sonora carcajada.
DÍA 14: Grenoble – Barcelona.
DÍA 15: Barcelona – Zaragoza – Madrid. En Zaragoza nos despedimos de parte del grupo, de mi querido Joseba, al que finalmente le cogí cariño, y de La Cocochas, a la que pedí no ver nunca más, compadecí al marido para mis adentros y le deseé la mejor de las suertes. Nuestra amada guía se despidió igual que había sido durante el viaje, con cara de hastío. Las Hadas, Flora, Fauna y Primavera siguieron viaje hasta Madrid y no volvimos a vernos, como el resto del grupo.
Un viaje es, en sí mismo, una aventura, da igual el lugar, lo exótico, lo lejos o cerca que esté, es una oportunidad de encuentro, no siempre satisfactorio, pero en el que se aprenden cosas, divertido, casi más cuando lo cuentas que cuando lo vives y único, no hay dos viajes iguales, y por supuesto, no hay dos maneras iguales de contarlo.