Mi amiga Hortensia dice que hace unos años entró en una empresa pequeña junto con otra compañera, Carmen. Desde el primer momento hubo sintonía entre ellas, y eso que no tenían mucho en común, las separaba un abismo generacional, una trayectoria y experiencia profesional diferente, y un recalaje opuesto, Hortensia venía del paro y había tenido que rebajar sus expectativas salariales, mientras que Carmen había dado un salto sustancial en su carrera.
Pero, como es bien sabido, la diferencia no la marcan las circunstancias que te rodean, no siempre y no tantas veces como nos empeñamos en justificar, sino las personas, decidiendo nuestra actuación, nuestro comportamiento y nuestras reglas.
Mientras todos esperaban que saltasen chispas, surgiesen conflictos, celos profesionales y la más antigua, Hortensia, quisiese tomar el mando sin autorización, por aquello de la edad y experiencia, se encontraron con una situación completamente distinta a la esperada, para tranquilidad de unos y beneficio de todos.
Se complementaban bien, lo que a Carmen le faltaba, lo suplía Hortensia y estaba ávida de aprender, y Hortensia aprendió tanto o más como enseñó en entornos desconocidos hasta entonces.
Había tanto trabajo, que las Altas Instancias decidieron contratar a un becario para que echara una mano en ciertas tareas más administrativas al mismo tiempo que iba aprendiendo técnicas de selección. Y llegó el día en el que pudieron dar la bienvenida a una tímida y calladita argentina que había sido, finalmente, seleccionada.
Le traspasaron aquellas tareas que, previamente les indicaron, iban a ser de su competencia, y se las explicaron, y compartieron con ella otras (selección de currícula, preparación de entrevistas, etc).
Todos aprendemos cometiendo errores, y siempre ha habido quien, con infinita paciencia, nos ha explicado una y mil veces cómo hacerlo bien, y no es una pérdida de tiempo, es una inversión, porque el tiempo que ahora empleas, se ganará más adelante, pero ¡¡¡¿¿tantos??!!!.
Carmen y Hortensia descartaron desde el primer momento que no tuviera capacidad, era simplemente un problema de actitud, de desidia o de falta de interés por hacerlo bien.
La empresa se presentaba a un concurso y necesitaba recabar, consolidar y poner en bonito un montón de información, y, como venía siendo habitual, el reparto de tareas vino dado. Hortensia y Carmen consolidarían y formatearían, mientras que la tímida y calladita becaria sería la encargada de conseguir la información. ¡¿Cuántas veces le preguntaron cómo iba, si tenía problemas y cuánto llevaba y Cuántas veces dijo que todo iba bien y que sólo faltaban unos pocos?!. Hasta que la misma mañana en la que se acababa el plazo, soltó la bomba, ni había llamado a nadie, ni había recogido nada…y ni se había enterado de lo que tenía que hacer.
Tras unos cuantos litros de tila y unas valerianas, dejando el “¿En qué estabas pensando?”, el “¿Cómo se te ocurre?”, el “¿A qué te has dedicado?” y el más importante el “¿POR QUÉ NO HAS DICHO NADA HASTA AHORAAAA?”, para más adelante, Carmen y Hortensia se pusieron a la ingrata tarea de deshacer el entuerto y la tímida y calladita becaria decidió que, como ya había metido la pata suficientemente, sería más útil yéndose al cine que quedándose a compartir el marronazo.
Unos días más tarde, nuestra tímida y calladita becaria, cayó en la cuenta de que debía una disculpa a sus compañeras, no por el error cometido, sino por su comportamiento tan poco solidario, y con lágrimas de cocodrilo y golpecitos de pecho, se sinceró. Esperaba mucho más de ese trabajo, las tareas encomendadas eran de muy bajo nivel y no le aportaban nada, es más, quería ir haciendo el mismo trabajo que sus dos compañeras, y aún así no estaba del todo segura de que le gustase, quizá se había precipitado al cogerlo y quería explorar otros horizontes. Como meta no está mal, pero todo a su tiempo, Hortensia le dijo que tuviese paciencia y sobre todo que era joven y podía probar con otras actividades si no lo tenía claro.
Días después habló con el jefe y le comunicó su decisión de irse, volvió al departamento y dijo que pasaría a despedirse más tarde. Nunca más volvió. Minutos después Hortensia fue llamada al despacho y para su sorpresa, la tímida y calladita becaria había rajado de lo lindo, se iba, forzada por las palabras de Hortensia que le había dicho que no servía para este trabajo después de los errores cometidos, y harta de la mala actitud de sus compañeras ante su falta de experiencia. A Hortensia casi le cuesta un disgusto muy gordo y una sospecha de la que no se deshizo nunca.
Da igual si somos becarios o directores generales, si tenemos más o menos experiencia, algunas circunstancias excusan a veces nuestro proceder, pero casi siempre nosotros podemos elegir cómo queremos recorrer el camino, con valentía, asumiendo nuestros errores, sin avergonzarnos por cambiar de opinión, con ganas de aprender hasta lo más simple o…..de otra forma.